La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Otero

El arma asturiana contra la tuberculosis

El actual Hospital Monte Naranco nació hace siete décadas para combatir una enfermedad que contraían en la región mil personas cada año

El edificio del sanatorio del Naranco recién terminado.

Hubo un tiempo en el que Vallobín eran calles de polvo en verano y barro en invierno, mucho barro. De noches oscuras y, para los que corríamos por su calles en plena libertad, de todo un futuro por escribir. Todo lo que necesitábamos lo teníamos allí. Al alcance de la mano. Y de la imaginación. Nuestras fronteras eran una vía de tren. Un cercano otero. El Naranco, en ese espacio difuminado en el que el monte pierde su esencia y se funde con una barrio que rompía sus moldes. Y el "Sanatorio". Aquella construcción impresionante. Con su magnifico pinar, lugar misterioso al que nos acercábamos a espiar a los que nos llevaban unos años y que, a escondidas, lo frecuentaban sin que llegáramos a sospechar su verdadero objetivo.

La Avenida del Sanatorio, antes de ser Vázquez de Mella y ahora, en su parte final, Doctores Fernández-Vega, la caminaba casi a diario. En Los Casones vivía mi tía y allí iba en compañía de mi hermano a buscar la leche. Siempre corriendo. Porque aquellas calles, en las prontas oscurecidas invernales, también daban miedo.

El Sanatorio, por tanto, fue una presencia constante. Y ya que anda de cumpleaños me parece ocasión propicia para dirigir una mirada hacia su devenir.

Perteneciente al Patronato Nacional Antituberculoso y construido por Regiones Devastadas, se inauguró el 21 de octubre de 1947. Años después, con el desarrollo del Estado de las autonomías, pasaría a depender del gobierno asturiano y se convirtió, en 1985, en el primer centro del entonces incipiente Servicio de Salud del Principado de Asturias. Un período de reformas y evolución lo terminaría convirtiendo en un hospital médico-quirúrgico centrado en especialidades como la geriatría.

Pero viajemos a las 12 del mediodía de aquel martes de 1947. Asomémonos al acto en el que hizo entrega del edificio a la ciudad el ministro de la Gobernación y que presidió Carmen Polo de Franco. Tuvo lugar en una de las "soleadas terrazas" de la planta baja. Allí, según informaba en su día LA NUEVA ESPAÑA, el delegado provincial de Sanidad, José María Gasset, dio lectura a un discurso en el que manifestó la gratitud por "las aportaciones de la Excma. Diputación y Excmo. Ayuntamiento cediendo al Patronato Nacional Antituberculoso, los amplios terrenos donde éste Sanatorio ha sido emplazado y sería imperdonable omisión también, no resaltar la febril actividad y perfección del trabajo constructivo". Continuaba alabando la colaboración de las distintas administraciones implicadas asegurando que "nosotros aquí hemos sido meros espectadores de esta gran obra sanitaria. Nuestra complacencia contemplativa, nuestro deseo por muy vehemente e inquieto que fuera, no eran una fuerza activa. Esta procedía, irradiada, de la voluntad del Jefe del Estado y por obra del ministro de la Gobernación y del presidente del Patronato Nacional Antituberculoso." Después de la ineludible laudatoria continuó el señor Gasset dando paso a la enumeración de algunos datos; a saber: "el número anual de enfermos que mueren de tuberculosis en esta provincia alcanza el número de setecientos a mil y que, ante esto y la consoladora realidad de este sanatorio, es obligado mostrar gratitud perenne hacia el Jefe del Estado y su ministro de la Gobernación". Por jabón que no quede? Eso sí, no omitió pedir al ministro que no olvidara "reservar en el Sanatorio de Boñar un cierto número de plazas para enfermos asturianos".

Tras la firma del acta de cesión, Carmen Polo visitó otras dependencias del "soberbio edificio, entre ellas algunas salas ocupadas ya por enfermos, para los que tuvo la dama ilustre palabras de viva simpatía. Toda la ternura, toda la cariciosa y confortadora ternura de la mujer de España entró con ella en la mansión del doliente". En fin?

Por supuesto tampoco faltó la bendición por parte del obispo de la capilla y resto de instalaciones. "Peñalba sirvió un refrigerio y se dio por terminado el acto, verdade-ramente trascendental para Oviedo y aun de incalculable importancia nacional".

Recogía la prensa unas cifras que a su juicio "hablan" por ser "grandioso, de una grandiosidad que no puede concebirse si no es viéndolo pregonando la verdad de una política en la falda del Naranco". Las prolijas cifras, aportadas por un médico becario del establecimiento que, sin duda, compartía su vocación por la medicina con una clara afición por las obras -o, tal vez, muy poco que hacer- no son cosa pequeña: 5.140 metros cúbicos de hormigón. 19.000 metros cuadrados de forjado. 25.500 de ladrillo. 16.000 metros de pavimento de baldosa. Once kilómetros de guarniciones de madera. 742 puertas. 6.700 metros cúbicos de arena. 80.000 tejas. 7.000 kilos de clavos. 290 toneladas de hierro. 4.600 radiadores. 1.004 vagones de ferrocarril llegados a la obra durante la construcción. 420 camas para enfermos y100 para el personal. Trece millones de pesetas gastadas. En resumen: "se trata de un pueblo; un auténtico pueblo cuyo administrador, don Ramón Blanco, va a tener bastante que hacer".

Hoy, el Hospital Monte Naranco, heredero de aquel Sanatorio, continúa en la falda del Naranco cuidando de la salud de los asturianos. Sigue mirando hacia un Vallobín que ha cambiado mucho. Ya no hay pinares. Ni tampoco aquellas inmensas praderas en su rededor. Pero sigue atesorando entre sus muros muchas historias anónimas y, a buen seguro, mucho futuro por protagonizar.

Compartir el artículo

stats