La cafetería Pasaje cerró ayer por la noche sus puertas como cada día durante los últimos cuarenta años. El rutinario gesto tenía de especial que será el último de una larga trayectoria del singular y dilatado recorrido hostelero de un establecimiento que tomó su nombre del lugar en el que se encontraba, el tránsito que une las calles Uría y Pelayo, en el corazón de la ciudad.

Hubo clientes ayer con los ojos humedecidos al constatar la realidad del adiós. El propietario, José Manuel Álvarez Quintana, Pepe para los parroquianos de toda la vida, no podía evitar un gesto apesadumbrado tras la barra, igual que su mujer, Esther López Martínez.

Un ramo de flores y un muñeco de un camarero, ambos envueltos en celofán y colocados sobre el mostrador, simbolizaban el final de la historia. El cierre del ya histórico café Pasaje supone un tajo a la actividad comercial en el paso entre las dos calles, de propiedad privada -toda la manzana pertenece al conde de Rodríguez Sampedro- pero de uso público, en el que sólo un solárium mantiene la actividad.

"La ordenanza de las terrazas nos afectó más que la crisis económica, y no le di mas vueltas. Había que cerrar. Además, que cuarenta años trabajando dieciséis horas diarias llega a resultar agotador", comenta Pepe Álvarez en el día del adiós. A los 63 años considera que ya merece un descanso.

El paso del tiempo no le ha borrado los primeros recuerdos del pasaje, cuando el pasadizo hervía de actividad comercial: "Cuando llegué, estaba Navarro Óptico en la esquina, la armería de Collín, muebles Kil, la camisería Carvajal, la bombonería Peñalba, y ahora, de negocios, quedaba sólo yo prácticamente".

Toda una vida tras la barra: "Llegué desde Castropol para hacer la mili y luego busqué un futuro en la hostelería; entré aquí de camarero el mismo día que abrió y después de 23 años me convertí en propietario", cuenta José Manuel Álvarez, acompañado, además de por su esposa, por el hijo de ambos, Hugo Álvarez, y por Vicente de la Fuente, empleado siempre atento y también apreciado en el Pasaje. Pepe Álvarez atrajo tertulias que se convirtieron en clásicas, como las de los Botas, los Orejas, los Buylla, los Mijares y también los jefes de Hacienda, entre otras.

Una longevidad hostelera que no tiene secretos: "Trato familiar, honradez, buen servicio y no reparar en las horas de trabajo", resume con humildad el veterano hostelero. Pepe Álvarez le tiene respeto a mañana lunes. "Siempre descansé los domingos y abrí al día siguiente, por primera vez no será así, a ver qué tal me sienta". ¿Y para el día a día? "Vivir tranquilo con mi mujer, viajar algo y pasear por Oviedo, porque, aunque parezca mentira, después de cuarenta años hay zonas que todavía no conozco".