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Una accidentada tarde en Llanes

Cuando en la villa llanisca aún no había cajero automático un amable vecino prestó dinero a un forastero

Barcos en el puerto de Llanes. LNE

Era el año 1978. Esta historia surgió en compañía de mi hermano, entonces Senador de UCD por Asturias. Le invitaron a dar una charla en Llanes en un día laboral por la tarde. Me llamó por teléfono al banco invitándome a acompañarle y, de paso, a cenar algo al regreso, puesto que ya sería de noche. Así, llevándome a mi, tendría disculpa para no quedarse a cenar y regresar primero a Oviedo.

A media tarde salimos para allá y al parar en una gasolinera para coger combustible, mi hermano se dio cuenta de que no llevaba suficiente dinero en la cartera. Me preguntó si yo tenía dinero, a lo que le respondí que no. La verdad es que no me había preocupado de cogerlo ya que era él el que invitaba. Ya no era cosa de volver a Oviedo y entonces le dije que no se preocupara, puesto que yo llevaba una tarjeta bancaria del Banco de Bilbao y como en Llanes había sucursal seguro que tendrían cajero automático.

Así que seguimos sin preocuparnos de más. Dejé a mi hermano en el salón donde daba la conferencia y yo me fui a la búsqueda del banco que precisaba. Lo encontré pero no tenía cajero exterior. Como alguna perra suelta me quedaba, entre en un bar a tomar una bebida de cola y hablando con el dueño de la cafetería le comenté que no encontraba el cajero.

Me contó que en Llanes aún no existía ese servicio, pero que no tendría problema en encontrar a un empleado del banco de Bilbao, que no tardaría en aparecer por allí para tomar algo. Además, como tenía también un negocio de mueblería, seguro que tendría en casa algo de dinero que podría prestarme.

Fui a dar una vuelta a ver si regresaba aquella persona, que esos días iba hasta Cabrales para dar vacaciones a un compañero. El tiempo pasaba, así que volví a entrar en el bar y entonces su dueño me indicó donde vivía e l empleado, que tal vez había pasado por su casa antes de ir por el bar.

El tiempo se echaba encima y yo calculaba que mi hermano acabaría de dar su conferencia, con lo que me acerqué al domicilio de mi posible "salvador". Efectivamente, en el bajo de la casa había una mueblería. Toqué el timbre del piso y me abrió la que dijo ser la esposa de quién yo buscaba.

Le conté todo el episodio que debió escuchar con atención y terminó por invitarme a entrar en su casa y darme el dinero que precisaba. Le di mis datos, con la promesa de que al día siguiente haría una transferencia a su marido.

Fui a buscar a mi hermano que ya estaba en el exterior del local despidiéndose de algunas personas y después pasamos por el bar para decirle al dueño cómo habíamos resuelto el problema. Bien, pues coincidió que allí había llegado el empleado bancario.

Nos presentamos, le conté la interminable historia y cómo su esposa había resuelto nuestro problema. Entonces quiso que fuésemos con el hasta su casa, para decirle a la familia que ya había llegado de Cabrales. La mujer, entonces, afirmó que ya estaba más tranquila, porque eso de entregar dinero a un desconocido y, además, con barba, no le había hecho mucha gracia.

Salimos de la casa y regresamos al bar, donde estuvimos los tres tomando algo. Tal fue la cosa que, con lo que comimos y bebimos, no precisamos parar para cenar en ningún otro lugar. Por fin nos despedimos y salimos para Oviedo.

¡Qué episodio, madre mía!, para no olvidarlo mientras viva.

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