La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LUIS PALENCIANO BALLESTEROS | Médico jubilado y socio de la Filarmónica de Oviedo

"Nací en 1936 y aún guardo algún recuerdo del final de la Guerra"

"La Sociedad Filarmónica, a la que pertenezco, sería un buen instrumento para dar a conocer la música entre los niños y los jóvenes"

"Nací en 1936 y aún guardo algún recuerdo del final de la Guerra"

El médico Luis Palenciano Ballesteros (Cuenca, 1936) se hizo ovetense gracias a la medicina, su profesión durante 36 años. Llegó a la ciudad para incorporarse al Instituto Nacional de Silicosis, que dirigió durante dos años, y también fue profesor del área de Fisiología en el departamento de Biología Funcional de la Universidad de Oviedo. En la capital asturiana se casó con la también médica María Jesús Martínez Noval, y en la ciudad se aficionó a la música a través de la Sociedad Filarmónica, que preside Jaime Álvarez-Buylla.

La infancia en un pueblo de Cuenca. "Nací en 1936, tres meses antes de que estallase la Guerra Civil. Aún tengo dos o tres imágenes de aquello. Vivía en Cuevas de Velasco, un pueblo a 30 kilómetros de Cuenca, y por la zona estaba el Ejército de la República, en el corredor establecido entre Valencia y Madrid. Los soldados estaban repartidos por casas y a la mía le correspondió uno. Recuerdo que me sentaba con él a la lumbre y jugábamos tirando monedas al fuego. También me acuerdo de la entrega de las armas al final de la contienda. Nos trasladamos a Cuenca cuando tenía 14 años. Dos hermanos viven allí. No tengo conciencia de haber atravesado la dureza de la posguerra porque era muy pequeño. En seguida empezó la II Guerra Mundial. En una ocasión mi padre hablaba con unos amigos de los bombardeos contra Berlín. En la zona hay una seta llamada barchín y a mi aquello de Berlín me sonaba un poco a seta".

El Bachillerato y el examen de Estado. "Empecé el Bachillerato a los 10 años, en el Instituto Alfonso VIII, y lo terminé a los 17. Entonces había que pasar el examen de Estado en Madrid, en el que nos jugábamos el futuro. Tuve muy buenos profesores, pero la verdad es que a mi generación le tocó recibir todos los palos. Me gustaba la química, pero un profesor particular que nos preparaba en matemáticas me convenció para hacer Medicina. Había sido militar de la República y tras la guerra se ganaba la vida dando clases. Explicaba muy bien. A mis padres les pareció bien la idea de que me hiciera médico. Me fui a Madrid, a la Complutense. y al ir a inscribirme me pidieron el selectivo de Medicina. Tuve que pasar un año cursándolo, con lo cual la carrera, en total, fueron siete años. Los primeros cursos la Facultad estaba totalmente masificada, con clases de más de mil alumnos. Venían muchos estudiantes sudamericanos amparados por el régimen de Franco. En cada curso había más de mil personas y así era imposible aprender nada. No teníamos ni huesos para las prácticas de anatomía. Así que gracias a un amigo, hijo de un médico de Valladolid, me fui allí a hacer los dos primeros cursos. Terminé la carrera en 1961 y poco antes de acabar me ofrecieron marchar a Holanda para aprender a hacer pruebas de función pulmonar, algo que en España era desconocido. Fui como médico visitante, sin cobrar. Luego me hicieron asistente. Estuve allí casi cinco años. Después hice un curso en Londres y regresé a Madrid. Mi mentor era el jefe de Cirugía del Hospital General de Madrid. En 1970 se inauguró el Instituto de Silicosis de Oviedo y necesitaban a alguien para el servicio de Fisiología Respiratoria. Había poca gente formada en España y me lo propusieron. Llegué soltero, sin conocer a nadie. Las únicas imágenes que tenía de Asturias eran las de las piraguas del Sella y el tren fluvial, que salían en el No-Do. En el Instituto de Silicosis se dio una conjunción de factores. Dependía de un fondo compensador de enfermedades profesionales que tenía mucho dinero y todo se hizo al más alto nivel, con equipos alemanes que eran los mejores que había. Me jubilé en 2006, después de 36 años de carrera, tras haber sido director dos años y profesor de la Facultad de Medicina".

La gran labor de la Sociedad Filarmónica. "Mi mujer y yo somos miembros de la Sociedad Filarmónica de Oviedo desde hace muchos años. El presidente de la entidad, Jaime Álvarez-Buylla, fue el jefe de mi mujer, y mantenemos una buena amistad. Asistimos a todos los conciertos, y algo que echamos de menos es la presencia de gente joven. Somos todos bastante veteranos. Nuestra Sociedad podría ser un buen instrumento para promover la música entre los niños. La Filarmónica es una institución fundamental en Oviedo y no podemos dejar que se extinga ni desaparezca. Tiene una historia increíble. Por ella han pasado figuras como el pianista Arthur Rubinstein".

Mayor atención a las bandas sonoras y a la música española. "Un buen modo de promocionar la música entre los jóvenes sería potenciar conciertos con música de películas, que poco a poco va convirtiéndose en clásica. Quién no recuerda las bandas sonoras de 'West Side Story', 'La Misión' o 'La Guerra de las Galaxias', o algunas del Oeste. Todo eso se seguirá interpretando dentro de 30 años. También hay que fomentar la buena música española, que siempre ha sido una especie de cenicienta y es una pena, porque hay obras interesantes".

Compartir el artículo

stats