Los ovetenses dieron ayer la bienvenida al día grande de las fiestas de San Mateo con un enorme derroche de ruido y de color que congregó a miles de personas mirando de manera coral al cielo durante algo menos de media hora. El Parque de invierno reunió al grueso de los miles de espectadores que en muchos casos "madrugaron" para tomar un buen lugar en el que disfrutar de un espectáculo que estuvo marcado por una amplia variedad de tonalidades y figuras, rematados con una traca que recordó a La Descarga de Cangas del Narcea, pero eso sí, menos escandalosa y bastante más coloreada.

Muchos fueron los que a las once de la noche ya copaban los mejores sitios, sabedores del poder de convocatoria de la cita, a la que algunos hasta se llevaron mantas para contemplar tumbados en las zonas verdes en las que el botellón y los "selfies" se hicieron dueños y señores.

En total fueron más de 33.500 los cohetes lanzados al cielo gracias a los preparativos de un equipo de diez personas que desde las once de la mañana hasta la medianoche mimaron hasta el más mínimo detalle para que todo saliera a la perfección. "Está pensado para que disfruten mayores y pequeños", advertía Raúl Álvarez, el ingeniero técnico de Pirotecnia Pablo, la empresa responsable de los fuegos,

Los colores de la ciudad estuvieron presentes en buena parte del espectáculo pirotécnico -que se inició justo después de los vítores de un nutrido grupo que cantó el gol del Betis en el Bernabéu-, pero también destacaron las tonalidades crema y pastel "No me canso de mirarlos", comentaba la joven Isabel Martín en su primeros fuegos.

A lo largo de la media hora que en la que el público permaneció con la vista alzada pudieron verse en el cielo de Oviedo otras figuras vanguardistas en el mundo de la pirotécnia, como las conocidas como flores japonesas, las lluvias de crackers y otros clásicos como las medusas y los diablos. Del mismo modo, la estrategia de dividir los lanzamientos en 60 secciones con dos alturas diferentes contribuyó a que la acumulación de humó no impidiese el disfrute de las estampas dibujadas, a más de cien metros de altrua en algunos casos, sobre los terrenos de un abarrotado Parque de Invierno en el que se respiraban las ganas de fiesta, unido a cierto tufillo a pólvora que se intensificó durante la descarga final, dando paso a los aplausos del personal, entusiasmado tras un gran espectáculo.