Dicen que la última película de Albert Serra es la más bella de todas la que concurrieron al último Festival de Cannes, una sucesión de imágenes pictóricas de las que, sin embargo, el cineasta asegura desentenderse durante el rodaje y atribuye el mérito a la dirección de fotografía. Sin embargo, el autor de "La muerte de Luis XIV", que esa es la película con la que se ha ganado tantos elogios y que ayer se proyectó en la Semana del Audiovisual Contemoráneo de Oviedo (SACO), tiene indudablemente ojo para la pintura. Antes de la presentacion de su largometraje en Oviedo, Serra, que tiene fama de artista maldito e irreductible, recorrió las salas del Museo de Bellas Artes con un grupo de unas treinta personas, les mostró los cuadros que más le impresionaron y a partir de ellos reflexionó sobre la naturaleza y la función del arte. "La vida cotidiana nos ha insensibilizado los sentidos", opina Serra, y nos hace tratar con "vulgaridad" la belleza que hay en la realidad.

Serra citó durante su visita al Museo a Roberto Longhi y a Proust y sin embargo contó que esa revelación la había obtenido de un amigo, que un buen día le hizo reparar en la belleza de la ropa colgada en un tendal, de sus colores y sus formas. El artista, explicó, es el que "redescubre la realidad" y la convierte en "umbral y puerta de entrada a la vida espiritual".

Serra, catalán, de Bañolas y más cercano como cineasta a Francia que a España -"La muerte de Luis XIV" está rodada integramente en francés y protagonizada por el actor de la Nouvelle Vague Jean-Pierre Léaud- divagó sobre los cuadros del Bellas Artes, con su porte elegante, traje inpecable, cuello alto y pañuelo de seda, gafas de sol y las manos llenas de anillos. Su público lo escuchaba atento.

Su primera parada fue ante dos obras del siglo XVI, una Virgen de Marcelus Coffermans y una tabla de Santa Úrsula con las once mil vírgenes de Pieter I Claeissens. "Emociona la pureza de su esfuerzo por representar algo que a nuestros ojos puede parece tonto", comentó. Y es que, dijo, el hombre contemporáneo cuenta con una educación visual que vacía de significado las obras de los primeros maestros de la pintura. En sus andanzas por el Museo se topó con un retrato de Luis XIV, sin autoría conocida. Reparó en la peluca, que considera estéticamente muy inferior a la que él creo para el protagonista de su película.

Se adentró en la sala en la que se expone el Apostolado del Greco, paradigma de artista original. "¿Quien es el antecedente del Greco? Nadie. Es único. Es la pintura pura en el mejor sentido de la palabra", a juicio de Albert Serra. Habló de las obras de Velázquez, de Zurbarán, de Murillo y del retrato de Carlos II de Carreño de Miranda, que encuentra cargado de "fuerza conceptual", de "morbosidad" y que es el espejo de "la España más negra". Se detuvo a analizar "las superposiciones" en los cuadros de Dalí y reconoció estar más intrigado por el fuera de campo que por la escena que representa Uría y Uría en "Después de la huelga".