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"La Regenta" y Oviedo (2)

La ciudad ilustrada y romántica

La lista de ovetenses y personajes del más alto nivel ligados a Oviedo como capital es sencillamente abrumadora, y sólo analizando los dos siglos anteriores a la obra de Clarín

La Regenta a la sombra de la Catedral. Luisma Murias

Tras analizar parte del contexto histórico de "La Regenta" y compararla con "El Quijote" de Cervantes, sobre todo cómo ambas obras cumbres de la literatura sirvieron a los enemigos de España y de Oviedo para acrecentar su leyenda negra, el autor continúa con su reflexión a través de las pautas de Cicerón.

CONFIRMATIO

Dejando a un lado las raíces profundas de la ciudad, de Oviedo, porque ciertamente no es sencillo o al menos no es evidente la reiterada sucesión de causas y efectos -la sucesión sucesiva que diría alguno que yo me sé- cuando se considera un periodo de tiempo de un milenio o más es necesario repasar las evidencias a la escala de las generaciones inmediatamente anteriores al tiempo en que se escribió y se sitúa la novela. Más claro para menos entendidos: la ciudad de la Ilustración y el Romanticismo.

La lista de ovetenses o de personajes ligados intensa e inmediatamente a la ciudad ya que capital del Principado, y que merecen las más altas calificaciones, es sencillamente abrumadora sólo teniendo en cuenta los dos siglos anteriores a la materia novelada que aquí nos reúne.

De forma telegráfica -a estas alturas mejor sería hablar de tuit- se puede citar a don Álvaro Navia-Osorio, III marqués de Santa Cruz de Marcenado -en esta presidencia se sienta un descendiente directo- principal tratadista militar de Europa, así que del orbe entero, con su obra "Reflexiones Militares". Fue el libro de cabecera de Napoleón y de Federico de Prusia. Vivió en la casa de la Rúa, apenas una tapia la separa de este palacio. Cursó los estudios de Gramática latina y Retórica en el colegio de Santo Domingo e ingresó en la Universidad ovetense en 1702, para estudiar Lógica y Filosofía. Antes que Diderot y D´Alembert ensayó una enciclopedia universal que no pudo sacar adelante porque, en su caso, las armas restaban demasiado tiempo a las letras. A su muerte legó a la Universidad ovetense en reconocimiento a las enseñanzas recibidas su excelente biblioteca. No, Santa Cruz no fue un fruto casual.

Ni tampoco Campillo aunque muy pronto se alejó de las coordenadas asturianas.

Fray Benito Jerónimo Feijoo, el filósofo y teólogo más importante de nuestro siglo XVIII, enseñó durante décadas en la Universidad de Oviedo.

Salvo Cervantes y su Quijote, en español nadie vendió tantos ejemplares de sus obras. Unía sabiduría superlativa y popularidad máxima, circunstancia que no suele ser frecuente. Mejor dicho, es de una rareza extrema. El aula de la Universidad de Oviedo en la que enseñó día a día, año tras año, ha perdido su nombre recientemente sin duda como señal de los tiempos de hierro por los que, para nuestra desgracia, transitamos. Al anterior rector le rogué casi de rodillas que restituyese el nombre del Padre Maestro y lavase la afrenta. No tuve éxito. Pido públicamente desde esta tribuna al excelentísimo y magnífico señor rector de la Universidad de Oviedo don Santiago García Granda que, antes de que acabe la Cuaresma en curso, desfaga el entuerto. Feijoo no fue un cisne negro. Una luminaria en el páramo.

Sí, vivimos tiempos extremadamente difíciles. El penúltimo ataque -dentro de la larguísima cadena de rencor y torpeza que se ceba con este solar- se cifra en sostener que Oviedo no existió como ciudad hasta el siglo XII. Un rey, una corte, un obispo, su cátedra y cabildo, dos monasterios y las redes y tramas de servicios y personas que obviamente estaban enderredor de ese amplio y plural núcleo por lo visto no constituyen una ciudad. ¿Por qué? Pues porque no y punto. Con la misma sin razón obtusa con que se afirma que Oviedo es Vetusta.

Pedro Rodríguez, primer conde de Campomanes, estudió leyes en Oviedo y como ministro fue agente central de la reforma del Estado, especialmente de su Hacienda. ¿Una figura destacadísima instruida en una ínsula Barataria? Imposible. Aun más poderoso, si cabe, como ejemplo de lo que intento demostrar es el general Belgrano, héroe de la independencia de Argentina -creó la bandera de su país, entre otras muchas cosas-, que se formó en las aulas del alma mater carbayona. ¿Cabe en cabeza humana que las elites de ultramar llegaban a la Universidad de Oviedo para instruirse y formarse si esa institución y la ciudad que le daba cobijo pintase cual pantano de calamidades? Jamás de los jamases.

Y qué decir de José María Queipo de Llano, VII conde de Toreno. No sobra recordar que estamos en el palacio donde nació. Fue el diputado más joven, más rico y más radical de los reunidos en Cádiz con ocasión de la Constitución de 1812. Pues bien, las propuestas que realizaba en el Oratorio de San Felipe Neri para el sagrado texto iban directísimamente contra sus intereses, contra los privilegios de una clase declinante de la que era destacado exponente. No le importó. Con el tiempo fue el segundo presidente del consejo de ministros de la historia de España y un intelectual de primerísimo orden. Tipos así es difícil encontralos por las calles de París, Londres o Nueva York. Su biblioteca también se custodia ahora en la Universidad. Aprovecho la ocasión para decir que la magnífica puerta principal de este palacio, muy probablemente del tiempo de la construcción del edificio, desapareció a cuenta de una remodelación del conjunto realizada hace apenas unos años. Nunca más se supo de la hermosa pieza. Habrá que repasar el catálogo de amenidades de ciertas dachas que yo me sé. Sospecho que ese es su actual y doloso destino.

El divino Argüelles, por apuntar sólo algunos nombres más de aquellos gigantes, estudió leyes en Oviedo, fue quizá la figura más destacada en el proceso de redacción de la Constitución de 1812, condenando con especial energía la esclavitud y la tortura. Padre del liberalismo español -sabio, políglota, historiador€- desempeñó los cargos públicos más destacados entre visitas a la cárcel y crueles destierros en razón de su conciencia. ¿Esa fibra moral, esos conocimientos enciclopédicos y las energías inagotables desplegadas en la cosa pública se compadecen con una ciudad ridícula y odiosa? No, claro que no.

Vale la misma consideración para Francisco Martínez Marina, nacido en Oviedo, en la Corrada del Obispo. Aquí estudió leyes. Estaba considerado, ya en vida, como el fundador de la Historia del Derecho español. Casi nada. Sacerdote, liberal sin remilgos, tuvo un destacado papel en las constituyentes de Cádiz. Impensable como fruto de un páramo cultural.

Álvaro Flórez Estrada, que también estudia en la Universidad de Oviedo, es nombrado tesorero general del Reino con sólo 30 años. Escribe la proclama del 25 de mayo de 1808 y la carta al rey de Inglaterra solicitando auxilio. Diputado en Cádiz, su vida de exilios y persecuciones se entreveró con altos cargos y una formidable actividad intelectual. Introdujo en España la economía moderna y con Marina redactó el borrador del primer proyecto de Código de Derecho Penal español. ¿Y todo eso a partir de las enseñanzas recibidas en una ciudad de tercera?

Saltando entre gigantes es imprescindible citar a Alejandro Mon, que nació y murió en el palacio que está en la calle ovetense que ahora lleva su nombre. Aquí estudió, claro. Creó la Hacienda moderna española. Fue presidente del Consejo de Ministros, de las Cortes, ministro, embajador€ Caramba, cuánto partido sacó ese caballero a una cuna considerada oficialmente deleznable.

Interesa sobremanera recordar a don León Pérez de Salmeán y Mandayo. Llega a Oviedo desde su Madrid natal para estudiar ciencias naturales y, después, farmacia. En 1831 obtiene la cátedra de Química Aplicada. Destacó por sus experimentos sobre productos industriales y en relación al movimiento de la Tierra por medio del péndulo de Foucault. Fue rector en el tiempo en que se escribió "La Regenta" y Clarín enseñaba en las mismas aulas.

Quiero decir que no es cierta esa especie difundida con empeño y saña según la cual los vetero moradores del fundacional caserón de la calle San Francisco sabían las cuatro reglas de la aritmética y poco más. Si me apuran es ahora cuando puede cumplirse tal sospecha y es que recientemente se celebraron los 400 años de la fundación de la Universidad cuando, atención, se habían cumplido sólo 399.

Y ya en el corazón temporal de nuestra referencia, de "La Regenta", destaca el Grupo de Oviedo -y su prolongación, después, como la Extensión Universitaria- que convirtió a la Universidad de esta santa ciudad en la vanguardia de España. ¿Qué tienen que ver con la heroica ciudad que dormía la siesta? Absolutamente nada.

Pues bien, el resultado de ese sucesivo tsunami de excelencia y el tiempo mismo en que Clarín escribe su obra inmortal ¿pueden considerarse compatibles con una urbe de aburridos, indolentes, maliciosos, palurdos, hipócritas y sucios? No y mil veces no.

Cabe alegar que los dos siglos que preceden al tiempo regentino fueron una excepción. Los preclaros personajes antes apuntados y otros más que completarían una cumbre de cumbres superlativa, aun respondiendo a la sociedad en la que nacieron y que se benefició de sus buenos oficios, son resultado de circunstancias excepcionales.

La realidad de Oviedo, la que hunde sus raíces más atrás en el tiempo y de manera más honda en el espacio, es negra según la presenta la novela que se limita a recoger instantes de afloramiento de un pestilente Guadiana de aguas sucias. ¿Puede esgrimirse esa hipótesis? No, no es posible. En todo caso, peor aún pintarías tus argumentos, amigo y figurado corresponsal. Al respecto son suficientes unos apuntes tan rápidos como enérgicos para arrasar unos imposibles cimientos, ya medievales, del mito de Vetusta.

Vamos a ver. Vamos a doblar la apuesta. El Rey de Oviedo Alfonso II el Casto llega a Lisboa y después a Sevilla. Es cabeza de una sociedad muy avanzada en el orden institucional, educacional, militar y tecnológico porque de lo contrario habría que recurrir a Santiago Matamoros y el mitema de la batalla de Clavijo para explicar esa potencia. Sospecho que algunos, de tan heridos de odio a Oviedo y aun siendo ateos o, como dicen los cursis, agnósticos, prefieren el recurso a la milagrería antes que reconocer las virtudes destacadísimas de aquellos grupos humanos con solar en estas mismas latitudes en que, ahora, nos desempeñamos.

Ya en el colmo de la sindéresis los hay que se ejercitan en negar la mayor, la menor y la mediana, con o sin estadística. Muy recientemente ha saltado a la palestra un conspicuo y desahogado personaje afirmando que nunca tuvo lugar la seminal batalla de Covadonga, por lo demás un mantra recurrente, y asegurando que en los siglos VIII y IX no hubo apenas enfrentamientos armados entre los cristianos y los musulmanes.

Así que desde aquí llegaron hasta Lisboa y Sevilla dialogando, dialogando y dialogando. Y, claro, subidos al carro fantástico de las tres culturas toletanas aun antes de que se cumpliera ese tiempo de hadas. Recapitulemos y recapacitemos. De Oviedo partió don Alfonso para derrotar al imperio mahometano del sur y también de Oviedo partió Bernardo del Carpio, sobrino suyo, para derrotar al imperio carolingio del norte.

Magnífico, tremendo, asombroso. Imposible igualar esa doble y formidable hazaña. Dos colosos, como no había entonces en todo el orbe, humillados desde esta capital que por algo Gustavo Bueno calificó de imperial.

Breve paréntesis. Aunque un elemental sentido de la cortesía debería refrenarme no puedo dejar de recordar en este trance que don Gustavo nunca perteneció a esta docta casa. ¡Manda huevos!

Pero, ya saben, por un lado niegan los hechos y convierten las gestas alfonsinas en diálogo de besugos, eso sí, a lo que se ve muy provechosos, y por el otro, aún peor, niegan la historicidad de Bernardo del Carpio, reducido a la condición de personaje literario. Como ahora, según costumbre nueva y bárbara, los libros se dividen en "de ficción" y de "no ficción" nuestro héroe pasó de no ficción a ficción y expediente cerrado. Durante siglos jamás se discutió su figura pero cuando Francia nos acabó convirtiendo definitivamente en una colonia sumisa incluso los catedráticos españoles de Historia Medieval encarnaron las interesadas y saduceas tesis de los gabachos. Señores, que uno de Oviedo derrotase al mil veces cacareado emperador era insoportable para la soberbia de los que mandaban, mandan y mandarán si alguien no lo remedia. Y como la leyenda negra ha sido asumida por los españoles que en esta fase, en un alarde de masoquismo grupal, somos sus principales propaladores, se borra el vector que apuntó al sur para convertirlo en un cómico juego de malabares y logomaquias y se niega la realidad del campeón que cambió la historia, al norte, siempre desde este bendito solar. Siempre desde Oviedo.

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