Tino Casal era mucho más que un cantante de pop. Era un todo, una figura irrepetible capaz de componer algunas de las mejores canciones del pop español. Pero no sólo eso. Casal revolucionó los escenarios con su música pero también con su presencia. Era el conjunto resultante de la suma de letra, música, presencia y escenografía, con todo lo que conlleva. Por eso, la pirueta era muy complicada y se salvó con dignidad, incluso con emoción en muchos momentos, porque escuchar a Tino Casal, sea como sea, siempre emociona y más aún si se va predispuesto a rememorar.

El espectáculo "Casal sinfónico. Trono vacío" no pretendía ocupar ese espacio, llenar ese trono que durante hora y media presidió desde lo alto el escenario del Teatro Campoamor ayer por la noche. No se trataba de llenar un vacío sino de mantenerlo ahí, de que se notase que nos faltaba algo, el propio Tino. Sólo faltó él.

La orquesta Oviedo Filarmonía estuvo correcta bajo la dirección de César Álvarez. Si ya es complicado ajustar una sinfónica a un cantante lo es más aún si ese cantante no está y se utilizan las pistas de voz originales de las grabaciones de Casal, para bien y para mal. El combo sonó compacto en algunas ocasiones, magnífico incluso con "Mañana" o "Los Pájaros", pero se hizo más difícil en otros de los temas y no se pudo apreciar en una de las piezas más esperadas, "Eloise", que sirvió para cerrar. Lo explicaba al final del espectáculo Ramón Palacio, amigo de la infancia de Tino Casal, "los arreglos de la versión original son de la Filarmónica de Londres y llegar ahí es muy difícil". Palicio se emocionó en varias ocasiones durante el concierto, al igual que las dos hermanas y los tres sobrinos del cantante que acudieron juntos al espectáculo, algo poco habitual. Sólo faltó uno de los familiares directos, otro sobrino que vive en Sevilla y no pudo acudir por motivos de trabajo.

La familia aplaudió puesta en pie a Oviedo Filarmonía, al director y a Pedro Contreras, responsable de la partitura.

En el Campoamor sonaron "Pánico en el Edén", "Etiqueta negra", "África chic" o "Champú de huevo". El formato, con esas pistas de voz cedidas por Warner y el acompañamiento de la orquesta, permitió escuchar matices que durante años habían pasado desapercibidos bajo capas de guitarras, sintetizadores y batería, giros de voz y tonalidades más fáciles de apreciar al escuchar esa voz desnuda.

El trono, ese sillón característico que utilizó en la grabación del videoclip "Lágrimas de cocodrilo", sigue vacío. Voló con las alas imaginarias de las proyecciones del colectivo Fium, y ardió y fue aposento de una calavera que giró para crear esa atmósfera tan propia del cantante de Tudela Veguín.

Rodrigo Cuevas intervino en un par de ocasiones para rendir tributo a Tino y explicar que vendrán otros pero ninguno será como él. Cuevas mostró un respeto absoluto por el de Tudela Veguín.

Quizás el público hubiese esperado más. Ya de lanzarse a hacer piruetas se podrían haber dado un par de saltos mortales, pero el aterrizaje era más peligroso.

Aún así, el milagro de la tecnología unió la voz de Casal con la sinfónica ovetense y sirvió para levantar los aplausos emocionados del Campoamor.