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El Naranco en la Guerra Civil (y II)

Historia escrita en el monte

Los surcos de las trincheras, los nidos de ametralladoras y los restos de proyectiles que aún aparecen rememoran el sonido de la batalla

Un viejo proyectil.

Roto el cerco de Oviedo, el equilibrio de fuerzas en torno a la ciudad, que a pesar del "pasillo de Grado" continúa siendo una plaza sitiada, se establece en torno a las alturas del Naranco. A partir de octubre de 1936 el bando nacional controla la ladera sur y la línea de crestas, mientras que las tropas republicanas se enseñorean de la ladera norte. Uno y otro bando inician entonces una intensa labor de fortificación preparándose para una prolongada guerra de posiciones y desgaste.

La mayoría de los restos bélicos que podemos contemplar actualmente en el Naranco pertenecen a las labores de fortificación llevadas a cabo por las tropas y los batallones de trabajo republicanos, que fortifican intensamente toda la ladera norte de nidos de fusilería y de ametralladora, posiciones de artillería, trincheras y parapetos. Su objetivo era el de evitar que, desde las alturas del Naranco, las tropas nacionales se descolgaran sobre Llanera alcanzado rápidamente la retaguardia republicana en Gijón y Avilés. Por otro lado, las tropas nacionales, parapetadas fundamentalmente en trincheras y parapetos realizados con maderos o sacos terreros no han dejado casi ninguna evidencia más allá de los surcos dejados por unas trincheras colmatadas de tierra y maleza tras ochenta años de inactividad.

Si el monte fue un protagonista en las luchas de 1936 no lo será menos desde octubre de ese año y hasta el fin de la contienda un año después. El mando republicano es consciente de que para hacer efectiva su superioridad numérica y artillera sobre la ciudad deben revertir la situación retomando el control de las alturas del Naranco y de la ladera sur que con tanto esfuerzo habían dominado en los prolegómenos de su primera gran ofensiva sobre la ciudad.

Por eso, ya en noviembre, lanzan un primer ataque con el objetivo de reconquistar el Canto del Árbol, la más occidental de las estribaciones. El arrojo de los batallones "Fuentes" y "Cubedo" logró la reconquista momentánea de la posición, aunque el inmediato bombardeo y contraataque nacional desde la Peña Lampaya retornó la situación al statu quo anterior. Lo mismo sucede en el Pico el Paisano, donde las tropas republicanas están a punto de desbordar a los regulares marroquíes que defienden la zona, quedándose a escasos veinte metros de alcanzar su objetivo. Desde entonces, y durante varios meses, la situación quedaría reducida a una tensa espera en la que únicamente eran protagonistas los tiroteos y golpes de mano aislados sin grandes empeños por parte de ninguno de los dos bandos.

Será en febrero cuando se entablen los mayores combates en torno a la ciudad en una ofensiva sin precedentes en la que las fuerzas republicanas lanzan todos sus efectivos. Si en el otoño de 1936 la clave de la defensa nacional había estado establecida en la Loma del Canto, a lo largo de 1937 la posición que centró la mayor atención por parte de ambos bandos fue una pequeña estribación, una colina a mitad de camino entre Oviedo y San Claudio, a espaldas del actual barrio de Las Campas del Naranco: la Loma de Pando. La importancia estratégica del lugar radica en su dominio de la carretera que, desde Oviedo, y a través de San Claudio, ponía en comunicación a la capital con el Escamplero y Grado. Es decir, era uno de los elementos decisivos en torno a los que se organizaba la defensa del "pasillo de Grado". Esta posición había sido estudiada por Aranda ya en el año anterior, pero la había dejado desguarnecida por falta de efectivos. Sin embargo, aprovechando la entrada de las tropas gallegas en Oviedo se produce una rectificación de la línea que lleva a los nacionales a dominar Olivares, mientras que esta cota es ocupada por 36 guardias civiles provistos de dos ametralladoras.

El 21 de febrero se inicia la segunda gran ofensiva republicana sobre Oviedo con el objetivo -no alcanzado- de conquistar la ciudad y con un objetivo que sí se cumplió, en parte y durante algunos días, como era el de romper el "pasillo de Grado" para cercar nuevamente por completo a la ciudad. Este segundo objetivo se logró en las primeras horas de la ofensiva cuando las tropas republicanas asturianas, apoyadas por batallones vascos, tomaron la Loma de Pando e iniciaron las labores de fortificación para mantener la posición. Desde ese momento se sucederán, inútilmente, los contraataques nacionales buscando recuperar la ventaja orográfica que les proporcionaba tal lugar.

En estos contraataques las bajas fueron cuantiosas. Se llegó al combate cuerpo a cuerpo y en una sola jornada los nacionales dejaron casi cuatrocientos cadáveres sobre el terreno. Visto el fútil empeño que constituía la reconquista de esa posición y la reapertura de la carretera Oviedo-San Claudio-El Escamplero, la comunicación de la ciudad con la retaguardia nacional en el occidente de la región pudo restablecerse el día 25 de febrero a través de una pista militar que se apoyaba en la ladera sur del Naranco rodeando la Loma de Pando, aunque siempre expuesta al fuego artillero y de fusilería que se hacía desde la zona. La ladera sur del Naranco se convirtió desde entonces en el cordón umbilical de la capital asturiana desde el que evacuar heridos o población civil y recibir la llegada de refuerzos y pertrechos.

Desde febrero, y casi hasta los últimos días de la guerra, el Naranco comenzó a verse poblado por decenas de kilómetros de trincheras y construcciones que permanecen inalteradas y que constituyen uno de los mejores ejemplos de fortificaciones de toda la Guerra Civil española. Unos restos que se encuentran dispersos todo a lo largo y ancho de la Sierra del Naranco y que, impasibles, vigilan las alturas y otean el horizonte en busca de enemigos desaparecidos hace ya ochenta años. Aunque, en los días de niebla, si el caminante presta atención, aún se escucha el tableteo de las ametralladoras, los disparos de fusilería y el eco de la batalla.

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