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La decepción del teatro argentino

El espectáculo se situaba en el Campo de Maniobras por San Mateo y la Ascensión

Atracciones infantiles en La Corredoria, en una imagen de archivo.

Los años sesenta del pasado siglo no se encuentran tan lejos de nuestra memoria. ¿Se acuerdan del llamado Campo de Maniobras? Hoy todo aquel terreno ya está edificado. Entonces allí se instalaban las vulgarmente llamadas "barracas", que de vulgares poco tenían y que siempre venían por la Ascensión y San Mateo.

Había de todo: churrerías; tiro al blanco con escopetas manipuladas para acertar poco o nada a la diana; tómbolas con rifas muy curiosas, que lo mismo regalaban un muñeco de peluche que una lavadora de color verde que realmente era un hermoso y gran cubo para llenarlo de agua y luego lavar la ropa a mano; bastantes carruseles para niños pequeños y otros grandes para mayores; pistas de coches de choque; una noria, otra de vaivén y el sorteo de pequeños premios cuando gritaba el dueño de la atracción "ya está la rata debajo de la lata", poniendo en medio de la ruleta a un hámster que simulaba a un ratoncito y salía disparado hacia cualquiera de los huecos que salía premiado. Así, entre unas cosas y otras, llegábamos a la parte alta del Campo de Maniobras, donde solían instalarse los circos y, como no, el Teatro Argentino.

Aquel teatro llamaba mucho la atención, porque en una plataforma exterior solía ponerse un payaso a cantar. Recuerdo aún hoy un estribillo de su canción: "toca la bocina, mec, mec, toca la bocina, a las mujeres les gusta la gasolina". A mis catorce años siempre me apetecía ver la función del referido teatro, pero con mi corta edad lógicamente no me dejaban entrar. Ya con 16 años, el carné de identidad en la mano y diez duros en el bolsillo, me acerqué a la taquilla y pedí una entrada de "silla".

Con una gran vergüenza por si me viese algún conocido, entré y tomé asiento en las últimas filas, procurando que no me reconociese persona alguna, con el cuello de la gabardina subido.

Comenzó el espectáculo y, nunca mejor dicho, el espectáculo se organizó con los espectadores situados en los laterales del escenario y en las gradas. Gritaban como energúmenos y decían barbaridades que llegaron a sonrojarme. Empecé a encontrarme mal e incómodo, hasta que llegó un momento en el que un servidor dio por finalizado aquel, para mí, vergonzante espectáculo, me levanté y me fui.

Nunca en mi vida fui consciente de un dinero tan tirado como el pagado por aquel deseado teatro de mis años mozos: inolvidable.

Años después y animado por unos compañeros de pensión fui al Teatro Chino y ya me encontré con algo diferente que me gustó bastante más.

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