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Visiones De Ciudad

Ya no duerme la siesta

Oviedo se ha democratizado al compás de los cambios urbanísticos

Numerosas personas hacen cola para acceder al Campoamor.

Para alguien que pasó sus primeros años en la calle Suárez de la Riva esquina a Rosal y su abuelo paterno vivía en la calle Jesús con balcones a la plaza del Ayuntamiento, la primera visión de Oviedo es la de una ciudad con un magnífico centro histórico. No lejos de él, el Campo San Francisco acogía diariamente nuestros juegos y servía también de paso para llegar a la zona más moderna. Entonces, el frecuentado Paseo de los Álamos, con sus sillas de pago, cumplía de veras la función que proclama su nombre y la calle Uría nos parecía una gran avenida. Mas tarde aprendimos que era el fruto del "ensanche", del proyecto de abrir la ciudad y unirla a finales del siglo XIX con la estación de ferrocarril, para nosotros la estación del Norte. Hacia el sur, la ciudad terminaba abruptamente; más arriba de la calle Santa Susana y de la plaza de España, a medio construir y con el suelo y el subsuelo en ruinas, se abría el llamado Campo de maniobras, en el que la casi total ausencia de edificios permitía instalar las barracas en la feria de San Mateo. En verano, cruzábamos la pasarela de Viaducto Marquina para ir a pasar la tarde en los prados que rodeaban la iglesia de San Pedro de los Arcos, en la falda del Naranco. Hacia el norte, existía un Oviedo fabril -allí se ubicaba la fábrica de gas, entre las calles Paraíso, Postigo y Azcárraga, allí se asentaba la fábrica de armas, allí llegaba, a la estación del ferrocarril vasco-asturiano, el tren de las cuencas mineras y de San Esteban de Pravia, el puerto carbonero-. Pero aquel Oviedo era aún un Oviedo extramuros.

Mi familia se mudó luego al otro lado del Campo por lo que éste siguió estando en el centro de mi vida cotidiana, aunque adquirí la nueva perspectiva que me ofrecía la avenida de Galicia y su entorno. Desde allí, viví con disgusto el derribo del palacete de Concha Heres, desde las ventanas de nuestra casa vi desaparecer aquella quinta y su impar invernadero, y supe que también había crímenes urbanísticos, lo que el tiempo se encargó de confirmar con los que vinieron después, como la destrucción de la estación de El Vasco -¿qué fue de aquellas pasarelas de hierro entre andenes, de aquellos coloridos anuncios de azulejo, qué se hizo de aquella cantina de ebanistería art nouveau?- o la demolición de El Fontán. Felizmente, el más reciente, el asalto al Campo San Francisco, quedó en mera tentativa pues fue conjurado gracias a la movilización ciudadana.

Una ciudad es un organismo vivo que crece y se transforma como si de un ser humano se tratara, pero a diferencia de nosotros, una ciudad no envejece, simplemente muta. Y el cambio lo percibe una de pronto, cuando se le pide que reflexione sobre "su Oviedo" e inevitablemente practica ese peculiar asomarse al espejo que es, en el caso de la ciudad en la que nació, echar la vista atrás y comenzar a recapitular los cambios.

No han sido pocos. La ciudad conserva su zona antigua, un "Oviedo redondo" bien conservado, vital, sin riesgo -espero- de gentrificación. El centro de Oviedo se ha peatonalizado en su mayor parte. Por ironías de la política, acabó haciéndolo quien primero se había opuesto a ello con tenacidad y casi con saña, confirmando que a menudo se acierta cuando se rectifica, aunque esta virtud no se practique con frecuencia. Esa misma corporación, presidida con tal persistencia por el mismo Alcalde que hasta puede hablarse en la historia reciente de la ciudad de una época de "gabinato", ensayó en Oviedo la moda, tan extendida, de los edificios singulares y emblemáticos. Pero por tal cosa no se entiende ahora la preservación o rehabilitación de edificios históricos, sino las proezas arquitectónicas, los juegos florales en la construcción. Como en este tipo de certámenes el acierto de la obra depende de la calidad del artista, para la posteridad y asombro del viandante, legó aquella corporación a Oviedo un Calatrava, empotrado en un espacio a todas luces insuficiente que le priva de toda perspectiva y que solo se percibe en toda su rotundidad desde el Naranco, donde, afortunadamente, puede después el viajero descansar la vista gozando del Prerrománico. De esa época data un mobiliario urbano de dudoso gusto, un laberinto de jardineras de hierro colado, un reguero de esculturas de calidad dispar y farolas de porte isabelino por doquier, incluso en zonas de arquitectura contemporánea. Sin olvidar que Oviedo es la ciudad en la que se frustró un auditorio proyectado por Rafael Moneo y se sustituyó por un edificio arquitectónicamente vulgar.

Estridencias aparte, a la labor de esas corporaciones y a las que las precedieron se debe el haber colmado auténticos vacíos o lagunas de urbanización y haber integrado los barrios en la ciudad, sin solución de continuidad y con pareja dotación de servicios públicos que el centro. Hoy los muros de Oviedo son vestigios, patrimonio histórico, reliquias escasas y aceptablemente bien conservadas. Si a ello añadimos un desarrollo urbanístico digno de aplauso en la creación y recuperación de espacios verdes, un urbanismo sin desmanes, una arquitectura contemporánea digna y en ocasiones brillante -Vaquero Palacios, Castelao-, y, por qué no decirlo, un más que aceptable funcionamiento del servicio de limpieza, con una notable -en comparación con los de otras ciudades- recogida de basuras, no debe extrañar el asombro del forastero que nos visita, aunque el anfitrión le advierta de que algo de lo que contempla con arrobo tiene para el nativo un indudable punto de decorado, de verdadero trampantojo.

Oviedo es también su Universidad. De la ciudad tomó su nombre a finales del siglo XIX el Grupo de Oviedo, los Fermín Canella, Aramburu, Alas, Altamira, Álvarez Buylla o Adolfo Posada. Algunas generaciones después, los Alarcos, Bueno, González Campos, Elías Díaz, Rodríguez Mourullo, Anadón, Pérez Casas, Julivert, Truyols, Barluenga? honraron la ciudad y la representaron con excelencia en el mundo del pensamiento. Seguro que otras generaciones de igual talla intelectual sucederán a los que en su mayoría ya no están entre nosotros. Los campus universitarios dispersos complican la gestión pero aseguran una mayor integración de la institución académica en la ciudad y la acercan a sus vecinos.

Como cualquier organismo vivo, Oviedo sufre crisis, se enfrenta a problemas. Nombremos algunos: La Vega, Santullano quizá ahora en vías de solución, El Cristo tras el traslado del HUCA, el Naranco, la Ronda Sur en la zona de Santo Domingo, Fozaneldi y Otero ? Aunque nombrar la Ronda Sur es recordar que Oviedo es también una de las ciudades mejor noveladas, y no pienso ahora en Vetusta, sino en aquel proyecto de época electoral que prometía una losa que "borraba" la ronda y la sustituía por los jardines de Babilonia.

Al compás de los cambios urbanísticos, Oviedo se ha democratizado. Ya no es aquella sociedad de familias, cuya síntesis era la ópera de etiqueta en el Campoamor y la cena posterior en el Tenis, la de los "de Oviedo de toda la vida". Ahora es una ciudad abierta y plural, que puede ir tanto a la ópera, porque se ofrecen varias funciones, como a los chiringuitos. Oviedo ya no duerme la siesta.

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