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DANA RAZ | Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea

"Sé que en Oviedo se puede hacer todo porque vengo de la compañía de danza de un kibutz"

"De gira en Asturias conocí a mi chico, fue a verme a Nápoles y a Sevilla y cuando quise tener mi propio proyecto vine aquí"

La bailarina israelí Dana Raz, en el hotel Reconquista de Oviedo. MIKI LÓPEZ

-Estoy bien, en un momento de parar, preguntarse ahora qué, visualizar, no sólo correr hacia adelante, y analizar para avanzar.

-¿Profesional o personalmente?

-No distingo la vida normal de la vida artística.

Dana Raz (Bat-Yam, Israel, 1985) vive en Oviedo desde hace cuatro años. Tiene su propia compañía -Dana Raz Dance Projects-, da clases de danza contemporánea en una academia y de gimnasia rítmica a asociaciones. Abrirá un taller coreográfico.

-¿Puede vivir de la danza contemporánea desde aquí?

-De la danza contemporánea no se puede vivir. Pero eso elegí.

-Kibbutz Contemporary Dance Company (KCDC).

-Allí tenía un salario bueno y antigüedad. Es una compañía grande que hace 10 actuaciones al mes, lo ideal. Dana Raz Dance Projects trabaja de proyecto a proyecto, no puedo mantener a los bailarines todo el año.

El pasado julio presentó "Wolves" en el Teatro Campoamor de Oviedo, que llevará al festival Open Look de San Petersburgo y al Centro Cultural Suzanne Dellal, en Israel, lugar de referencia.

-Intento tener gente de aquí, pero muchos asturianos marchan y debo recurrir a personas de fuera. De seis bailarines, tres están en Asturias, incluida yo; otro es asturiano y vive fuera. Hay un venezolano y un barcelonés.

-¿Cómo empezó a bailar?

-A los 3 años. No paraba, tenía agotada a mi madre y me metió en danza para que soltara energía. Vivíamos en Gan Yavne, un lugar pequeño. A los 15 años quise hacerme profesional. Seguí el Bachiller en Rehovot, que incluía la danza en los estudios.

-¿Era buena en danza?

-En contemporánea, sí; en ballet clásico, no tanto como me gustaría. No tengo el cuerpo adecuado y, de niña, me aburría.

-¿Soñó con ser una prima ballerina?

-Como todas, pero se me pasó antes de los 15 años. Empecé a amar la danza clásica al entrar en KCDC y tener que usarla como una herramienta. Lo que me salía de dentro era la danza contemporánea. Haces el mismo entrenamiento de la clásica porque para romper líneas hay que tener base.

-¿Cuánto trabaja la cabeza y cuánto el cuerpo en la danza?

-Con la cabeza trabajamos el 98% del tiempo. Para que el cuerpo coja el movimiento primero debe entenderlo. Tienes que estar siempre atento y analizar cómo mejorar lo que te ha salido.

-¿Qué hace el 2% del tiempo restante el cerebro?

-En el escenario hay que tener la mente en silencio porque el cuerpo ya sabe. Si activas la mente, molestas al cuerpo.

-¿De dónde salen los temas de las coreografías?

-Del ser humano y sus relaciones consigo mismo y con el entorno. Me inspira mucho el cuerpo de las personas con las que trabajo, que tienen manera de ser distintas y crean una química diferente.

Sus padres son judíos nacidos en Israel, él de origen polaco; ella, marroquí. Su padre trabajaba en el gas y su madre fue alta funcionaria municipal después de 25 años de carrera militar.

-Tengo dos hermanas mayores, cada una con más carácter que la otra. Lo siento por mi padre, entre cuatro mujeres temperamentales.

-¿Cómo vino a Oviedo?

-En la gira de la KCDC en marzo de 2012. En la salida que hicimos por Oviedo, en un bar, conocí a mi chico, Pedro Laguna. Luego, él fue a verme a Nápoles y a Sevilla y yo vine un par de veces. La vida de bailarina es feliz: es muy libre, conoces países, gente, siempre hay algo nuevo que te alimenta y es dinámico. Cuando sentí que quería sacar mi propio proyecto pensé en venir aquí. Los bailarines que tienen la pasión desarrollan su propia voz.

-Dejó su trabajo, su país...

-Podía volver. Era el momento de cometer errores o de investigar porque siempre sería una experiencia que podría aprovechar.

-¿Lo más extrañó de aquí?

-La impuntualidad. Tardé un poco en entender qué es el mundo de la danza aquí, qué podemos ofrecernos y dónde empezar. El idioma es muy diferente pero con la danza, a veces, hablas con el cuerpo. Tengo buen inglés y estudié en la Casa de las Lenguas.

-Está en la treintena.

-Tengo miedo de los 30. Ya soy mayor y tengo que empezar a ser responsable, aunque aún puedo no serlo. Quiero desarrollar mi proyecto en la vida y eso significa mucho esfuerzo. Deseo estar en el escenario hasta los 50.

-¿Se plantea tener hijos?

-Siento el estrés social de estar asentada y tener hijos. No tengo prisa pero quiero tener hijos en algún momento. Me siento joven y no siento la presión de la edad porque trabajo con veinteañeros.

-¿Está a gusto en Oviedo?

-Estoy muy contenta de ver el hambre que tiene la gente por la cultura y las ganas de desarrollar aquí cosas, pero me llama la atención que se desaniman pronto y dicen que aquí no se puede. Vengo del kibutz, de una forma muy pequeña de vivir, como un barrio, un poco comunista por la necesidad de la gente de tener todo en común. Cada kibutz está especializado, uno hace la miel y otro artesanía.

-El de KCDC hizo danza.

-Yehudit Arnon se prometió en el gueto que, si sobrevivía al Holocausto, dedicaría su vida a la danza. Cuando llegó a Israel hizo la compañía en su kibutz con gente que ensayaba después de volver del campo. Creó algo de la nada. Israel es pequeño y ese kibutz, alejado de los recursos, mucho más. En Oviedo se puede todo. A la gente le gusta la cultura y siempre he visto el Campoamor lleno. Aquí se puede crear una marca universal porque la danza no tiene idioma y va a cualquier parte. Sería bueno para los niños y niñas que estudian danza. En el fútbol, los niños entrenan y saben y ven adónde quieren llegar. En la danza, no.

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