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arquitectA y profesora de urbanismo en la universidad politécnica de madrid | MARCOLINA MARTÍNEZ DEL RÍO

"En Arquitectura éramos tres chicas en clase y estudiábamos como fieras"

"Mis hijas y yo salimos a la vez de Asturias, y cuando estoy tomando el bocata en Villardefrades ellas me llaman desde Londres o Zurich"

Marcolina Martínez del Río, en el Campo San Francisco. Ruben Vega

María Nicolasa Martínez del Río, Marcolina para sus conocidos, nació en Oviedo y tras estudiar en las Dominicas y en la Asunción de Gijón, inició la aventura de matricularse en Arquitectura, en una España en la que la mujer aún no tenía los mismos derechos que el hombre. El camino fue duro, pero ella asegura que mereció la pena.

Una sólida educación. "Estudié en las Dominicas de Oviedo y después interna en la Asunción de Gijón, donde me dieron valores muy importantes y una educación rigurosa en cuanto a comportamiento. Tengo dos hermanos, también arquitectos. Para mi fue muy importante la figura de mi madre, Maruja del Río, que siempre insistió en que yo también estudiase arquitectura. Fue una mujer muy inteligente, muy elegante, que no hizo carrera, pero quería que su hija diese el salto a una profesión entonces destinada a los hombres. Convenció a mi padre para que me fuera Madrid, a mediados de los años sesenta. En clase éramos dos o tres chicas. La verdad es que ellos ni nos miraban. Todo el mundo estaba muy estresado para conseguir aprobar. Análisis de Formas era el gran hueso. A mi también me costó pasar la asignatura. Nos preparábamos en academias especializadas para el ingreso y las asignaturas básicas".

Los viajes al extranjero y el flechazo con la vanguardia. "En verano mi madre me daba dinero a escondidas y viajaba al extranjero para ver cosas que en España eran una tremenda novedad. Recorrí toda Europa casi como mochilera. Me entusiasmó Suecia y el resto de los países nórdicos. Visité las obras de Alvar Aalto, Mies van der Rohe y Le Corbusier. Esos viajes me enseñaron a resistir, algo importante para una chica que venía de una pequeña capital de provincia. También me gustaban los nuevos aires que se respiraban en la Universidad. No me resultaron extraños porque la formación que me dieron las monjas fue de vanguardia. En el colegio se valoraba mucho la personalidad y la capacidad para buscar nuevos recursos e investigar. Durante toda la carrera viví en colegios mayores. Estudiábamos como fieras. Fue una etapa muy bonita, en la que conocí a muchas chicas de otras carreras. Todo ese contacto fue muy enriquecedor. Me dieron clase figuras como Sáenz de Oiza y Carbajal, y otros arquitectos excelentes que nos condujeron por ese camino de vanguardia".

El primer estudio en la calle Fuencarral. "Terminé la carrera en 1976 y ya casada monté un pequeño estudio en la calle Fuencarral. Hice algunas obras y de forma paralela intenté encontrar trabajo en empresas. Fue imposible. No tenía padrinos y encima era una chica. Eso sí, nunca renuncié a mi independencia y estoy muy orgullosa de ello. Entonces intenté entrar en la Escuela y me aceptaron como becaria en el departamento de Urbanismo. Me animaron a hacer la tesis y la hice sobre modelos y formas de asentamientos rurales a lo largo del río Nalón. Investigué mucho en los pueblos y vi la relación que existía con las rutas romanas. Eso me ayudó en muchos trabajos. A la tercera conseguí la plaza de titular de Urbanismo. Fui la primera mujer en el Departamento. Para entonces ya tenía a mis hijas, las gemelas Andrea y Paula, que también son arquitectas y trabajan fuera de España.

Profesión, familia y el regreso a Oviedo. "Fue duro compaginar la vida familiar con la profesión, pero tampoco me considero una heroína. Mis padres enfermaron. Aquello coincidió con la crisis de los ochenta. Entonces cerré el estudio de Madrid y abrí otro en Oviedo. En la Universidad cogí dedicación parcial y daba clases dos días a la semana. Así estuve muchos años".

Orgullo de madre. "Mis hijas quisieron hacer arquitectura y a mi me encantó la idea. Mi marido y yo procuramos que tuvieran una formación excelente. Salieron al extranjero desde pequeñas y les inculcamos una mentalidad muy abierta. Me hace gracia porque muchos fines de semana salimos las tres a la vez de Oviedo y mientras yo tomo el bocata en Villardefrades ellas me llaman desde su casa en Londres o Zurich. Lo que mas me costó quizá fue aceptar algunos modos de vida que eran normales en las chicas. Con el tiempo aprendes que tienes que adaptarte al medio físico y social".

El paso veloz de los años. "Estos años me han pasado rápido. Es importante devolver a la sociedad lo mucho que me ha dado. Estoy agradecida a la vida. No puedo irme a Burundi pero sí transmitir a mis alumnos ideas. La arquitectura española tiene un nivel muy alto. Yo lo noto con los estudiantes extranjeros. La formación de muchos es deficiente. Siempre digo que hay que ser pesada con gracia. Lo aprendí cuando no me hacían caso en las obras. Formo parte del Colegio de Arquitectos de Oviedo, que tiene una gran preocupación por abrirse a otros colectivos y dar un servicio eficiente a la sociedad".

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