Fueron setenta minutos mágicos. Con la Catedral como testigo y todos los que abarrotaron la plaza totalmente entregados al concierto. Marzio Conti se despidió ayer de la orquesta Oviedo Filarmonía acompañado por los coros de la Ópera y la Fundación Princesa. A los mandos de cien voces, entre las que destacaron la soprano Beatriz Díaz, el contratenor Xavier Sabata y el baritono Javier Franco, un Conti enérgico unos ratos y calmado otros, fue fiel reflejo de la música que conquistó desde el escenario las sensaciones de los miles que se acercaron a escuchar los célebre "Carmina Burana" de Carl Orff. Era una prórroga de la noche de San Juan que sirvió también para celebrar el 125 aniversario del teatro Campoamor. Y para despedir al que ha sido director de Oviedo Filarmonía desde 2011.

Y el italiano dijo adiós a lo grande y dos veces. La primera, de palabra. Después de recibir la medalla de oro que le impusieron el alcalde de Oviedo, Wenceslao López (PSOE), y los concejales Ana Taboada (Somos) y Roberto Sánchez Ramos (IU). Una vez recibido el galardón, Marzio Conti repartió gracias para instituciones y políticos. Pero, sobre todo, se rindió "a vosotros, a la ciudad" en la que deja "un montón de amigos". Antes de arrancar bromeó con que el público, que ocupó las mil sillas que colocó el consistorio y se mantuvo firme en la plaza, en la que muchos más siguieron el recital de pie que sentados: "Vamos a dar un concierto que realmente va a ser un ensayo general porque... ¿Cómo se dice en asturiano? Esta mañana orbayaba".

Dejó un breve instante de silencio para compartir las risas de los asistentes y se quitó de nuevo el sombrero ante Oviedo: "Gracias de todo corazón por estos siete años. Para mí ha sido fantástico".

Y comenzó después su despedida, la musical. La que alargará su recuerdo durante las próximas décadas. El poema "O Fortuna" que abre los "Carmina Burana", una de las composiciones clásicas más conocidas y utilizada en películas como "Excalibur" abrió la interpretación de la cantata de Carl Orff y logró que el público se enganchase desde el primer momento.

Solo los curiosos que pasaban por la zona camino de otro lugar abandonaron el patio de butacas en el que se convirtió el corazón de Oviedo tras los primeros minutos de espectáculo. El resto, la inmensa mayoría, aguantaron con un gusto que reflejaban sus caras y sus comentarios, hasta el final. Y lo hicieron en un silencio que hizo honor a la altura de las voces, la música y la dirección en la que ni siquiera hizo mella el murmullo de los bares más próximos a la plaza.

Porque cada vez que la música se detenía un instante, la plaza se cargaba de aplausos. Y si Marzio Conti se pasó setenta minutos ordenando con sus enérgicos movimientos la melodía, otros tantos se hubiera pasado el público aplaudiendo a todos los que pisaron el escenario si no hubiesen recogido. De hecho, el director tuvo que volver tres veces a escena y hacer que "O Fortuna" sonase una última vez frente a la Catedral.

Terminó la propina para recibir más aplausos. Se fue, y otras dos veces tuvo que regresar para saludar con las manos en alto. Cuando dejó finalmente el escenario lo hizo aún entre vítores que sirvieron para decir bravo, para dar las gracias y para gritar hasta pronto a Marzio Conti tras seis años de carrera en Oviedo.