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Oviedo, la gran factoría de la lírica

El Festival de Zarzuela arrancó esta semana con "Las golondrinas", que hoy vuelve al Campoamor, y moviliza a cientos de profesionales en cada representación

Diana Lazcano y Éster Cárdaba dan los últimos toques a Carmen Romeu.

Ensayo general de "Las golondrinas", miércoles por la tarde. Hay ajetreo por los pasillos y en los camerinos del teatro Campoamor. Ajetreo, no nervios. Todo está bajo control Los profesionales que deben sacar adelante la función están tranquilos. El trabajo está hecho. Están preparados para atajar cualquier contingencia pero con cada segundo de la representación planificado. Solo falta que los cantantes y los actores brillen en escena.

El XXIV Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo comenzó esta semana, el pasado jueves, con el estreno de "Las golondrinas", que hoy vuelve a representarse en el Campoamor. Es una producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid, a partir de la música de Usandizaga y el libreto de Martínez Sierra y Lejárraga. Dos horas y media de drama y música puesto a punto por centenares de profesionales, los que dan la cara sobre las tablas y, los más numerosos, los que se afanan tras los bastidores y por los sótanos del teatro.

Cada zarzuela moviliza entre 150 y 200 trabajadores: más de un centenar entre el coro y la orquesta, en torno a una decena de cantantes y actores y otro medio centenar de técnicos, un colectivo formado por sastres, electricistas, peluqueros y maquilladores, tramoyistas, regidores y otras. En "Las golondrinas" actúa la Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo" y la orquesta "Oviedo Filarmonía".

El festival lírico de Oviedo recurre a la experiencia regional en cada función. "Las golondrinas" es el primer título de esta temporada y una producción del Teatro de la Zarzuela, desde el que se ha trasladado al Campoamor un reducido equipo. El resto de los profesionales son asturianos. Y eso es así con cada representación y con cada título. Los programadores del festival incluso han firmado recientemente un convenio con la Escuela de Arte Dramático de Gijón, para que los figurantes del festival sean alumnos del centro.

La música genera en Oviedo una actividad que no cesa. El día 5 de febrero se acabó de desmontar el "Rigoletto", el último título de la temporada de ópera, y al día siguiente ya se estaba trabajando en el Campoamor para poner en pie "Las Golondrinas", un montaje que visualmente rinde homenaje a las películas en blanco y negro de los años 20 y que exige un intenso esfuerzo interpretativo.

El ensayo general pone a prueba toda la maquinaria, que si está bien engrasada, se mueve desde los camerinos hasta el escenario con absoluta fluidez, con los imprevistos también incorporados al guión. La coreógrafa italiana Barbara Staffolani, ayudante de dirección, explicaba el pasado miércoles, en los sótanos del Campoamor y antes de que comenzara, que en una obra como "Las golondrinas", muy psicológica, el trabajo de los cantantes no acaba nunca: hay que mantener vivo el personaje, con su complejidad y su hondura. Staffolani contó que en Madrid le dedicaron cinco semanas de ensayos y que en Oviedo han seguido ahondando en ello.

En "Las golondrinas", el escenario se transforma en cierto modo en una pantalla cinematográfica, proyectando imágenes en blanco y negro, con su Charlot y sus guiños al cine de Buster Keaton, contó Staffolani. Sólo durante la ensoñación de Lina irrumpe el color.

El responsable de ese efecto es en gran parte el jefe de vestuario, Jesús Ruiz, un maestro de la aguja y el corte según las modistas que trabajan en Oviedo en la función. Minutos antes del comienzo del ensayo general Ruiz estaba en Oviedo supervisando los detalles del vestuario, ligero y fácil de llevar. "Está hecho como para un psicothriller", comentó. El diseño de los trajes es un asunto que lleva tiempo. Ruiz le ha dedicado a "Las Golondrinas" tres meses de planificación y diseño, otros tres de confección y uno de ajustes. El miércoles por la tarde poco quedaba por hacer.

Prodigiosamente, los vestidos de Jesús Ruiz están tan bien hechos que sientan bien a todo el mundo. Las chicas del coro de la Zarzuela tienen poco que ver físicamente con las asturianas y sin embargo a ambas les encajan espléndidamente. Eso opinan Carmen García y Mariángeles de Eusebio, , sastras del Teatro de la Zarzuela, que el día del último ensayo en el Campoamor no mostraban ningún nervio, pertrechadas con un ingenioso dispositivo cargado de agujas enhebradas con hilos de todos los colores y listas para reparar rotos y descosidos.

La soprano Carmen Romeu es Lina, una de las protagonistas de la función, y el vestuario que cuelga en su camerino se ajusta a las características del personaje que interpreta: sencilla, ingenua, alegre. Romeu necesita ayuda para vestirse cada vez que sale a escena, hay cambios entre actos y en uno de ellos no tiene tiempo ni de bajar a camerino: se desviste y se enfunda su nueva ropa en un cuartillo que hay junto al escenario. En otra pausa hay que maquillarle el cuerpo. Todo contrarreloj.

Antes de que comience la función la cantante valenciana tiene por delante media hora de maquillaje y peluquería. Diana Lazcano se encarga de su rostro y a veces, según confiesan, se demoran algo más de lo necesario. "Depende de si nos entretenemos hablando o no", revelaron entre risas.

El maquillaje de Carmen Romeu-Lina evoluciona a lo largo de la representación. Lazcano explicó que empieza como desvaído, irregular y va perfeccionándose a medida que avanza la acción. En esto irrumpe en el camerino Éster Cárdaba, cepillo en ristre, y comienza a retirar los rulos del pelo de la cantante. A la Romeu también le esperan varios toques de peluquería en cada función. "Acabo desfallecida", admitía el pasado miércoles ante el espejo. Pero vale la pena. "Yo me sigo emocionando y llorando en el final y en la pelea, y mira que la he visto veces", revelaba Cárdaba mientras colocaba los mechones de la artista.

Alrededor del escenario, los tramoyistas y los técnicos de iluminación y sonido también tienen bien medidos los tiempos. Del encaje de todas las piezas se encargan los dos regidores, Mahor Galilea e Iván Román. "Comprobamos que está todo en su sitio", resume su tarea Galilea. Eso incluye asegurarse de que todo el plantel ha llegado y está en su lugar, subsanar los problemas de la función y hacer los ajustes necesarios para que no se repitan. "Las Golondrinas" concentra su complejidad en el segundo acto. "La música es como un bucle" al llegar a ese punto, según la regidora.

Durante las dos horas y media que dura el espectáculo los dos regidores se mantienen alerta, con un ojo en las pantallas en las que ven la acción, otro en el escenario que asoma a su lado y la partitura sobre la mesa.

Unos metros por debajo, en el foso, los músicos de Oviedo Filarmonía afinan sus instrumentos: en unos minutos llegará el director Óliver Díaz, nacido en Oviedo y formado en los conservatorios de Oviedo y Gijón.

"Las golondrinas", dirigida por Giancarlo del Monaco, ha llegado a Oviedo precedida de su éxito en el Teatro de la Zarzuela. Carmen Romeu contaba el día del ensayo general que en Madrid el público se les rendía en cada representación y que con sus aplausos liberaba la tensión con la que todo el equipo, desde la cantante hasta el tramoyista, empujaban el espectáculo cada día.

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