La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los cultivos del Paraíso

Tomillo, la planta total

Las matas, que nacen de forma espontánea en las zonas más secas de España, también se dan en macetas

Ramas de tomillo. Pelayo Fernández

La carreterina descendía camino del valle de Hita. Y allí, en aquella curva, medio tapado por la maleza apareció del portón enrejado. En uno de los pilares un azulejo decía: "La Mata". Era la casa que buscaba, en ella Manuel Leguineche había escrito su libro fundamental: "La felicidad de la tierra".

Un azor cruzó el aire veloz hundiéndose en la Alcarria, en medio de un silencio envuelto en olor a tomillo; y recordé la historia de Ricardo. Pero hablemos primero del tomillo.

El género Thymus está formado por un puñado de especies, todas consideradas tomillo. En la España seca nacen de forma espontánea, pero cualquiera puede tener su mata en un jardín cantábrico, o en un simple tiesto de su ventana, siempre que mire al sur. Su cultivo es muy simple. A últimos de invierno coloque unas semillas -pocas-, apenas cubiertas. Se encuentran sin dificultad en el mercado. Riegue algo, más para asentar la tierra que otra cosa, y olvídese. Tres o cuatro meses después podrá cortar sus ramas verdes, o arrancar la planta. Déjela secar al sol. Y ya está. Si decide cultivarlas profesionalmente siémbrelas en línea en un marco de 80 x 25, más o menos. Y haga las mismas operaciones. Es una planta muy rústica, no tendrá problemas importantes, salvo que se cruce en su vida una oveja hambrienta. De sus virtudes gastronómicas poco hay que decir, y en cuanto a salud es conocido que puede aliviar su digestión pesada, o su asma o bronquitis incipiente con una infusión de tomillo, miel y limón. Será su propio jarabe. Todo ello se debe al timol, aceite esencial que se encuentra en el tomillo y el orégano, principio broncodilatador y beneficioso, salvo en exceso, como todo en la vida.

Ricardo era compañero de curso en León. De Villaviciosa. Buen chaval pero un poco asno. Dividía a los españoles en cuatro grupos: norteños -en los que incluía a navarros, riojanos y aragoneses-, cazurros, andaluces y fenicios.

Estos tres últimos llenos de defectos, por supuesto. Razas inferiores sin entrar en más detalles. Él, otros dos colegas -carbayón uno, langreano el otro- y yo vivíamos en la casa que mis padres, como tantos asturianos, tenían en San Andrés del Rabanedo, al lado de León, y discutíamos mucho con Ricardo por su sectarismo aldeano. No entendía que todo el mundo era igual, y que la grandeza se lograba individualmente, sin influencia ninguna del paralelo o meridiano en el que tocase nacer. Pero nada, según él, África empezaba en Busdongo, aunque reconocía cierta asturianidad a la tienda-bar de El Maragato, sin duda por sus magníficas tapas de chorizo sobre papel de estraza.

Pero un día todo cambió. De pronto lo castellano era extraordinario. No había poesía como la de la llanura con la espadaña de un pueblo en la raya del horizonte, ni colores como los del trigo madurando. En lugar de azúcar comenzó a usar miel. Y cosas así de chocantes. Del Ku Klux Klan había pasado a la Mesta

Un sábado llegó a casa con Angustias, una compañera de segundo curso, morena con ojos negros. Guapísima. Era de un pueblo cercano a Brihuega, en plena Alcarria, y la llamábamos "Dulce miel". Nos pusimos tibios de envidia cuando después de cenar, supimos que se quedaba a dormir con Ricardo. Nosotros tres, gañanes más célibes que un poste de la luz, emborrachándonos, nos envolvimos en una crítica demoledora y ácida ante la falta de principios de aquel apóstata de asturianía.

Casi todos los domingos preparábamos fabada, el plato patrio. A la mañana siguiente el miserable se levantó feliz. El tonto de él llevó el desayuno a la cama "a la su gatina". Al compañero de Langreo lo tuve que frenar. Aquel domingo le tocaba a aquel desgraciado preparar la fabada. Lo hicieron juntos él y la su cazurrina del alma.

Todo estalló al probar la fabada: el tonto de baba había echado a les fabes tomillo.

No hizo falta más: Ricardo fue expulsado. Y es que, en contra del refrán, en el país de los ciegos al tuerto no lo hacen rey, si pueden lo matan.

Compartir el artículo

stats