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El gato que no cazaba ratones

"Cuco", el minino que estaba en casa para espantar roedores atraídos por el almacén de coloniales del edificio, desistió de su misión ante la primera amenaza

El gato que no cazaba ratones

Nuestra casa de la calle Asturias era grande y bien aprovechada. Tenía 220 metros cuadrados, entre los que contaba un pasillo de 10 metros de largo por 1,75 de ancho y una galería de 4 metros por 2 de ancha. Al final de esta galería había un pequeño cuarto, próximo al comedor, que llamábamos despensa. Y aquí comienza mi historia de hoy.

Debo de hacer un pequeño prólogo, para tener en cuenta que las ventanas de la referida galería daban a un gran patio abierto, desde donde se observaba el Hospicio Provincial y gran parte de la calle Independencia. Pero delante de nuestras ventanas, sin que nos quitasen vistas ni luz, había un tejado de pizarra del almacén de coloniales de los Hermanos Valentín Gutiérrez, que exteriormente ocupaban el final de la calle Asturias y gran parte de la esquina que daba a la calle Independencia, con vías para carga y descarga a la estación del Norte.

Volviendo a nuestra original historieta de hoy, habían prevenido a mis padres de que ante el hecho de tener aquel gran almacén de coloniales en sus bajos, era recomendable tener un gato, pues un felino evitaba la presencia de posibles ratones. Y así fue. En mi casa siempre hubo un gato. Del primero no recuerdo, porque sería muy pequeño, pero sí del segundo y último, que yo bauticé con el nombre de "Cuco".

A "Cuco" lo trajeron siendo muy pequeño, así que mi madre fue la adiestradora, o educadora del gato. Enseguida se amoldó a las costumbres caseras. Hacía sus necesidades en un gran cajón donde había carbón y sin que nadie le hubiese dicho nada, "Cuco" tapaba los excrementos con el propio carbón. Otra cosa que nadie le había enseñado, de vez en cuando se acercaba al balcón, donde había unos geranios y se comía unas cuantas hojas. Mi madre me decía que era su purga.

"Cuco" era uno más de la familia. Comía las sobras de las lentejas, de los garbanzos, de cualquier cosa que comiésemos nosotros y, además, mi madre siempre le ponía un pequeño plato de leche que él lamía a gran velocidad. Ah y dormía en la meseta al lado de La Cocina.

Más un día, mi hermano fue a buscar algo a la despensa y el susto que llevó fue mayúsculo, la cabeza de un pequeño ratón asomaba por el suelo. No lo dudó, se fue a La Cocina, cogió al gato y lo puso enfrente del ratón. Este ni se inmutó, pero "Cuco" dio un salto hacia arriba, puso el rabo como si fuese una antena, soltó un maullido, dio media vuelta y se largó para la cocina. Mi hermano se dijo: "vaya mierda de gato". Después, el ratón desapareció por el mismo agujero por donde había aparecido, momento por el que aprovechamos para taparlo con masilla.

A "Cuco" le habíamos enseñado muchas cosas menos a cazar ratones.

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