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Más que centenarias en el Naranco

Celia Carrio, a punto de cumplir 105 años, y Mercedes López, que va camino de los 104, son las decanas de Nuestra Señora del Rosario

Más de un siglo a sus espaldas. Pasaron de los cien años con buena cabeza, sentido del humor e infinidad de recuerdos que atesoran guardados en su memoria, y que sólo los sacan a relucir cuando les parece. Celia Carrio Lagar cumplirá 105 años el próximo mes; y Mercedes López Llerín, 104 el 15 de octubre. Es decir, que vivieron las dos guerras mundiales y la guerra civil española.

La primera, nacida en Infiesto pero con el corazón en Celorio, y la segunda vino al mundo en la aldea lucense de Vilaseca, pero sus recuerdos están repartidos por medio mundo. Las dos viven en la residencia Nuestra Señora del Rosario, de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en la falda del ovetense monte Naranco.

Celia Carrio, de expresión alegre y siempre con una sonrisa, transmite optimismo. "No me falta nada y las monjas y las compañeras son de lo mejor. Estoy en la gloria, como una marquesa, pero eso sí, últimamente oigo algo mal". Por eso dice que no ve la televisión, y que las horas las dedica a leer, "todos los días LA NUEVA ESPAÑA y también alguna revista".

Hasta hace tres años tejía, siempre lo hizo, pero la movilidad de los dedos ya no le permite practicar la que fue su gran afición durante tres cuartos de siglo. "No sé cuántas colchas pude hacer, ni cuántos jerséis para mis hijos, que muchas veces los deshacía para hacer otros nuevos mezclando colores".

Y van apareciendo recuerdos y más recuerdos. Cuando habla de los años vividos en Celorio, de donde era su marido, ferroviario, se le iluminan los ojos. Él, trabajando en el ferrocarril Económicos, en la línea Oviedo-Llanes; y ella atendiendo a los hijos y trabajando el campo "para que nunca faltara nada a la hora de comer", como así fue.

"Aunque trabajar la tierra es duro siempre me gustó sembrar patatas, alubias y maíz, porque sabía que era para que comiera mi familia, y lo que sobraba para venderlo en el mercado de Llanes para ganar unas pesetas". Una mujer que se superó a lo largo de su vida pese a las adversidades. Nunca quiso ser dependiente. Hasta cuando tenía que utilizar un andador y vivía sola en un primer piso sin ascensor. Siempre quiso vivir a su aire y valerse por ella misma. Y fue ella la que , por voluntad propia, decidió que había llegado el momento de cambiar su forma de vida e ingrear en la residencia. A su lado Mercedes López, también en silla de ruedas, comenzaba a recordar lo que fue su vida, que es digna de una película. Con quince años se marchó a trabajar como sirvienta a Argentina, donde tenía familia. "Empecé a trabajar en la casa más rica de la ciudad, la de los Harrington, una familia irlandesa para la que trabajábamos catorce criados". Estuvo cinco años.

En un viaje a España uno de sus tíos, que hizo una gran Casa en Grandas de Salime, la animó a ir con él a Cuba, donde tenía negocios. Y para La Habana partió en el trasatlántico "Cristóbal Colón".

Al desembarcar el destino le llevó a trabajar en casa de Imperio Argentina, actriz, cantante y bailarina famosa, para cuidar a su hijo Floriancito. Al poco tiempo, a la gran artista le salió un contrato para rodar dos películas nada menos que en la capital alemana de Berlín, en pleno apogeo de Hitler: "Carmen, la de Triana" y "La canción de Aixa".

De regreso a España decidió cambiar de aires y empezó a trabajar en la residencia de los condes de Jacarilla, en San Sebastián, y después en la de Madrid. Tras cinco años se le presentó la oportunidad de regresar a Cuba para trabajar en la residencia del embajador de España. Le parece que fue en el año 1947. En la embajada conoció a una de las mujeres más rica de Cuba, Lila Hidalgo de Conil, que la animó a trabajar en su mansión junto a veintidós asistentes .

Años después de La Habana se fue para la localidad suiza de Laussanne para trabajar en la residencia de la acaudalada Leonor María Angulo Pérez de la Riva, muy cerca de donde vivía la reina Victoria Eugenia, en Villa Fontán. "La veía todos los domingos en misa", recuerda con nostalgia. En suiza vivió veintiséis años. El destino hizo que sus últimos días los pase en Oviedo tras recorrer medio mundo.

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