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Escuela infantil Dolores Medio

Una escuela llena de aventuras

El centro infantil Dolores Medio ofrece espacios interactivos que cambian periódicamente para que los alumnos se muevan con libertad bajo la supervisión de los educadores

Uno de los huertos del patio del centro infantil Dolores Medio.

Los alumnos de la escuela infantil Dolores Medio, en el entorno del estadio Carlos Tartiere, cruzan puentes de plástico, entran en casitas de juguete, tocan el xilofón, compran en un supermercado imaginario, hacen castillos de arena o cambian la luz de una estancia. Esta es un pequeña muestra de la cantidad de actividades a las que tienen acceso los cerca de 160 niños del centro, dotado con espacios y objetos interactivos que contribuyen al desarrollo de la capacidad intelectual y psicomotriz de los pequeños.

Abierta en 2006, es la única escuela infantil de Asturias que tiene doce módulos o aulas, cuando la media es de ocho. En un primer momento, contó con seis unidades, pero luego se amplió hasta alcanzar su dimensión actual. Todas las clases, a excepción de las destinadas a los bebés, dan a un gran patio central equipado para estimular a los críos. Lo mismo pasa en el interior, donde el alumnado se mueve libremente de un lado para otro, eso sí, agrupados en función de su edad y bajo la supervisión del equipo de veinticinco educadores.

"Nunca les decimos lo que tiene que hacer. Dejamos que escojan por sí mismos la actividad que más les atraiga en es momento". La directora de la escuela infantil, Lucía García, muestra la entrada: un enorme vestíbulo que hace las veces de espacio expositivo interactivo. Una decena de niños corretea de aquí para allá en lo que se asemeja a un pueblo hecho de cartón. Hay viviendas, bancos, farolas, tiendas y hasta una farmacia fabricadas en buena parte por las familias, que colaboran siempre que pueden en la vida diaria del centro al que llevan a sus hijos.

Un grupito parece ajeno a lo que les rodea y forma un círculo en una esquina. En el medio está "Sinatra", la mascota de la escuela. Es un rollizo conejo blanco con las orejas y la nariz negras que tiene permiso para recorrer los pasillos. El animal está acostumbrado a los pequeños y viceversa. De hecho, es raro que cuando le sacan de la jaula pueda dar tres pasos sin que le acaricien. "Tiene ya ocho años y me consta que le vida media de un conejo así es de seis años. Se ve que le gusta esta escuela", cuenta la directora al pasar por su lado.

Unos metros más allá, la educadora Carmen Bustelo supervisa a un grupo de niños de dos a tres años que tocan el xilofón y los bongos. Cada uno tiene claro lo que prefiere, como Teo Fernández, que incluso tiene algo de ritmo al usar las baquetas.

Una parte de la escuela está algo oscura. Se trata de un espacio que cuenta con mesas, cortinas de led y hasta columnas de agua destilada y burbujas que cambian de color cada cierto tiempo. Los niños pueden modificar los tonos si tocan unos pulsadores que hay en el suelo, mientras en la oscuridad que envuelve la estancia resalta el color blanco de las cosas; desde la ropa hasta un libreta.

En una de las aulas de los más chiquitines (menores de un año), duermen varios bebés. Una fotografía de ellos durmiendo les identifica al pie de la cuna. Otros, como Claudia Cortizo y Sofía Dumitra mantiene la cabecita muy erguida al tratar de gatear sobre un colchón. Les atrae un conjunto de luces led que penden del techo. En otra zona, la educadora Nidia Hernández da un biberón

Nicolás Alonso sopla las velas de la tarta de su segundo cumpleaños rodeado de compañeros, mientras otros niños juegan en el patio exterior junto a los huertos donde hasta hace unos meses había tomates y fresas, o se divierten en uno de los areneros de la escuela. Además, los cocineros Ana María Giganto y Juan Moreno preparan la comida. Es la rutina del Dolores Medio.

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