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La mar de Oviedo

Entente

Hace dos días, vestía yo mi mandilón en el Paseo de la Herradura para modelar una taza de barro en un curso de alfarería, cuando el Sol alcanzó el cénit en el Ecuador; nuestros dos polos se encontraron a la misma distancia del Sol, y ese instante marcó el momento astrológico en que tanto el día como la noche se igualaban en duración en cualquier punto de nuestro Globo; a partir de entonces, en el hemisferio Norte, las tinieblas vencerán a la luz hasta que se dé la vuelta a la tortilla. Ocurre desde tiempos de Maricastaña. Hablo del equinoccio, que marca los últimos compases de las fiestas de San Mateo, y la entrada de mi música preferida, y la de Verlaine, los violines del otoño. Antes de que me sorprendiera la noche, puse mis manos en la arcilla húmeda y los pies en el torno con la intención de darle forma a una taza, una taza como las de Lao-Tsé, donde el espacio interior importa más que la pared. Ahí lo dejo.

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