Hace años que las llaves del consultorio están en la farmacia de al lado, en la que trabaja el farmacéutico Eduardo Arnáez junto a la titular del negocio, su madre, María Fernández. "Nosotros somos los que abrimos la puerta un poco antes de que venga el médico para que puedan ir entrando los pacientes. Siempre hemos tenido un juego de llaves", asegura el joven. "Abrimos si viene la señora de la limpieza, si hay que revisar los extintores... En fin, procuramos hacer todo lo que podemos porque lógicamente no queremos que el centro acabe cerrando, pero ha llegado un punto en el que no se puede aguantar más".

La implicación y, en cierta manera, la responsabilidad del farmacéutico es tal que ha llevado "hasta un radiador" al centro de salud y se esmera en calentar la sala cuando llega la época de frío. "Cuando cerramos la farmacia me paso por allí y dejo los radiadores encendidos para que al día siguiente los pacientes no pasen frío. A veces los médicos llegan tarde y se pasan ahí mucho tiempo", dice. Pero, en su opinión, "la culpa no es ni mucho menos de los médicos porque andan desbordados. Ellos hacen todo lo que pueden, el problema se presenta porque los responsables de las administraciones no hacen nada por solucionarlo".

Los vecinos afirman que cada día que hay médico la lista de pacientes no puede exceder de cinco. "A veces hay gente que sólo tiene que tomar la tensión y para que otro no se quede sin consulta se lo hacemos nosotros gratis. Hay gente que tiene que ponerse inyecciones durante una semana y me han llegado a pedir que les pinche, pero esa no es mi labor", afirma Arnáez.