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Un paseo por las parroquias ovetenses / Pando

El miniparaíso rural descubre sus secretos

El lugar aún guarda restos de eminentes caserías ligadas a producciones tradicionales

Una casería de Pando, con el Aramo al fondo. A. P.

Que a nadie le parezca mal si afirmo que San Cipriano de Pando es una nimiedad, porque lo digo con todo el cariño del mundo. Efectivamente, tiene una extensión tan reducida, de sólo 1,62 kilómetros cuadrados, que de menor a mayor, es la tercera de la clasificación, por detrás de Santianes y Udrión. En el censo de 2015 contaba con una población de 135 habitantes.

La parroquia de Pando se encuentra enclavada en el sector oriental de Oviedo; le sale y cierra el paso la de Limanes por norte y este; la ruta de peregrinación a Covadonga, conocida como GR-105, la separa de la de Cruces por el sur, y la misma parroquia por oeste. Aunque fuera de sus dominios, el pico La Grandota vigila sus tierras, por otra parte, terruño prisionero de las alturas de La Barraca, San Cipriano, El Rebollar y Vidayán, completando el círculo hacia el noreste el pico Cotariello. Los cauces de los arroyos del Macaño y del Medio delimitan su término hacia este y oeste respectivamente.

Su acceso principal, desde la capital del Principado, se realiza tomando en Cerdeño la carretera de Abuli para proseguir por Monterrey hasta Pando. Si prolongamos esta misma dirección atravesaremos el pueblo y, sin pérdida, vamos a salir al Calderu, ya en la parroquia de Cruces, en la antigua carretera de Castilla. Una entrada más, y esta es la que les propongo por ser la más recomendable, sobremanera si el interés paisajístico que exhibe lo incrementamos con la paz del sendero consiste en acercarnos desde Vidayán para, de pleno, gozar del paseo.

Ya de mano, aunque todavía no hayamos penetrado en la parroquia, la vista se extiende hacia el norte por la llanura central de Asturias: La Corredoria, Lugones, La Fresneda, Colloto?. y, hacia el este, el monte de Pando, sobre el que se estira y cabalga la aldea de mismo nombre. Según Julio Concepción: "La palabra pando, pandu, pendu, designa en asturiano un collado, un paso de ladera en la montaña; una hondonada de terreno en la cumbre. Y un pándamo: paraje poco profundo, en pando". En Asturias, lugares y aldeas denominados Pando, salpican todas las esquinas. En Aller, Belmonte, Grado, La Felguera, Laviana, Llanera, Nava, Oviedo, Piloña, Ribadesella, Siero, Villaviciosa, Quirós... Dicho sin ánimo de pasión, todas son bellas, pero la nuestra se lleva la palma. ¡A que sí! Tras pasar a la vera de un sobresaliente carbayo y avanzar por una pronunciada pendiente, allí en el fondo del valle, donde se alían los regueros de Vidayán, San Cipriano y del Medio, llegamos a las ruinas de lo que fue un molino. Se hallan justo en el lugar en que comienza la parroquia De él cuenta el Catastro de Ensenada: "Molino de Pando, montado en el arroyo de Vidayán, de represa, de dos molares; le regulan puede trabajar ocho meses y moler al día dos fanegas de grano de pan y otras dos de maíz; y por su utilidad, veinticuatro de cada especie. Dista media legua de Oviedo y es propiedad, junto con el de la Ynfiesta, montado en el arroyo de Cerdeño, de don Ramón de Pontigo".

Que Pando es lugar antiguo nadie lo duda. Aparece mencionado con motivo de la visita que el rey Alfonso VI hizo a la ciudad, relacionada con la concesión del fuero municipal, entre los años 1085 y 1109. En dicho fuero, según palabras de Juan Uría, en las exenciones de carácter general, se autorizó a los ganados de los ovetenses para pastar en todo lugar y cortar por los montes, concediéndose también a los vecinos la franquicia de no pagar portazgo desde el mar hasta León. Los beneficios se hicieron extensivos a los siguientes lugares, anexionados al concejo en 1188, reinando Alfonso IX: Sograndio, Godos, Santa Marina de Piedramuelle, San Cloyo, Feleches, Maja, Villamar, Loriana, Brañes, San Miguel de Lillo, San Pedro del Otero, Santullano, Villapérez, Santa Olalla de Colloto, Limanes, Villameana, Carabi, Roces, Faro, Truébano, San Cibriano, Ferreros, San Pedro, Olivares, La Cuesta, Perera, Latores, Zelagún, Villadán y, por supuesto, Pando.

Por desgracia una de las señas de identidad de nuestro tiempo en el mundo rural, es el abandono de las caserías, por ello no nos pilla de sorpresa la que encontramos en ese estado al poco rato. A un lado, entre la maleza, se deja ver lo que fue, seguramente, un gran caserón; a la otra parte del camino los restos de la pomarada que, con toda seguridad, proporcionaba en abundancia manzana de mesa y sidra. En el medio un anciano hórreo entonando el canto del cisne y junto a uno de los pegollos, al sol, un perro pequeño de color canela y blanco, con una expresión tan seria y apenada que parece decir: yo soy lo único que queda de aquella Arcadia feliz que la propia y mal llamada civilización ha hecho desaparecer.

En un pastizal una hermosa yegua de capa rojiza pace junto a su potrillo, tumbado sobre la hierba. En cuanto les silbo, la madre relincha por lo bajo, empina las orejas y presto se acerca reclamando una caricia. Más adelante, casi llegando al pueblo, a un lado del camino y abandonado, lo que fue un abrevadero. Ya se dejan ver hermosos edificios unifamiliares, casas de estilo tradicional y vetustas paneras luciendo barrotes bien torneados.

¡Qué maravilla! Una de las viviendas, en lo que quizás sea el núcleo más antiguo del pueblo, muestra un espléndido corredor a lo largo de toda la fachada; de él, aportando un sensacional sabor etnográfico, cuelgan doradas riestras de maíz y, apiladas en el suelo, calabazas de brillante color anaranjado. Muy cercano un notable caserón de portada adintelada y una gran panera a punto de derrumbarse.

Pando continúa delatando su antigüedad al existir documentos mencionando que el primitivo templo, del que no quedan restos, fue donado por Ordoño II a San Salvador de Oviedo en 921. La iglesia parroquial, de planta rectangular y estilo popular, es semejante a tantas otras de Asturias. Seis pies sobre los que se ve un entramado de vigas de madera sostienen el pórtico, a su vez, cercado por un muro de piedra de escasa altura. A ambos laterales de la puerta de entrada una colección de pintadas, realizadas por los estúpidos de costumbre, y la falta de una mano de pintura, desmerecen su entorno. El interior está presidido por las imágenes de San Cipriano, El Cristo y la Virgen del Rosario. En el exterior, adosado al templo, se encuentra el cementerio.

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