Una vez hubo elaborado sus 95 tesis, que "no eran ninguna maravilla académica", las clavó a la puerta de la iglesia de Wittenberg. Así fue como Martín Lutero comenzó, a finales de 1517, un proceso que terminó con la ruptura con las autoridades eclesiásticas de Roma. Un hecho que tuvo un gran impacto en la historia posterior, pero que apenas tuvo incidencia en España en aquellos primeros años de luteranismo. "Lutero no había entrado masivamente. Solo las elites religiosas y culturales lo conocían, pero no demasiado", explicó ayer José Luis González Novalín, canónigo de la Catedral de Oviedo, en la conferencia que pronunció sobre la "Difusión y represión del luteranismo en la España del siglo XVI".

En el aula magna del Seminario Metropolitano de Oviedo, que se llenó para escucharle, le acompañaron el rector del Seminario, Sergio Martínez, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes y el delegado episcopal de Ecumenismo, Silverio Rodríguez. Novalín relató que "los nombres de Lutero y España se unieron por primera vez en 1519 a propósito de la llegada de los libros de espiritualidad" escritos por el alemán, que un año después sería excomulgado. Unas obras, señaló el también prelado de honor de Su Santidad y exrector de la Iglesia Nacional Española de Santiago y Montserrat (Roma), de las que "no nos queda nada" debido a la acción de la Inquisición. Novalín destacó que no fue hasta 1521 cuando la figura de Lutero llegó al pueblo llano. Fue ese año cuando el emperador Carlos V de España y I de Alemania convocó la Dieta de Worms en la que compareció Lutero y que terminó por abandonar. Novalín explicó que a la cita acudieron muchos españoles cercanos al monarca que difundieron las noticias del encuentro.

La figura de Lutero comenzó a ganar fama en España, y el grupo de magnates que había quedado encargado de dirigir el país escribió a Carlos V "para que de ninguna manera le dejara venir a estos Reinos". A la petición de prohibir la entrada de Lutero en España se sumó el que era obispo de Oviedo, Diego de Muros, cuya firma figuraba en aquella misiva. La oposición en los años posteriores, cuando "la revolución de Lutero era patente en España, aunque su doctrina aún no era tan conocida", cobró importancia la figura de otro asturiano: Fernando de Valdés-Salas, fundador de la Universidad de Oviedo. "El emperador buscaba alguien que fuese fiel", resaltó Novalín, para exponer después que los cargos que había acumulado Valdés-Salas le hacían el candidato perfecto. "Era más que una persona. Era una institución del Reino de España", apuntó. En 1547 le nombró Inquisidor General. Su mandato, que incluyó una "fuerte represión", fue fundamental para que a partir de 1560 "la doctrina luterana fuera totalmente pospuesta y triunfara la Contrarreforma". Ese mismo año, Felipe II completó la tarea con el cierre cultural de las fronteras: "Llamó a España a los que se encontraban en el extranjero, sobre todo, a los estudiantes".

La conferencia de Novalín sirvió como preludio a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que comienza hoy y con la que la Iglesia Católica promueve el diálogo con ortodoxos, anglicanos y luteranos. Este año coincide con el quinto centenario de las 95 tesis de Lutero. "Una fractura más dentro de la Iglesia en la que el autor no tuvo la culpabilidad", señaló ayer el arzobispo Jesús Sanz Montes.