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Los cultivos del Paraíso

Lisboa y el falso espino

Las semillas de la pyracantha son un sucedáneo del café

Frutos del espino de fuego. Pelayo Fernández

Manuel, auxiliar administrativo, era el políglota y filólogo de la panda de Gascona. Un buen chaval, pero cargaba con un defecto: sabía de todo y especialmente en lo que se refería al uso del castellano, asunto con el que nos amargaba la vida al resto del grupo, amestaoparlantes normales. "Si exceptuamos el vascuence, el inglés de Gibraltar, el guaraní de los indios y el pichinglis en la Guinea, en España y su extinto imperio se habla el castellano y sus romances; y a poco que uno utilice el conocimiento analítico -terminología de su invención- cualquiera se defiende sin problema desde Potes hasta Quito, en Ecuador, o incluso Manila", decía nuestro amigo.

Una tarde Guillermo apuntó la idea de preparar una escapada de tres o cuatro días a Lisboa. Se aprobó por unanimidad. Rápidamente nombramos a Manuel interprete oficial.

Nuestro lingüista no conocía Portugal, pero estaba algo leído, y nos largó una perorata sobre los invernaderos de Lisboa, y sus jardines, arte que al parecer también dominaba. Dos semanas más tarde llegamos a Lisboa. Localizamos el hotel, en el Bairro alto, sin novedad. Allí nuestro intérprete se defendió maravillosamente porque el recepcionista hablaba castellano sin problema. Subimos a las habitaciones quedando de reunirnos abajo en unos minutos. Cuando bajé ya estaban todos en la recepción, menos el lingüista, que apareció un poco más tarde. Venía mascando algo.

"En el jardín del hotel hay un espino de fuego cargado de frutos; una hermosura, pero los de este no saben nada bien; aproveché para comer un puñado; los encontré muy astringentes", comentó. Y nos dio una tesis doctoral sobre la Pyracantha. Lamentablemente, según él, el pueblo llano desconocía sus virtudes.

El espino de fuego, o Pyracantha coccinea es un arbusto de jardín que se desarrolla sin problema en el Norte, y que llama la atención por el amontonamiento en otoño e invierno de sus frutos, con color del amarillo al rojo, del tamaño de un guisante, y que además de por su valor ornamental se utiliza para preparar mermelada.

Sus semillas, una vez tostadas, hacen de sucedáneo del café. Muy astringentes para nuestro gusto, son en cambio un alimento estupendo para gran número de aves. Sirve también para seto casi infranqueable dado el número, tamaño y finura de sus espinas. No tienen especiales problemas de enfermedades y plagas y no son nada exigentes con el suelo y clima. Se reproducen por esqueje o por semilla -un poco más lento- y se encuentran a la venta con un precio muy asequible en la práctica mayoría de viveros.

Lo primero era ir al café A Brasileira. Encargamos a Manuel hacernos el pedido. No entendió ni una sola palabra de lo que le dijo el camarero, un mulato de dos metros de alto. "Debe de hablar en portugués de Cabo Verde", comentó algo cortado el filólogo. "A mi me suena más al sur de Angola", remachó Javier con una mirada tipo navaja barbera. Herido sin duda en su orgullo al ver que sus diatribas en la sidrería eran puro cuento dijo que él no iba a tomar nada, que tenía el estómago revuelto, quizás por el viaje. Aprovechamos para darle caña. No había pasado media hora cuando comentó que marchaba al hotel a acostarse. No iba a salir, ni a cenar, ni a nada. Y se fue.

"Menudo quemazo tiene el políglota" dijo entre risas Juan, que es un coñón. Cuando llegamos al hotel, a las tantas, el recepcionista nos comentó que el compañero estaba "doente" -enfermo-. Subimos a la habitación. Lo encontramos en el baño. "No hago más que vomitar, y tengo una diarrea brutal. Me duele mucho el intestino, y tengo fiebre".

Me acordé de la pyracantha. Bajé rápido al jardín. El arbusto lleno de frutos era un cotoneaster, tóxico. Otro éxito del experto. Facturamos al botánico al hospital, y pasamos tres días enamorándonos de Lisboa entre vinho verde, sardinhas, oporto y bacalhau, sin problema ninguno de comunicación. A Manuel le regalamos un diccionario. Tardó un mes en volver por El Ferroviario.

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