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Los cultivos del Paraíso

Los caquis del Iguaçu

El llamado "fruto de Dios", de origen asiático y uno de esos cultivos tropicales que se dan con bastante facilidad en el Norte, destaca por su riqueza en vitaminas A y C y en potasio

Caquis PELAYO FERNÁNDEZ

Fue llegar a Foz do Iguaçu y el pobre Luis Ramón caer en sus brazos. María Anunciaçâo era una mulata de andares de vaivén y guía de la pequeña empresa de turismo con la que habíamos contratado toda la asistencia.

Con tres euros ahorrados -ya saben, frenando algo el chigrerío, la gasolinera, los regalos de comprar y el cambio anual de modelo de móvil-, cuatro compañeros marchamos a perdernos en el Parque Nacional de Iguaçú un otoño -primavera allí-. El plan era muy simple, disfrutar de aquellos paisajes, sacar fotos de flora a diestro y siniestro, visitar alguna vieja misión jesuítica, comer asados y descansar. Ninguna carga más. Pero no habíamos contado con un imponderable: cuando un español novel viaja a Latinoamérica no tiene anticuerpos contra sus mujeres, y el riesgo de locura de amor es tremendo.

Luis Ramón es un hombre guapo, según dicen las contrarias. Muy buena persona. Siempre sonriente, con cara de chico levemente desvalido. Casado con Carmen, y padre de una niña. Buen trabajador, fiel, educado. El hombre perfecto. Nada más bajar del avión bihélice de la compañía "Austral" se nos presentó María Anunciaçâo. Parte de negritud en sus venas, alta, con aires de hembra entera, sonrisa imparable y melena negra rizada digna de un león. Todos, salvo el inocente Luis Ramón, vimos el chispazo de la mirada a ráfaga de la mulata, escaneando de arriba abajo a nuestro infeliz compañero. Hotel, deshacer el equipaje, cena en una churrascaría cercana, y espectáculo de samba. Eso fue lo que duró vivo Luis Ramón. En cuatro horas escasas la Mantis religiosa hizo su trabajo; el alma del hombre modélico había sido deglutida.

La segunda noche nuestro hombre ya no durmió en el hotel. Llegó, despeinado, ojeroso y feliz, a desayunar. Estaba yo solo en el comedor; se sentó a mi lado, y con ojos desbocados me habló del salvajismo lleno de azúcar y sal de María Anunciaçâo, de su cuerpo de boa, de sus gritos y frases incendiarias mientras hacían el amor una y otra vez. "Meus seios sâo dois persimmons maduros para voçê, meu amor, morda-os, morda-os forte, meu bem". "¡Carlos, esa locura de mujer me dice que sus pechos son dos caquis maduros para morder!".

No conocía, no veía, no respiraba, no existía. Como si se lo hubiese tragado un banco de arenas movedizas.

Lo que en América llaman persimon es el fruto que aquí conocemos como caqui, cultivado de forma creciente en el sur de la Península. De nombre científico Diospyros caqui, que quiere decir fruto de Dios, tiene origen asiático, y es un cultivo tropical que curiosamente se da con facilidad en el Norte.

Es familia del ébano, y aunque en sus lugares de origen puede superar 15 metros de altura, en nuestra tierra se asemeja en desarrollo al de un manzano franco. Produce los conocidos frutos rojizo anaranjados, de gran dulzura que exigen ser consumidos días después de la recogida pues en ese momento tienen sabor amargo. Para muchas personas son excesivamente dulces, debido a su riqueza en glucosa, lo que los hace muy valiosos como fruta energética. A ello se debe de añadir su gran riqueza en vitaminas, entre las que resaltan las tipo A y C , y en potasio. Ideal para deportistas.

Aunque pueden obtenerse por semillas, lo mejor es adquirir el plantón en un vivero de frutales. Si el suelo es normal -ni arenoso ni arcilloso--y se planta bien situado, sin vientos ni condiciones extremas, habrá caquis para mucho tiempo.

Mientras el avión avanzaba hacia Buenos Aires Luis Ramón nos pidió que le pasásemos algunas fotos para enseñarlas en casa. Él no había hecho otra cosa que adorar a la diosa.

Hace unos días me encontré en El Fontán con Carmen, su mujer, que sigue tan atractiva como siempre. "Vine a mirar si ya hay caquis, Carlos; cuando llega el otoño Luis se pone insoportable pidiéndomelos. Le vuelven loco desde aquel viaje que hicisteis a Iguaçú. Allí los debe de haber riquísimos ¿no?"

Salvo el de María Anunciaçâo, los nombres son ficticios.

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