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El mito de Vetusta

Con "La Regenta" ocurre lo mismo que con "El Quijote", que fue utilizado por los enemigos de España para dar aún más publicidad a la leyenda negra del país

Javier Neira

Cicerón estimaba que un discurso debe dividirse, estructurarse, desplegarse, ofrecerse o como se quiera decir, en seis partes: exordium, narratio, partitio, confirmatio, refutatio y peroratio. Burla burlando ya va la primera por delante.

NARRATIO

"El mito de Vetusta" es el título propuesto para esta disertación.

Y digo.

En una ciudad en la que impera la ignorancia como sistema, una suciedad casi ornamental, la abulia como forma de vivir medio muertos y el más venenoso, esterilizante y pertinaz chismorreo no se puede escribir una obra genial como "La Regenta". Y puesto que Alas la escribió en Oviedo, y en todo caso él mismo es un producto -excelso, sin duda- de Oviedo el silogismo sale solo: Oviedo no es Vetusta.

El filósofo Gustavo Bueno, que no necesita elogio porque lo es en sí mismo, distingue entre mitos luminosos y mitos tenebrosos. Considera incluso una categoría intermedia de la que mejor es prescindir. En todo caso los mitos no son fantasías sino formas de conocimiento. Entre los mitos luminosos destaca, por ejemplo, el correspondiente a la caverna platónica. Nos indica que existe una realidad más allá de las apariencias.

En la categoría tenebrosa milita el mito de la Cultura que a día de hoy es útil para justificar o proteger cualquier barbaridad. El mito de Vetusta como figura de Oviedo es tenebroso. Enmascara la realidad de la ciudad de aquel tiempo, la anterior, la de sus orígenes y también la del presente. No está en la novela. Y aunque así se pueda apreciar no cambian las cosas. Por supuesto, tal consideración no resta un ápice a la genialidad y calidad máximas de la obra de don Leopoldo Alas. Incluso está por encima de su voluntad. Sencillamente las dos categorías, Oviedo y Vetusta, no se corresponden. Y el mito nace cuando se enlazan más allá de aspectos circunstanciales que son evidentes como, mismamente, el paisaje urbano. La libérrima voluntad del escritor no se discute, sería el colmo. Y su gloria, superlativa, tampoco.

Con "La Regenta" ha ocurrido, y sigue, lo mismo que con "El Quijote". Un paralelismo cargado de interés ya que se trata de las dos novelas máximas en nuestra lengua. Los enemigos de aquella espléndida España -Inglaterra y Francia sobre manera- vieron la ocasión que ni pintada. El mejor escritor español ofrecía una novela que no dejaba títere con cabeza, que dibujaba al país más poderoso del mundo como una calamidad densa y abrumadora.

Evidentemente la España de 1600 no tiene nada que ver con la que fantasea Cervantes. La leyenda negra se nutrió, y cómo, de las cuitas del caballero de la triste figura. Los enemigos de Oviedo siempre han visto en Ozores, De Pas y compañía un mirlo blanco para arremeter contra esta extraordinaria ciudad. Y en uno y otro caso, los españoles y los ovetenses acabamos incorporando los andamiajes de las dos narraciones de manera que el caballero andante es, con su escudero, espejo del arquetipo español. Aviados estaríamos. No me imagino a don Juan de Austria haciendo estupideces entre molinos de viento. Ni creo que don Alejandro Mon, por hablar del Oviedo del tiempo de "La Regenta", fuese un lechuguino perfectamente inútil. Bueno considera que los mitos tenebrosos y poderosos, como los apuntados, tienen una vida de al menos quinientos años, así que ya me dirán.

PARTITIO

Guillermo Estrada Villaverde, catedrático de Derecho de la Universidad de Oviedo, compañero de claustro de Leopoldo Alas Ureña, tradicionalista, carlista, diputado, encarcelado y exiliado en razón -en sinrazón- de su conciencia ofreció el 17 de enero de 1886 el discurso inaugural del curso académico de la Juventud Católica de Oviedo que presidía. Una entrega muy extensa para una sesión que, claro, presidió el obispo. Y de una forma un tanto heterodoxa, orientada a una crítica a "La Regenta" de reciente factura.

Aborda en su exposición la realidad literaria del momento. "La novela viene en trozos, pegada a un rincón del periódico nuestro de cada día; se ostenta en las estaciones de ferrocarril, brindando a hacer más breve el camino, se cuela bajo nuestras puertas, a dos cuartos la entrega, y con viñetas; y es a la vez objeto de las ediciones más vistosas y elegantes. La novela se desliza en el bufete de un hombre de Estado, como en el costurero de una modistilla; bajo la capa de un estudiante es leída a hurtadillas del profesor, y bajo la almohada mata las horas en que una madre de familia ha de velar el sueño de sus hijos".

Acota después el campo. Saca a la palestra a Goldsmith, Scott, Dickens, Bulwer, Thackeray, Collins y también a Jorge Elliot y Ouida, "seudónimos de dos damas que marchan al frente de un batallón de literatas, reclutado en gran parte entre las familias, así como de género epiceno que forma los pastores de la Iglesia anglicana". A Francia le dedica páginas y páginas por las que desfilan "la novela terrorista imitación de Ana Radcliffe, Hoffman y Edgar Poe, la declamatoria de Arlincourt, la anodina de Berthout, la social de Balzac, la socialista de Sue, la egalitaria de Massón, la pseudohistórica de Alejandro Dumas padre, la complicada de Soulié, la viril de J. Sand, la sentimental de Sandeau, la truhanesca de Paul de Kock, la interesante de Felval, la patética de Saintine, la mundana de Arsenio Houssaye, la apasionada de Amadeo Achard, la juiciosa de Souvestre, la original de Alfonso Karr, la excéntrica de Merie, la desalmada de Merimé, la observadora de Dsoz, la reflexiva de la condesa Dash, la científica de Julio Verne, la militar de Paul de Molenes, la clerical de Fabvres, la infantil de Segur, la correcta de Cherbuliez, la descarada de About, la aristocrática de Feuillet, la burguesa de madame Henry Greville, la democrática de Erkman-Chatrian, la de la prostitución de Dumas hijo, la de ladrones de Ponson du Terrail, la de policía de Gaboriau, la ingeniosa de Chavette, la tonta de Montepin, la sucia de Belot, la delicada de Halevy, la entretenida de Marc Monnier, etc...".

Y sigue. "Entre nosotros se halla una persona de notable inteligencia, de aventajada erudición y dotada de tan exquisito gusto literario que apenas salida de adolescencia, su nombre como crítico era conocido en España y aún fuera de ella. Por desgracia es demasiado hijo del siglo y en su primera novela de importancia rindió parias al método y estilo realista". Obviamente se refiere a Leopoldo Alas y su novela "La Regenta".

Critica con mucho detalle y sin miramientos la portada del libro, una forma elegante de atacar el fondo y afirma que "la gran expectativa con que fue acogida su obra quedó un tanto defraudada: fuera de la docena o centenar de apasionados del sistema, la impresión en la masa general de lectores fue de frialdad cuando no de disgusto" porque el asunto, según Estrada, no era nuevo, quizá la crítica más grave que se le pue

de hacer a un escritor. Es muy pertinente decir que Estrada es el único vecino de Oviedo que sale con su nombre en la novela clariniana.

Pues bien, ocho años después fallece el crítico del crítico y, amigos míos, en el obituario Clarín escribe: "Guillermo Estrada, jefe de los carlistas de la región asturiana, antiguo secretario de don Carlos, diputado de la minoría carlista en las Constituyentes, catedrático de la Universidad de Oviedo, orador elocuente, correctísimo, fluido y ático, hombre de memoria pelagiana, peritísimo en Historia Moderna y Contemporánea, buen canonista y maestro de Derecho Civil, alma y cuerpo de diplomático, no era un hombre vulgar, a su vuelta a la cátedra aquí nos encontró de profesores a los que habíamos sido sus discípulos: él nos llamaba a nosotros compañeros, nosotros a él, maestro. Era el único que quedaba".

"Si hubiera querido evolucionar tanto como se suele en media vuelta a la izquierda con una seña le hubiesen salido al encuentro y le hubieran llevado al Congreso, y hubiera brillado y hubiera sido ministro y rico y ¡terrible de decir! acaso viviría€ pero prefirió ser consecuente, con veinte mil reales al año, con descuento, y siete hijos para sustentar a los cuales no le servían sus dotes de gran orador, que no comerciaba con ellas. Sus últimos años fueron tristes según la carne. Enfermo, desengañado, con preocupaciones económicas por causa del amor a los suyos, incapaz de buscar dinero sin honores por el camino trillado de la poca comprensión, llegó el momento de tener su cruz para subir a su calvario. Su hijo mayor, Borja, doctor, queridísimo y brillante discípulo mío, un reflejo de su padre por su talento, modestia, afabilidad de trato se le muere. Y a los ocho días muere el padre. Muerte sublime de pura lógica. Lógica de corazón, un primogénito es la ilusión con que nos agarramos al porvenir.

Cuando el porvenir se nos muere antes que nosotros ¿qué hacemos en el mundo? Gracias a Dios, Guillermo Estrada, más que el porvenir, amaba la eternidad. Era creyente. ¡Caso raro y hermoso!".

A lo que iba con este larguísimo apartado. Estamos ante dos personas de alto nivel intelectual. Uno no duda en expresar un carro de críticas a la novela del otro aunque eran estrechos compañeros de oficio. Y el criticado, después, no regatea elogios superlativos al fallecido. Dos espíritus tan elevados en lo académico y lo moral no son islas extrañas en un océano podrido, representan a la sociedad y a la ciudad de su tiempo. Constituyen una prueba irrefutable de que Oviedo no es Vetusta.

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