La pintora naif ovetense Marisa Norniella era la pequeña de tres hermanas y solía quedarse rezagada, también cuando salía a ver el desfile del Día de América en Asturias con sus padres y su abuela. "Siempre iba la última y tenía que arreglarme a empujones para ver y para coger las serpentinas o lo que fuera que tiraran", cuenta. Y eso marcó su carácter: "Así soy de peleona". La pequeña de los Norniella vivía con nervios la llegada de aquellas fiestas. Años después abrieron los chiringuitos. El domicilio familiar estaba en la calle San Francisco y aunque ella ya residía en Madrid quedaban en Oviedo sus padres, ya mayores y que durante las fiestas tenían que trasladarse a un dormitorio interior si querían pegar ojo. "Para la gente mayor que vive en el casco antiguo, que es la mayoría de los vecinos, las fiestas son salvajes", afirma la artista. Ella este San Mateo lo está pasando en Luanco y no piensa regresar hasta mañana, con las fiestas ya finiquitadas.

Cuenta que cuando era niña las fiestas de Oviedo discurrían de una manera más tranquila. "Ahora son más populares, antes eran más cerradas", comenta. En su casa San Mateo empezaba cuando su madre, que era cubana, colgaba en el balcón las banderas de España y Cuba. Ahí empezaban los nervios, recuerda, "para ir a las carrozas, para llegar pronto y coger sitio; teníamos la ilusión de que nos compraran serpentinas y confeti". "A mí lo que más me gustaba era ver los haigas (los coches de los indianos), que pasaban con las chicas sentadas en el capó, con el traje de su país. Era muy bonito", relata con nostalgia.

Luego, años después, ya toda una jovencita, Marisa Norniella se moría de ganas por ir a los bailes de la Herradura, pero sus padres nunca la dejaron. "Era la ilusión de mi vida y no la conseguí", reconoce.

Las fiestas de San Mateo eran para la artista en sus años de infancia y juventud sinónimo de diversión, mucha gaita y baile. Norniella disfrutaba asistiendo a las fiestas del Tenis y al baile de la ópera. Todo le parecía precioso. Y hay una escena que rememora con un cariño evidente. "Donde el instituto masculino se ponían las barracas. Mi padre nos llevaba una tarde durante las fiestas. Él trabajaba muchísimo y una tarde con mi padre no la teníamos a menudo", refiere. En una de aquellas ocasiones tan especiales, la suerte les sonrió y a su hermana le tocó una batería de cocina en la tómbola. Lo celebraron durante días.

"Luego me casé y me fui a vivir a Madrid, y no me tocaron los chiringuitos", comenta Marisa Norniella. No lo lamenta, porque reconoce que no le gustan. "No se podía ni entrar en la casa, había pises, vómitos...", se queja.

Entre la suciedad y el ruido, opina Marisa Norniella, San Mateo acaba por convertirse en un mal trago que hay que pasar cuanto antes, sobre todo para la gente de más edad que, según la pintora, es la que más abunda en el casco antiguo de Oviedo, precisamente donde se concentran las actividades festivas.

Con ese panorama no es raro que la artista ovetense evite las celebraciones. "Me quedo tranquilamente en Luanco: hace buen tiempo y ya no tengo edad para esperar por las carrozas en la calle; ahora las veo en la tele", afirma.