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La canonjía, más oficio que beneficio

José Ramón Garcés se incorpora al cabildo de la Catedral, donde las tareas superan a las antiguas prebendas de los canónigos

José Ramón Garcés, en el templo de Santa María la Real de la Corte, del que es párroco. CRISTIÁN VÁZQUEZ

Hubo un tiempo -unos cuantos decenios atrás-, en el que ser designado canónigo recibía la consideración pública de haber recibido una "canonjía", que el Diccionario califica en su segunda acepción como "empleo de poco trabajo y bastante provecho". Sin embargo, en su primera acepción, el libro normativo de la lengua española habla de "prebenda por la que se pertenece al cabildo de iglesia catedral o colegial (colegiata)", definición más próxima a la realidad presente, aun cuando "prebenda" suene a momio, beneficio o sinecura.

Pero desde que en los años del arzobispo Gabino Díaz Merchán se igualaron todas las retribuciones de los sacerdotes diocesanos, que a un cura le caiga una "canonjía" no significa una nómina más abultada.

José Ramón Garcés Martínez, que acaba de ser designado canónigo de la Catedral por el arzobispo Jesús Sanz Montes, sabe que le espera más oficio que beneficio y, como ecónomo diocesano que ha sido durante 17 años (1999-2016), conoce las reglas: "Desde el punto de vista retributivo, desde hace tiempo, los sacerdotes estamos igualados y si un cura tiene un ingreso directo por otros conceptos ha de declararlo al ecónomo".

Así, "más parroquias no suponen más dinero", agrega el que también es párroco desde el año 2011 de Santa María la Real de la Corte, justo detrás de la Catedral. Garcés reconoce que "el arzobispo ha tenido un detalle conmigo y así lo estimo", pero conoce sus no beneficios y sus oficios básicos.

"El clero de la Catedral tiene encomendada la celebración solemne de la liturgia en la Catedral (las misas, el rezo de las horas), y todas las tareas necesarias para el sostenimiento, el cuidado y el mantenimiento de la Catedral", recapitula Garcés.

Los canónigos, unos quince en la actualidad, tienen además oficios especializados: deán-presidente, penitenciario, encargado de patrimonio artístico, prefecto de liturgia, prefecto de música, organista, archivero, administrador de fábrica, contable y secretario. Si a Garcés le toca alguno de ellos es cuestión que se tratará en un ulterior claustro del cabildo.

Por lo demás, el mundo catedralicio se sucede al de los números, una tarea sobre la que José Ramón Garcés no suelta prenda ni cabildea acerca de las miserias entre el hombre y el dinero. "Ser ecónomo me ha dado una experiencia de Iglesia muy profunda, me ha permitido ver cómo es la Iglesia más por dentro". No obstante, a la hora de detallar, sólo manifiesta que "cuando nos reunimos los ecónomos de España somos conscientes de no ser la especie más querida". El motivo es que "muchas veces hay que decir que no porque a una administración las personas acuden para pedir medios económicos".

La crisis económica de los últimos años apretó las tuercas de la contabilidad, pero, no obstante, Garcés juzga haber dejado en la rampa de despegue dos obras: el futuro templo de la parroquia de Santa Olaya (Gijón) y la ampliación de los locales de San Francisco Javier de la Tenderina (Oviedo), que fue precisamente su parroquia cuando era niño. "El proyecto de la Tenderina es viable y llevado por una parroquia con mucha ilusión y que el pueblo está esperando; hay que ver en qué medida puede contribuir el arzobispado".

Nacido en Oviedo en 1950, en la calle de Jesús, vivió en la Tenderina por el destino militar de su padre. Allí fue monaguillo de la parroquia, aún sin edificar. Estudio con los Dominicos y el Bachillerato lo hizo en Palencia, a donde se traslado por un nuevo destino de su padre. Pero al cumplir los 18 años decide ingresar en el Seminario de Oviedo, del que era rector Manuel Gutiérrez, que precisamente había sido antes párroco de la Tenderina.

Su primer destino, en 1974, tras ordenarse, fueron parroquias de alta montaña: San Martín y San Salvador de Valledor y Villarpedre (Grandas de Salime). "Fueron siete años entre nieve casi perpetuas con Manuel Álvarez Rodríguez, hoy párroco de Navia, como compañero. Él llevaba Berducedo, Santo Emiliano, Mesa y Lago. Éramos conscientes de las muchas necesidades de aquellos feligreses, pero fueron los años más hermosos de mi vida".

Su siguiente destino fue Piloña (1981-1999), con clases de Religión en el Instituto y dos parroquias. "Pero la matrícula en Religión fue descendiendo y pasé a atender once parroquias, incluida Infiesto, y con Francisco Donate López, hoy párroco de Pravia, como compañero".

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