La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Remordimiento a destiempo

El cariño que se escatima a los padres en vida y el punto final que supone la muerte

Un amigo muy culto, gran aficionado al cine, me contó una película, era sencilla. Me emocionó. Era la historia de un matrimonio anciano, arruinado, que debe irse a vivir con sus hijos. Éstos no son peores que la generalidad de las personas; los padres son muy buena gente, eso parece. Pero pasa el tiempo y todo anda de mal en peor. La generación vieja perturba la vida de los matrimonios jóvenes y el tiempo avinagra el humor. A los padres les falta tacto, y a los hijos, paciencia. Yernos y nueras a seguir soportando a unos padres con quien sólo les une un lazo indirecto acaban enviando a la madre al asilo, donde fallece.

Me decía mi amigo que al salir del cine, pensaba en los remordimientos de aquellos hijos, porque, sin duda, tendrán remordimientos cuando sus padres hayan muerto. Mientras nuestros padres viven les tratamos con una mezcla involuntaria de afecto y a veces de enojo. Les queremos, pero vemos sus defectos, que nos molestan y a veces nos hacen difícil la vida, aunque no quisiéramos nunca causarles un dolor y desearíamos ser más tiernos con ellos. A veces olvidamos la muerte, que un día sobreviene y entonces la reparación es ya imposible cae sobre nosotros como una losa el arrepentimiento. La muerte nos hace olvidar las debilidades de los seres queridos desaparecidos y quedamos con remordimiento de nuestros silencios; hasta las palabras y ademanes que se nos habían antojado fastidiosos, se convierten en enternecedores y melancólicos.

Pensamos entonces en lo que hubiéremos podido hacer en bien de los desaparecidos y que tan poco nos hubiese costado; una palabra, una visita o unas letras hubiesen iluminado todo un día de la vida de este pobre anciano. Encontré el tiempo para escribir a mi jefe, a mis amigos y no lo encontré para escribir a mis padres, y sin embargo los quería con toda mi alma. Es verdad que los muertos se aparecen en sueños y que atormentan a los vivos. Cuando nuestros amigos han bajado a la tumba, ¿cómo podremos reparar nuestras faltas? Nuestras lamentaciones no remedian nada. Vigilemos nuestro carácter. No neguemos jamás a los vivos la ternura y el fin maravilloso de la amistad. Por otro lado, es fundamental recordar y amar a los ausentes, ya que somos además nuestro pasado; es maravilloso volver a la niñez desde el recuerdo y sentir otra vez los besos de nuestros padres fallecidos, escuchar el ruido de sus pasos y contemplar su sonrisa, y pensando en ellos permanecen semivivos en nuestro corazón. De manera que intentamos prolongar la vida rememorando unos hechos que volvemos a saborear.

Compartir el artículo

stats