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Cuarenta años del expolio de la Cámara Santa

Una dinastía joyera bajo el signo de la cruz

Los Álvarez tuvieron en sus manos el destino de los tesoros de la Catedral en los años 40, antes de la visita de Francisco Franco, y tras el robo del 77

Los restos de oro y piedras a los que el ladrón redujo las joyas de la Catedral. LNE

Dos trozos del mango de un paraguas, un cristal de una botella de sidra y otro de un frasco de medicinas, una escoria de una calefacción. La Cruz de la Victoria, símbolo de Asturias y de la Reconquista, fue perdiendo lustre a lo largo de la historia. Pedro Álvarez trabajó en ella en los años 40 y la restauró antes de que el Caudillo la pasease por Oviedo en una ceremonia de exaltación nacional. Su hijo, Carlos, cuenta que el orfebre encontró pocas gemas originales y mucha morralla. Debió ir engarzándose en la cruz poco a poco, para reparar con ingenio y picardía, la desaparición de las gemas que la alhajaban. Pedro fue el primero de los Álvarez en trabajar en la Cruz de la Victoria; años después, en los 70, lo hizo su hijo Carlos, que reparó el desaguisado perpetrado por el ladrón de la Cámara Santa: las cruces, la de la Victoria y la de los Ángeles, desmigajadas y la Caja de las Ágatas arrasada.

Carlos Álvarez reconoce que, de todos los encargos que ha acometido a lo largo de su vida laboral, el de restaurar las joyas de la Cámara Santa tras el expolio del 77 es el que más satisfacción le ha dado y del que se siente "más contento". Cada vez que entra en la Cámara Santa y contempla las cruces piensa que él es uno de los responsables de que sigan allí.

Las leyendas que se engarzan en la historia de las cruces de Oviedo llegan hasta la época contemporánea y los Álvarez forman parte de ellas. Al taller que Pedro Álvarez tenía en la calle Uría llegó en los años 40 una mujer. Traía una caja llena de piedras, "la caja del milagro" la llamaban después. Fue contando que sus sobrinas solían jugar con ellas y que tenía curiosidad por saber si tenían algún valor. En aquellos años de escasez, en plena postguerra, no era fácil conseguir las piedras que se necesitaban para restaurar la Cruz de la Victoria y en el taller de Pedro Álvarez, que por aquel entonces andaba con esa encomienda, pensaron en la posibilidad de usar para ello las que la mujer les había traído. Fueron probándolas una a una y milagro: muchas encajaban a la perfección.

El orfebre cuenta que años después de la misteriosa aparición de aquella mujer, en una inesperada carambola del destino, averiguó su nombre, Tomaida Cuesta Vega, y alguien le dijo que era hermana de un canónigo de la Catedral.

Carlos Álvarez explica que, vistas hoy en día, las de la Cruz de la Victoria no son piedras en absoluto excepcionales. Sí merecían ese calificativo, por su rareza, en la época en la que fueron adheridas a la Cruz de Pelayo, en el siglo IX: amatistas, granates, zafiros, distintas variedades de cuarzo. Con el descubrimiento de nuevos mundos en ultramar, con sus minas de diamantes y piedras preciosas, su valor decayó.

Tras el saqueo de la Cámara Santa, lo que llegó al taller de Carlos Álvarez no era más que un amasijo de oro y un montón de piedras y esmaltes. El Instituto de Patrimonio Nacional, que dependía del Ministerio de Cultura y que inicialmente financiaba la restauración, dictaminó en un informe que la Cruz de los Ángeles era "irrecuperable". Carlos Álvarez y los profesionales de su taller lo desmintieron. La restauración duró siete años. La Cruz de la Victoria estuvo acabada en 1982 pero la de los Ángeles y la Caja de las Ágatas tardaron más, hasta 1988. Carlos Álvarez no escatimó en tiempo: "Un mes más o menos, dentro de quinientos años nadie va a preguntar por eso".

Manipulando la Cruz de la Victoria, el joyero ovetense llegó a la conclusión de que en ella "lo más interesante, desde el punto de vista histórico, es la madera (roble autóctono, lo que corrobora la descripción de las crónicas regias) y, desde el punto de vista artístico, los esmaltes". Estos últimos son un espejo de la creación, con un primer círculo vegetal y a su alrededor todo un mundo de animales. Son, y eso constituye un cualidad singularísima, "los primeros esmaltes tabicados que se hicieron en España". Esa es una de las muchas curiosidades acerca de las joyas de la Cámara Santa.

La restauración de las cruces y la Caja de las Ágatas culminó con una ceremonia solemne en la Catedral y una exposición en la girola de la basílica, por la que pasaron los Reyes de España, Juan Carlos y Doña Sofía. Habían transcurrido entonces siete años desde el robo y en la reconstrucción de las tres piezas, según su autor, se habían invertido treinta millones de pesetas.

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