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La Catedral no siempre tuvo plaza

El incendio de 1521 acabó con la angosta estructura urbana ante la basílica | Con la reconstrucción comenzó un largo proceso, culminado ya en el siglo XX, para lograr el amplio espacio de la actualidad

Plaza de la Catedral. FERNANDO RODRÍGUEZ

Cuando don Fermín de Pas contemplaba la ciudad de Vetusta desde la torre de la Catedral, con su catalejo, veía un panorama urbano bien distinto del que ahora contemplamos desde el mismo sitio:

"Alrededor de la Catedral se extendía, en estrecha zona, el primitivo recinto de Vetusta. Com-prendía lo que llamaba el barrio de La Encimada y dominaba todo el pueblo que se había ido estirando por el noroeste y el sudoeste. Desde la torre se veía, en algunos patios y jardines de casas viejas y ruinosas, restos de la antigua muralla, convertidos en terrados o paredes medianeras, entre huertos y corrales. La Encimada era el barrio noble y el barrio pobre de Vetusta. Los más linajudos y los más andrajosos vivían allí, cerca unos de otros, aquellos a sus anchas, los otros apiñados. El buen vetustense era de la Encimada. Algunos fatuos estimaban en mucho la propiedad de una casa, por miserable que fuera, en la parte alta de la ciudad, a la sombra de la catedral. El magistral veía a sus pies el barrio linajudo compuesto por caserones con ínfulas de palacios; conventos grandes como pueblos y tugurios, donde se amontonaba la plebe vetustense, demasiado pobre para poder habitar las barriadas nuevas allá abajo, en el campo del Sol".

Ni en estos párrafos ni en los siguientes señala Clarín la existencia de una plaza, que evidentemente no había entonces; lo que destaca insistentemente es justamente lo contrario, lo apiñado del caserío en el que se mezclan los palacios y las casas modestas, tal como era en la realidad. Actualmente, la mirada de quien contemple la ciudad desde la torre de la Catedral verá en primer término precisamente el gran rectángulo de la plaza.

El resto de la panorámica no ha cambiado sustancialmente. Permanecen, en general, los rojizos tejados abigarrados y las calles estrechas y tortuosas, como corresponde a un viejísimo entramado urbano, limitado por la cerca, todo casi como lo vería el magistral.

Parece fácil, visto con ojos de ahora, imaginar que la plaza que, desde Porlier, surge ante la mole de la catedral, siempre estuvo ahí, y que fue concebida precisamente para poder contemplar el conjunto desde lejos, con amplia perspectiva. Es bien cierto que esto no fue así y que, ante el conjunto del siglo XV, se llegó a establecer una plaza, un tanto desértica, con criterios del siglo XX.

Toda la zona que desde antiguo rodeó la Catedral, y antes la basílica del Salvador, estaba caracterizada, como en tantas ciudades medievales, por su círculo de calles retorcidas que crecían hasta los límites de la cerca y luego desbordaban estos, no sólo por las puertas de la ciudad, sino también creando barrios extramuros.

Las grandes catedrales góticas, y la de Oviedo lo es, parecían pensadas para ser contempladas desde cerca, sobrecogiendo al caminante que levantaba la vista hacia el cielo, en el que parecía clavarse la fina aguja de la torre.

El panorama que durante muchos siglos contemplaron quienes llegaban al Salvador de Oviedo era siempre estrecho y la torre de la catedral, que casi es el centro geométrico de la ciudad redonda, atraía desde lejos a fieles y curiosos. Desde cualquiera de los alrededores de la ciudad -San Esteban, Buenavista, Santullano- la torre constituía el reclamo de la ciudad misma. Y no sólo para los que venían a ella atraídos por la fama de las reliquias, sino también por los que, cada vez más, suplían a los peregrinos en un mundo cambiado y llegaban a la ciudad a resolver asuntos más marcados por los intereses de este mundo que por los del otro. Eran en no pocas ocasiones asuntos relacionados con el clero, que debían resolverse en la sede de la Diócesis. En otros casos era la administración civil la que hacía viajar hasta aquí. Todos los poderes concentraban sus establecimientos alrededor de la Catedral, sin ahogarla, ya que el obispado está allí, a su sombra, y Audiencia y Ayuntamiento no estaban lejos.

De la plazuela a la plaza

Oviedo no fue hasta hace poco ciudad de plazas y se conformaba con llamar plazuelas a lugares que a veces no pasaban de angostas encrucijadas, como sigue ocurriendo, por ejemplo, en los Cuatro Cantones.

Lo que ahora conocemos como plaza de la Catedral surgió del espacio que durante siglos fue la plazuela, y el diminutivo le viene de su menor tamaño, ya que era sólo el lugar delimitado por la verja de hierro baja que estaba delante del atrio. Dice de ella Canella:

"Frente a la Santa Iglesia, bien reducida para que tan magnífico monumento pueda ser debidamente contemplado. En Oviedo, población en la que tanto escasean las espaciosas plazas de otras capitales, éste debió ser, aunque costoso, un pensamiento predilecto de las corporaciones municipales para expropiar las casas de enfrente. En su área y rodeando a la primitiva iglesia se levantaron otros templos y monasterios (...) y este recinto debió estar cruzado de estrechas callejuelas y calles tortuosas frente al antiguo templo".

Estos párrafos de Canella, de 1887, dan expresiva idea de los cambios del lugar, mucho antes de que por allí se produjeran los verdaderos cambios, que determinaron severamente su transformación. Por un lado expresa Canella su deseo de ampliación, echando de menos mayor espacio "para la contemplación del monumento". Por otra parte, vuelto hacia el pasado, imagina aquella zona todavía con mayor angostura, con "estrechas callejuelas y tortuosas callejas", tal como sería, especialmente, antes del incendio de 1521 que se cebó por allí. Efectivamente, aquel famoso incendio terminó con la vieja estructura urbana de Oviedo y, consecuentemente, con lo que había alrededor de la catedral, que se reconstruye con aires nuevos. En 1526, el cabildo procura que no se reedifique enfrente de la catedral, o al menos muy cerca de ella. Es la primera intención que conocemos, con una catedral todavía inconclusa, de hacer un lugar para su contemplación. A pesar de todo, durante siglos la plazuela siguió siendo un espacio reducido, en el que confluían varias calles, desde todos los puntos de la ciudad vieja.

En los sucesivos planos de la ciudad, hasta 1928, destaca la estructura imponente de la catedral y ante ella sólo se aprecia un ensanchamiento, irregular, que era la plazuela, que desde 1925 pasó a llamarse plaza de Alfonso II el Casto, en memoria del rey asturiano, muy posiblemente ovetense, tenido por fundador de la urbe, como se señala en el Cronicón Albedense: "Adefonsus castus, qui fundavit Oveto".

A comienzos de siglo XX, cuando ya se había consolidado un Oviedo moderno, en el sentido urbanístico, basado en el patrón marcado por Uría y sus alrededores, vuelve la fiebre constructora, que pretende, y logra en parte, arrasar todo lo que se opusiera a hacer del Oviedo antiguo un remedo del moderno, sin atender a la peculiaridad de cada una de las zonas. Así, después de muy largas polémicas, que veremos, se aprueba el derribo de las construcciones que obstaculizaban la creación de la nueva plaza de la Catedral, en sesión municipal del 30 de marzo de 1928. Y la piqueta no tardó en actuar.

El proyecto de la nueva plaza -destruir para construir- era obra del arquitecto Rodríguez Bustelo, y se contaba para su ejecución con la aportación económica de un legado de don José María Muñiz Miranda, fallecido en 1927.

Durante la dictadura de Primo de Rivera se había redactado el Reglamento de Obras, Servicios y Bienes, que entra en vigor el 14 de julio de 1924. Allí se apoyaban las reformas de los poblados mediante el llamado "Plan de mejora interior de poblaciones" que alentaba la idea de sanear los centros urbanos, por el bien público, creando grandes espacios, para lo que se facilitaban las expropiaciones. Esta normativa animó definitivamente a la corporación municipal a crear, de una vez, un gran espacio abierto ante la fachada de la Catedral, que eliminase, de paso, aquel grupo de casas que, en opinión de algunos, afeaban y desentonaban en tan importante lugar, rodeado de palacios. La nueva plaza surge también orientada hacia las grandes manifestaciones, tanto del culto como cívicas. Bien era cierto que por entonces ya La Escandalera parecía haber tomado para sí el papel de plaza mayor que usurpaba a la del Ayuntamiento, pero una plaza que tuviese como telón de fondo la magnífica fachada de la Catedral, como si de un escenario se tratase, era otra cosa, especialmente indicada para actos solemnes, cercada, como estaba, de grandes palacios antiguos, antagonistas de los palacetes que habían crecido en disciplinada hilera por Uría.

Como nos cuenta Tomé, la plazuela de la Catedral era una pequeña explanada rectangular de poco más de 1.000 m2, "resultante del ensanche practicado tras el incendio de 1522. A un lado cerraba la plazuela la iglesia de San Tirso y el resto se limitaba por un caserío de soportales, en ángulo obtuso. Estas edificaciones se reformaron en el siglo XIX mediante el aumento de pisos. Las casas, eran, con la base en la reconstrucción del siglo XVI, como otras de Oviedo, semejantes a la del arco de los Zapatos". De fachadas estrechas, entre 8 y 10 metros, eran profundas, con patios y huertas atrás. Y la parte de atrás era precisamente lo que se veía desde la zona de La Balesquida, que sería un panorama irregular, con huertas, patios y tapias que dejarían adivinar el arbolado del interior. Y esto molestaba a algunos, que querían una perspectiva limpia para la Catedral, y la única compañía de los palacios y edificios nobles.

Pero no todos querían hacer desaparecer el viejo y castizo caserío. Así, Gallego Velasco decía en 1925: "Contrista el ánimo pensar que pueda perderse tan tontamente uno de los lugares más sugestivos del Oviedo antiguo". Él fue precisamente, como concejal que era, uno de los que lucharon proponiendo soluciones que permitiesen conservar, en lo posible, las tradicionales construcciones. En el mismo año, Álvarez dice:

"La plaza (...) con sus soportales y con la imponente mole de piedra que es la iglesia, con su mercado de almadreñas y las casucas viejas que, a través de la pintura moderna, proclaman su abolengo de ancianidad, presentan un golpe de vista soberbio para quien desea descubrir ese aroma inconfundible de las viejas ciudades españolas".

Mucho más tarde, en 1974, Luis Menéndez Pidal, que había sido arquitecto restaurador del conjunto de la catedral tras los desastres del 34 y del 36, recuerda "aquellas deliciosas casas porticadas en sus bajos, multicolores en sus revocos, con aleros y balcones de madera, ventanas cuajadas de flores y el verdor de los geranios que los desbordaban".

En sentido opuesto luchan otros, que acabarán venciendo, por lograr para la catedral una amplia perspectiva que era imposible con las mencionadas casas por el medio. Entre las casas y el templo había una distancia de 20 metros. Sin embargo, la torre, única, contra la costumbre de construir dos, se veía en muy bella perspectiva desde la calle de la Platería y también desde Santa Ana y Mon. Y, en rigor, se elevaba esbelta sobresaliendo desde cualquier punto de la ciudad.

Pero las corrientes estéticas e higienistas que habían despejado otras plazas españolas, que cobraron nuevo brío con las teorías del urbanista alemán Sitte, en 1920, acabaron sentenciando el modesto caserío, que dejó una plaza bastante mayor, delimitada por los palacios que por allí había, que tomaron nuevo protagonismo colocándose en primera fila.

Las casas, antes de caer, se resistieron lo que pudieron, con el apoyo de sus defensores. Allí propuso don Manuel Gallego, que luchó como concejal por hacer prosperar una solución intermedia que apoyó en sus conocimientos como ingeniero: siendo evidente la buena vista de la Catedral desde Platería, propone una vía de acceso desde Porlier, a través de la calle la Balesquida, aprovechando para calle parte del jardín del palacio de Heredia y quizá sacrificando "alguna" de las casas de soportales. Proponía también, para lograr un efecto diáfano ante el templo, eliminar el murete y barandilla que se plantaban ante el atrio.

El alcalde Fernández Ladreda, en 1926, basándose en la idea de Gallego, propone una calle con el mismo trazado, de 9 metros de anchura, que también sacrificaría poco de lo edificado. Al año siguiente se encarga al arquitecto Rodríguez Bustelo el estudio de tan enojoso asunto y de sus cinco propuestas se decide aceptar la más drástica, tanto para el lugar como para sus habitantes, derribando toda la manzana. Así, la plazuela de la Catedral pasa a ser plaza, con las dimensiones que ahora conserva, y en un entorno arquitectónico muy semejante. La nueva plaza mide tanto de larga como la catedral de alta, 80 m, y su anchura media es justamente la mitad, 40. Todo muy racional y calculado, distinto de lo que surge de la larga vida de los espacios.

Así, a base de piqueta, desaparecieron unas construcciones varias veces centenarias en las que habían vivido, de generación en generación, familias ovetenses que se ven forzosamente desplazadas a otros lugares de la ciudad crecida.

El desalojo produjo muchos problemas. Hubo forcejeo en la tasación de las fincas pero no hemos de olvidar que la mayoría de los vecinos no eran propietarios, sino inquilinos de casas que pertenecían a gentes que no vivían allí, como don Policarpo Herrero o el marqués de San Feliz, y así iban por un lado los intereses económicos y por otro los humanos.

A pesar de los retrasos, los derribos se van llevando a cabo, en parte animados por la ayuda económica del legado del señor Muñiz Miranda, destinado a obras "para mejoras en el Oviedo antiguo". Hasta 1936, con ese dinero, se habían expropiado y derribado seis casas.

Con la intención de lograr un conjunto homogéneo, de acuerdo con la misma catedral y los palacios que pasan a rodearla, se dictan normas, redactadas por el mismo arquitecto Bustelo, sobre las nuevas edificaciones. Se traducen en edificios como el de la misma Caja de Ahorros, antiguo Monte de Piedad que formará manzana todavía con algunas de las casas de soportales, las últimas en caer, que aguantaron hasta hace bien poco. El edificio es de 1930, y está ahí para comprobar lo que se pretendía de la plaza, que haría antiguo, a base de pastiche, lo que no lo fuera. Después de la guerra, con el mismo criterio, se edifican otras casas allí enfrente y algunas más en el casco viejo, por ejemplo en Cimadevilla.

Y ahora, bien entrado el siglo XXI, la plaza pierde parte de su empaque con obras y destrucciones, muy especialmente en los alrededores de la histórica capilla de La Balesquida. Con ello, varias veces al año, y especialmente coincidiendo con la festividad de San Mateo, colofón del jubileo de la Santa Cruz, cada septiembre, toda la zona se llena de ruidos desproporcionados impropios del lugar. La ciudad ha crecido mucho y debe buscar un lugar adecuado para las fiestas que no es éste.

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