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Chistes de un mal estudiante

Las clases en la antigua Escuela de Comercio de Oviedo servían - para aprender y también para atesorar anécdotas muy divertidas

La actual Facultad de Formación del Profesorado y Educación de la Universidad de Oviedo, donde estuvo la Escuela de Comercio. Irma Collín

Una vez terminado el bachillerato y metido en lo que vulgarmente conocíamos como carrera de Comercio, ya en la recién estrenada Escuela Profesional de Comercio, detrás de la Facultad de Química, recuerdo que una de las asignaturas era Física y Química, impartida por Jesús Costillas, creo recordar que era médico forense, Costillas tenía la costumbre de partir la clase en dos: primero explicaba Física, contaba un mal chiste o una anécdota y a continuación impartía Química.

Una de esos días que tocaba preguntar, de pronto dijo: "que salga el equilibrista". Se oyeron unas risas en clase pero nadie se movió. Más el insistió y dijo señalando con el dedo: "sí, usted". Me di por aludido sin comprender aquello del equilibrista. Y entonces continuó el profesor: "le vi el otro día bajando por la barandilla de la escalera. Usted lo que quiere es romperse la otra pierna o matarse si cae por el hueco de la escalera. Si le veo otra vez haciendo tal cosa, le formó un expediente y le echo de la Escuela".

Aquella barandilla del pasamanos era bastante estrecha, pero yo tenía la mala costumbre de montar de lado y bajar así un tramo de escaleras, sin duda en perfecto equilibrio y con la inconsciencia de que nada malo me ocurriría. Pero me sirvió de advertencia la llamada de atención de Jesús Costillas y nunca más volví a ejercer de equilibrista.

El segundo disgusto se inició en la Academia Llana, a donde íbamos a clases de refuerzo cuando salíamos de la Escuela de Comercio. Una de estas clases la impartía un profesor provisional, es decir, no habitual en aquel centro de enseñanza.

Quizá por hacerse el simpático interrumpió la seriedad de las lecciones y contó algún chiste, lo que motivó que también nosotros los contásemos. La conversación se hizo tan coloquial que hablamos de los chistes que considerábamos "verdes". En uno de esos momentos yo dije que las chicas también contaban esa clase de chistes, que no era cosa solo de chicos. La cosa tuvo tal trascendencia que las compañeras se enteraron de mi afirmación y una de ellas elevó una queja al director de la Escuela de Comercio, en aquel momento Ricardo Pedreira, catedrático de Contabilidad.

Así que a los pocos días y por megáfono se oyó mi nombre, pidiendo que pasase al despacho del director. Con la suposición de por dónde irían los tiros y más miedo que vergüenza, fui al despacho en cuestión.

Ricardo Pedreira me recibió muy amablemente, tal como era él. Me preguntó: "que le pasa a usted con las chicas". Le conté lo sucedido y me respondió: "procure no hablar más de la cuenta en lo sucesivo y estoy de acuerdo con usted en que las mujeres también cuentan chistes verdes. Pero no vaya diciendo por ahí lo que yo estoy comentando".

Fueron dos historias de aquellos años de mal estudiante, que hoy recuerdo con cariño.

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