La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los Sábados, Fontán

Pizzas y casadiellas, relevo para los campesinos de la plaza

Las "casillas" pensadas hace 225 años como tiendas y almacenes perviven adaptadas a los tiempos | "Es una de las mejores zonas de Oviedo", dicen los comerciantes

Durante décadas, mucha gente de las aldeas bajaba a Oviedo para vender en el Fontán los productos de sus tierras. Iban en carros o andando, a veces a caballo. Y no volvían de vacío, porque el viaje servía también para comprar todo lo que no podían encontrar en el pueblo. Fue hace 225 años cuando surgieron esas primeras tiendas, pensadas como "casillas" por el arquitecto municipal Francisco Pruneda, cuando recibió el encargo de diseñar un lugar que diera cabida a los vendedores. Un centro comercial de hace más de dos siglos.

Concebidas como tienda y almacén el paso del tiempo ha cincelado en silencio un cambio profundo en la fisonomía interior de la plaza. Por fuera conserva un aspecto similar, a pesar de la polémica reforma de 1999. Por dentro, se ha ido adaptando a los cambios y aquellos campesino han quedado desplazados por comerciantes que ofrecen al turista y también a los vecinos de toda la vida moda, souvenirs o comida. Hasta las pizzas se han hecho hueco entre las verduras que dominaron la zona como producto alimentario y aún se venden en los mercados de los jueves y sábados.

Tras abrir un negocio de hostelería en uno de los costados de la calle Fierro, que tomó el nombre de los herreros que en su día la poblaban, Esteban Figoli se decidió a montar el pasado diciembre una pizzería justo enfrente de su cafetería. Nació en Buenos Aires pero sus raíces están en la región en la que hoy se gana la vida. Su madre, natural de Libardón (Colunga), cruzó su vida con la de un genovés. Un matrimonio del que heredan la localización y el producto principal la nueva pizzería italiana de uno de los barrios más representativos de Asturias que ejerce, además, como alma del casco antiguo de Oviedo. En su "casilla", Esteban Figoli vende un producto que elabora con mimo en el obrador situado bajo su tienda, siempre con productos que llegan desde Italia. Para llegar con el reparto a todos los puntos de la ciudad, asimismo, el negocio se sirve de bicicletas eléctricas. "Se vende muy bien y siempre hay mucha gente. Más aún en verano con los turistas".

Entre los nuevos emprendedores están las hermanas Ana y Natalia Izquierdo, que montaron hace un par de años una tienda de calzado con las estanterías llenas de zapatillas en invierno y de alpargatas en verano. Cuentan, además, con el asesoramiento de la gerente de una clásica zapatería del Fontán, "la de Emilita", que cerró después de la jubilación de su dueña, amiga de la familia. Una situación que puso a las hermanas Izquierdo en un aprieto. "Nos volvimos locas buscando alpargatas todo el verano y decidimos lanzarnos a abrir el negocio aquí mismo en la plaza, cerca de donde las comprábamos antes", comentan tras el mostrador de su tienda las propietarias del negocio, que provienen de una familia de emprendedores y echan también una mano en la agencia de viajes de sus padres, fundada por su abuelo. El calzado que no exponen, lo guardan en el sótano, diseñado hace 225 años para las tiendas que iniciaron la historia comercial del Fontán pudieran usarlo como almacén. Intentan llevar su negocio a internet. Pero no es fácil: "Este es un edificio protegido y el cable tienen que dar mil vueltas para entrar en el negocio porque no puede pasar por la fachada".

Las últimas novedades del Fontán conviven con iniciativas de más solera, como la de Concepción Suárez, que se fue de General Elorza cuando derribaron el edificio que albergaba su negocio. Salió de unas obras que empezaban y se metió en otras que concluían. Llegó al Fontán tras la reconstrucción de 1999 para dar un lavado de cara a la zona y montó una tienda de diseño y confección de moda infantil. "Por las tardes esto se llena de niños", dice la comerciante. Crea piezas a medida que algunos visitantes del Antiguo se han llevado incluso a Chile o Puerto Rico. "Yo misma tomo las medidas y elaboro las prendas", cuenta Concepción Suárez. Frente a ella se encuentra la pastelería de Montserrat Faes, donde el olor a carbayones y frixuelos saluda a todo aquel que pasa junto a la puerta. "La crisis se ha notado", dice la repostera, que elabora los productos bajo la tienda en la que los vende, y que ha notado también la llegada a la plaza Daoiz y Velarde de las grandes superficies de la alimentación. La gerente recuerda con especial cariño la visita que le hizo el escritor Arthur Miller para comerse una casadiella en 2002, cuando vino a Oviedo a recoger su Premio Príncipe de Asturias. "Qué lástima que no tenía aquí una cámara", señala impactada por el recuerdo de la altura de tan distinguido cliente: "Menudo cacho señor". Tras el mostrador, luce con elegancia unos pantalones a rayas y una blusa blanca, a juego con el gorro que le cubre el cabello mientras prepara bollos preñaos, suspiros y tartas. "Todo de la plaza, porque yo compro siempre a mis vecinos", explica mientras hace patria comercial. Está en el Fontán desde 1999, igual que Antonio Arias, que entonces abrió en los soportales, al pie de Daoiz y Velarde, una tienda de souvenirs.

"Vendo recuerdos de todo tipo y tengo muchas cosas hechas a mano. También hay algo chino, pero poco", dice el comerciante, que llegó al Fontán para reciclarse profesionalmente y dejar atrás el sector de la hostelería. Recibe en su tienda a multitud de turistas, que se llevan un poco de todo, y que justifican su fama de adictos a la cámara. "Los hay que sacan fotos hasta de postales", cuenta con una sonrisa Antonio Arias. Unos clientes muy distintos a aquellos aldeanos que trajeron durante décadas a la ciudad los productos del campo para vendérselos a los ovetenses. Un cambio en los compradores que ha dado un nuevo color al Fontán y que han aprovechado los emprendedores para abrir en la plaza negocios que mantienen la vida comercial del corazón del Antiguo.

Compartir el artículo

stats