Ana Obregón asoma por la pantalla de la televisión y las tres amigas -amplias gafas de sol y bolso LV- piden Bitter Kas en la barra. "¿Y a dónde vamos a ir ahora, al Tizón?".

Hace ya tiempo que el grueso cortinaje no flanquea la entrada de Casa Conrado Casa Conradoy que Saturnino González no canta las excelencias del pote elaborado con "embutidos de la alta montaña de Tineo, curados al aire y al sol". Pero todos los recuerdos de un pasado que arranca el 5 de julio de 1975, cuando Conrado Antón y Jesusa Pertierra abrieron restaurante en lo que antes había sido el Fornos de Teodosio Moro, se agolparon ayer entre la parroquia de los habituales en el último día de Casa Conrado.

Incluso más atrás. José María Fernández, abogado retirado, apura el vermú y rememora el café de las doce con todos los magistrados y fiscales de la antigua Audiencia y del Tribunal Superior de Justicia. Faustino Pérez, "Tino Hospital", enhebra las sagas de tertulianos con los que pasó tantas horas: los Llaneza, los Mori... Y en esto llega Felipe Hernández, que fue maître en otro histórico también desaparecido, El Marchica, y la cosa se anima con nostalgia de Tineo, el lugar del que procedían todos los sueños de toda esta saga familiar.

Primero regentaron el Auto-Bar, a la sombra de la iglesia de San Juan, luego estuvieron siete años en el Bar Asturias en Medina de Rioseco y luego se establecieron en el barrio con El Cervantes, unos números más abajo. Al poco de cambiar de local y de abrir Casa Conrado, contaban ayer los habituales, también la sociedad cambió. La transición española pasó en la calle Argüelles/Jovellanos por cruzar de acera, y, así, cuando los socialistas llegaron a las instituciones entendieron que ya podían dejar de cultivar en exclusiva el Niza, de su camarada Genaro, y entrar de vez en cuando en el Conrado.

Las batallas del pasado se libran de nuevo convertidas en anécdota mientras el comedor se va llenando. Algunos han adelantado la celebración de San José, como José Suárez Arias Cachero, "Felechosa", en familia. Los que tenían pensado almorzar hoy aquí, en la que iba a ser la última comida de Casa Conrado, ya no podrán hacerlo. Javier Antón, hijo de Marcelo Conrado, actual responsable del negocio lleva toda la mañana pegado al teléfono para anular todas las citas que estaban previstas. Para la noche tampoco esperaba grandes fiestas. "Serán ocho o nueve mesas, no más, en familia".

Detrás de la nostalgia se percibe un gusto amargo. No está siendo un cierre pacífico. En la cancelación de las comidas de hoy están las reclamaciones laborales de los empleados de ayer. Y el mañana es aún una incógnita. La familia es propietaria del local, a diferencia de lo que sucedía en La Goleta, cerrada ya el jueves, y lo que toca ahora es pensar con calma los siguientes pasos. Volver a abrir, alquilar, vender... "Todo es posible, si llega alguien y te pone el dinero encima de la mesa...".

En la barra, la tertulia sigue recorriendo los primeros años de la llegada de sus abuelos a la ciudad. "Jesusa y Conrado no sabes cómo eran. Les dabas un camión con el material que fuera y lo vendían todo. Y en el Cervantes tú sabes qué tortillas, aquella fabada. Luego el paisano que nos trataba a todos así, los viernes lentejas para cenar a los que estábamos allí de tertulia toda la semana".

De la buena mano guisandera de Jesusa, la cocina de siempre, dicen los que vivieron el cambio, que las cortinas y unos cristales que no sabías muy bien qué pasaba dentro, dieron paso a otro estilo en Casa Conrado. Y que luego todo se fue haciendo un poco más exclusivo: los jurados de los Premios, los premiados, príncipes, Gabino de Lorenzo.

Son las cuatro de la tarde y los clientes alargan la sobremesa mientras los empleados abandonan el local con evidente malestar. Hay pequeñas discusiones a pie de barra con el patrón. Las cosas no han sido fáciles a la hora de negociar el cierre. "Está siendo duro. Hoy lo ves así, ojalá hubiéramos tenido todos estos clientes en los últimos meses", se lamenta Javier Antón.

Las últimas horas de Conrado son duras. Sólo la excelente merluza parece haber logrado pasar página sin traumas después que dieran buena cuenta de ella, al horno, a la cazuela y en tortilla en ese comedor de espejos y maderas nobles. En la calle, las letras góticas en hierro forjado sellan el cierre. Esto fue todo.