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JUAN JESÚS RODRÍGUEZ | Barítono, protagonista de "Rigoletto", la nueva ópera del Campoamor

" 'Rigoletto' es una obra que refleja una sociedad enferma, como la actual"

"España no cuida a sus artistas, somos una potencia gestionada por una mafia de intermediarios que gobierna la ópera a nivel nacional"

Juan Jesús Rodríguez. IRMA COLLÍN

Dicen de él que es una de las diez mejores voces del mundo a en el repertorio verdiano. El onubense Juan Jesús Rodríguez (Huelva, 1969) está considerado por la crítica como uno de los barítonos más destacados del panorama internacional, y Rigoletto, el personaje al que dará vida desde el día 26 en el último título de la temporada de la Ópera de Oviedo, se ha convertido en uno de sus más aclamados papeles. La última vez que actuó en la capital asturiana fue en 2014, también con otra ópera de Verdi, "Otello", en el papel de Yago. Rodríguez es también padre de una hija adolescente, como Rigoletto, una ópera que lleva once años en su repertorio. Es una persona sincera, a la que su larga experiencia le hace tener muy claro qué espera en su trabajo. Manifiesta también un gran cariño por la ópera y los músicos, reclama un mayor reconocimiento y respeto para los artistas, y es un gran defensor del repertorio lírico español.

-¿Podría decirse que Rigoletto es a un barítono lo que Macbeth a un actor teatral?

-Yo creo que sí. Es el papel con el que uno sueña cuando empieza a estudiar canto, una especie de consagración para un barítono. Rigoletto está lleno de contrastes. Desde el punto de vista dramático es un padre, pero asimismo tiene una faceta malvada, es alguien totalmente acomplejado de sí mismo, e inseguro.

-¿Cómo es Rigoletto desde el punto de vista humano?

-Es una ópera muy actual, y él es un padre sobre protector. Desde el punto de vista psicológico lo veo como un padre que vive en un sistema enfermo, como lo es la sociedad actual, en la que él también participa, pero al mismo tiempo tiene un tesoro escondido que es su hija Gilda. En mi opinión, Rigoletto protege a Gilda de una forma tan celosa por sí mismo, y por el hecho de no quedarse solo en el mundo. No busca tanto la felicidad de su hija como la suya propia. Es una persona que está sola, que vive, trabaja y se adapta a ese sistema enfermo, y sus únicos momentos vitales de verdad son con su hija. En realidad el mundo de "Rigoletto" es muy machista. El Duque es un violador, que usa el poder para su beneficio, Sparafucile es un asesino, y Rigoletto es una persona que se vende a ese poder y al mismo tiempo utiliza a su hija para paliar su soledad. Después, veo también el amor representado en las mujeres. Pero realmente no es amor, ya que Maddalena está sometida a su hermano, y también está Gilda, que es una sufridora, que cree que el amor se basa en el sacrificio, hasta el punto de entregar su propia vida.

-Los directores de escena imponen cada vez más su visión propia a las producciones de ópera. ¿Cómo actúa usted si la propuesta escénica no le convence?

-Intentamos negociar y siempre trato de proteger al artista. Si el director de escena tiene una propuesta interesante, que puede aportar algo nuevo al personaje, estoy abierto a colaborar, pero si es una visión que no comparto y que no voy a poder transmitir, yo defiendo al personaje siempre. Entonces hay veces en las que rápidamente se da una buena relación de comunicación en la que el cantante y el director de escena podemos colaborar, y otras en las que es necesaria la colaboración; intento empatizar con las nuevas ideas que me proponen, aunque no siempre es posible. Al final quien sale al escenario y debe llegar al público somos los cantantes, por eso tenemos que creernos lo que hacemos.

-¿Esta actitud le ha generado problemas?

-Sí. Algunas veces he tenido que rechazar producciones o incluso imponer mi propio criterio. Por ejemplo, mi agente me ofreció hace poco hacer "Rigoletto" en Alemania, vi el vídeo y no acepté porque no me gustó. Mi trabajo es conmover al público y sensibilizarlo, si yo veo que eso no se va a poder conseguir con la visión que me propone el director de escena, digo que no o trato de imponer lo que considero conveniente. En ocasiones te piden que hagas malabares en momentos que musicalmente no lo permiten, y también hay producciones que programan escenas de sexo y violencia innecesaria. Nuestro papel es bien distinto, y pasa por conmover a través de la belleza, que también es posible.

-Se ha publicado hace poco que la participación de cantantes españoles en el Teatro Real y en el Liceu de Barcelona es mínima. ¿Qué opina al respecto?

-Es cierto, no cuidamos a los artistas españoles. En esta producción no ocurre eso. En España hay una mafia de intermediarios que hacen negocio, y si no trabajas con el agente de artistas adecuado, es muy difícil tener una oportunidad. En el Teatro Real me han condenado porque Renato Palumbo y yo tuvimos un enfrentamiento en una "Traviata" y el teatro le protegió a él. En el Liceu no canto casi nada, y si uno indaga siempre aparece un agente tras estas decisiones, que deberían basarse en criterios artísticos, pero que van incluso en contra del propio canto, hasta el punto de que puede verse a artistas mediocres convertidos en grandes estrellas y al contrario; otros con mucho potencial, se ven desplazados de los escenarios. ¿Y qué se hace? ¡Nada! Porque esos agentes están conectados a los directores artísticos; son quienes les han puesto ahí para velar por sus representados.

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