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Los Sábados, Fontán

Los puestos del Fontán, un asunto de familia y tradición comercial

Carniceros, pescaderos y fruteros conocieron en su infancia los negocios de padres y abuelos y despachan ahora tras el mostrador

Azucena Suárez, tras el mostrador de su carnicería. LUISMA MURIAS

Su tatarabuela ya tenía un puesto en la plaza de la Escandalera y su familia mudó después el negocio a Trascorrales, conocido entonces como plaza del Pescado debido a la cantidad de comerciantes que, como los antepasados de Susana Rico, se dedicaban a la venta de este producto. Ella continúa con la saga familiar, que sigue ligada al mar y al cliente sin haberse saltado una sola generación. Trabaja, sin embargo, bajo techo, en el mercado de abastos del Fontán, a donde llegó hace 16 años para ponerse los guantes y la sonrisa y preparar merluzas o rapes para sus clientes. "En mi casa todos nos dedicamos al pescado y cuando nos juntamos siempre acabamos hablando de ello", cuenta Susana Rico, habituada a las conversaciones del ambiente de esta o aquella lonja y a los lamentos por no haber comprado suficiente marisco o demasiadas sardinas. Es una de las herederas de la tradición comercial del Antiguo y recuerda con cariño cómo, durante su infancia, su abuela dejaba un rato el puesto para dar un paseo con ella por la zona.

"El Fontán para nosotros significa mucho, siempre hemos estado en el entorno y esto es nuestro día a día", dice la pescadera, que hace también hincapié en que comerciantes y clientes forman "una gran familia". De ahí la confianza con la que coloca a sus clientes los productos de temporada: "Siempre les doy consejos. 'Llévate la merluza que hoy la tengo muy buena' y ese tipo de cosas". Y aunque la crisis se nota, los herederos del Fontán siguen al pie del cañón, ganándose la vida con oficios que aprendieron en casa y que siguieron de cerca desde pequeños cuando disfrutaban la aventura de visitar a sus padres en el trabajo. "A casi todos los niños les encanta el mercado", dice Susana Rico para resaltar a continuación lo bien que lo pasa su hija, de nueve años, cuando acude a verla y recorre la plaza de abastos. Un paseo que transcurre frente a la tienda de quesos artesanales, embutidos, producto lácteos y legumbres, en la que José Alonso, despacha con la naturalidad que le aporta ser uno de los comerciantes más veteranos.

Como él, varias familias han dejado en el Fontán a los herederos de su genética comercial. Una tradición, la de vender frutas, verduras y carnes, con una larga historia en Oviedo, que ya en siglo XIII recogía en sus ordenanzas la existencia de un mercado para este tipo de productos. Separados durante siglos por todo el Antiguo, carniceros, pescaderos y fruteros terminaron por echar raíces bajo el techo del edificio que ocupa la plaza 19 de Octubre, que afrontó en 1994 una remodelación para dar un nuevo impulso a la estructura que se había levantado en 1885, siguiendo el diseño del arquitecto Javier Aguirre. En el solar del colegio jesuita San Matías, junto a la actual iglesia de San Isidoro, se construyó por aquel entonces un mercado de abastos que figura en el catálogo de edificios protegidos del Ayuntamiento de Oviedo.

Calidad y trato familiar

"Tuve una bisabuela panadera que vendía en el mercado que estaba donde se encuentra el edificio de la Jirafa y mi abuela se vino como carnicera a la plaza 19 de octubre", cuenta Azucena Suárez desde detrás del mostrador de su puesto del mercado de abastos. Detalla que llegó al Fontán tras renegar de los libros, con quince años: "Como no me gustaba estudiar decidí ser carnicera". Un destino, dice, que compartieron muchos hijos de quienes durante años despacharon carne en la plaza y tomaron después el testigo de la tradición familiar. Desde sus inicios, Azucena Suárez atiende a los clientes que acuden al corazón del Antiguo atraídos por la calidad del producto, el trato familiar. "Aquí siempre hay alegría, nos pasamos el día rodeados de gente", dice la carnicera, a la que le cuesta determinar el mejor día de la semana en cuanto a la caja se refiere. "Este jueves, por ejemplo, empezamos a las doce de la mañana a vender. Antes, desde las ocho no parabas", recuerda para explicar después que desde que la crisis económica destrozó el bolsillo de los ovetenses, es difícil saber cuáles son los mejores días de venta. "Puedes tener un lunes divino y un miércoles para morirte y no ver apenas clientes", resalta Azucena Suárez.

Como ella, también José Arbesú siguió los pasos de su familia y regenta una carnicería en el espacio comercial del corazón del Antiguo, para el que el pescadero Manuel Rodríguez reclama plazas para que los compradores puedan dejar el coche. Su padre comenzó como repartidor de pescado y triunfó cuando se decidió a venderlo, una profesión en la que le siguió su hijo. "Deberían haber construido un aparcamiento en el Campillín", señala el comerciante, que trae el 80 por ciento de sus productos de las lonjas de Avilés, Gijón y "otras más pequeñas de todas la costa".

Considera, sin embargo, que agrupar pescaderos, fruteros y carniceros fue una buena decisión, ya que el espacio funciona como centro comercial y atrae a más clientes, que aprovechan para llevarse todo lo que necesitan sin cambiar de espacio. "Vienen mucho por la tradición, por la calidad y por la profesionalidad", dice Manuel Rodríguez enumerando una serie de valores que los comerciantes ovetenses expusieron durante años en la calle y fueron pasando a sus hijos, que las han recogido en la plaza de abastos del Fontán.

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