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Los cultivos del Paraíso

Hierbabuena en alta mar

La planta, de aroma inconfundible, se distingue con facilidad de otras mentas por su tronco cuadrangular

Un té con hierbabuena. Pelayo Fernández

Conocí a aquel hombre en el ferry que unía Málaga con Melilla. Yo tenía algo pendiente con mi abuelo, muerto años atrás. Y era volver a Annual, en el entonces Marruecos español. El escenario de una de las peores derrotas del ejército español de toda su historia.

En las noches de mis veranos infantiles en Limanes, con el cielo estrellado y el croar de ranas de fondo sonoro, él me contaba cada vez que yo le preguntaba lo que allí había sucedido. Doce mil soldados muertos por bala o por gumía -sólo se salvaron cien-, y él llorando ante el mar de cadáveres. Siempre me dije que tenía que ir un día a aquel valle encerrado por montañas cerca de Alhucemas.

El barco era blanco y muy grande. En la panza gigantesca iban los vehículos, y los pasajeros en sus camarotes -la travesía duraba toda la noche-, o en unos asientos insufribles en cubierta. Mi sueño siempre fue la mar.

Cruzar los océanos como oficial de un mercante. Pero los designios, por no hablar de unos padres más inteligentes que yo, me hicieron jardinero. Aunque la pasión no murió, y por suerte he conseguido navegar en cargueros en más de una ocasión. Y ya saben que no hace falta comer el pastel entero para conocer su sabor.

Por esa pulsión hacia la mar, siempre que subo a un barco consigo meterme en el puente. Algo me deben de notar; la mirada de angustia, no sé, algo, pues no hago más que pedir permiso para entrar y acceden. En aquella ocasión y turno iba al mando el segundo oficial. Le conté mi enamoramiento con su profesión, hablamos de rumbos, de nudos, de marejadas, de todo. La magia de la navegación. Pero aquel oficial no era de mi opinión.

La mar engañosa, la familia lejos, la inestabilidad por la llegada de marinos de países lejanos que trabajaban por sueldos de miseria, la baja rentabilidad de las navieras... un mundo que se derrumbaba. Era marino porque su padre había sido marino, pero la profesión que siempre le había atraído era la mía. Invernaderos de flores, fincas llenas de hortalizas, huertas de aromáticas, frutas, el arte de los injertos...

El atraque en el espigón de nuestra ciudad africana tiene toda la fuerza para el viajero. Hay mucha historia nuestra allí. Al despedirnos con un buen apretón de manos, me dijo: "Cuando me jubile seremos colegas; tengo una finca de cinco hectáreas en la comarca de Los Arribes; la voy a llenar de almendros. Y en un rincón húmedo plantaré hierbabuena". La hierbabuena, inconfundible por su aroma característico, que recuerda a los cítricos, es una menta. "Mentha sátiva". Planta vivaz, pues dura varios años una vez plantada, es espontánea y muy común, sobre todo en el norte. Hace años que se ha convertido en planta cultivada dada la creciente demanda en gastronomía (nunca falta en las sopas andaluzas), y en perfumería, por sus cualidades aromáticas.

El té marroquí y el mojito cubano no serían lo mismo sin ella. La hierbabuena se distingue bien de otras mentas; aparte de su aroma, tiene la sección del tronco cuadrangular y es vellosa; no hay pérdida. Aunque se puede recolectar nada más que se inicia la primavera en cualquier rincón húmedo y luminoso de nuestros prados, también es posible su cultivo. Basta con plantar estolones con algo de raíz recogidos en la primera mata que encontremos. Se reproduce rápido. No es exigente en abonados; con un poco de estiércol bien hecho aplicado al suelo unos meses antes de la plantación, nuestra mata será feliz. Lo que no puede faltarle nunca es humedad.

Con los avatares del viaje y la emoción de llegar a Annual me olvidé de aquel amable oficial. Volvió a mi cabeza días más tarde cuando, sentado en la terraza de un cafetín en Tánger, tomando un té con hierbabuena y siguiendo con la vista cargada de envidia a los barcos que cruzaban el Estrecho, recordé que en uno de aquellos grandes puentes acristalados navegaba un hombre que posiblemente mirase para la costa marroquí envidiando la vida de este pobre jardinero.

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