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Un teatro innovador y de gusto neoclásico

Salaberry y De la Guardia tuvieron en el proyecto del primer coliseo ovetense una voluntad de limpieza formal, de huida de las trilladas soluciones eclécticas del momento

Vista general de la Ópera de Viena

El arquitecto Fernando Nanclares, autor de la reforma del teatro Campoamor de 1986, ofreció esta semana una conferencia sobre la historia del coliseo en las jornadas organizadas por el PP regional "Campoamor. El teatro y el hombre". El suplemento Oviedo&Centro ofrece hoy la primera parte de esta conferencia y la próxima semana ofrecerá la continuación, a partir del incendio del teatro y el nuevo proyecto.

El solar del Campoamor

El teatro Campoamor de Oviedo, que ahora cumple 125 años, se inauguró en 1892, diez años después de que se adjudicase su proyecto mediante concurso.

Casi 40 años antes, en 1853, Joaquín María Fernández había presentado su Plano de Oviedo. Es un plano detallado en el que resalta el recinto del Oviedo redondo. Fuera de la muralla se extendían diversas ramificaciones, apoyadas en las principales vías de comunicación, y las instalaciones aisladas del Hospicio y 4 o 5 grandes comunidades religiosas. Entre ellas, el convento de monjas de Santa Clara, próximo al ángulo NO del recinto que ya a mediados del XIX, tras la desamortización, comenzó a utilizarse como cuartel. Sobre el huerto que se ubicaba al sur del edificio acabaría levantándose el Teatro Campoamor.

En 1868, el ingeniero D. Salustiano González Regueral trazaría una nueva calle recta desde el comienzo de la calle del Rosal hasta la nueva estación del ferrocarril. Llegaría a ser el eje Fruela-Uría, que daría lugar al ensanche de la ciudad en esa dirección y pondría en valor los terrenos del huerto de Santa Clara. La nueva calle secciona al Campo de San Francisco por su extremo norte y la parte desgajada adquiere forma de plaza ajardinada, la futura plaza de La Escandalera. En el plano de 1894 que dibujó Julio Vallaure Coto se observan grandes cambios. La ciudad ha crecido a los dos lados de la calle Uría y aparece grafiado por primera vez el Teatro Campoamor, ubicado entre el cuartel de Santa Clara y la nueva plaza del 27 de Marzo, antiguo nombre de La Escandalera, a cuyo espacio se asoma. El plano que dibujaron los ingenieros de minas Manuel López-Dóriga y Antonio Landeta en 1912, que nos informa del avance de la ciudad en los primeros años del siglo XX, tiene la gran virtud de representar la planta original del Teatro, documento único valiosísimo que nos permitirá conocer su distribución arquitectónica.

El teatro y la Escandalera

El teatro nace, como es lógico, con deseo de centralidad. Es una institución cultural y social que busca su protagonismo en la escena urbana y lo encuentra con fortuna en un lugar que le permite presidir, aunque no directamente, el espacio central de la nueva ciudad que se desarrollaba en torno al eje de la calle Uría y el Campo San Francisco. Además, el solar le consiente levantarse como un edificio exento a la manera de los palacios urbanos tradicionales.

En su inicio, en torno a 1900, su visión desde la plaza estaba flanqueada por dos edificios antiguos, una casa de aspecto rural y la Cárcel Galera, una institución que permanecía allí desde el siglo XVIII. La plaza era entonces poco más que un descampado.

En los primeros años del siglo XX se levantan cerca del Teatro dos importantes edificios altos, la casa de García Conde, en el lateral oeste de la plaza, y un edificio de viviendas proyectado por Manuel del Busto en la calle de Argüelles. El primero contribuiría decisivamente a caracterizar la imagen de la Escandalera. Más adelante, en 1922, un nuevo edificio sustituiría a la Galera y enmarcaría definitivamente la visión del Teatro Campoamor desde La Escandalera. El Teatro y la Escandalera se miran y benefician mutuamente. El Campoamor amplía el espacio de la plaza a la que ofrece su hermosa fachada principal y la plaza arbolada y el Campo San Francisco constituyen un interesante paisaje urbano para ser visto desde el teatro.

Para la construcción del Teatro se había convocado un concurso en 1882 al que sólo se presentó un proyecto, el de los arquitectos Siro Borrajo Montenegro y José López Sallaberry. Borrajo tenía entonces 30 años y Sallaberry, 24. El primero, que era de Orense, aparece pocos años después ejerciendo discretamente la profesión en Galicia. Sallaberry, que acababa de obtener el título, desarrolló en Madrid una carrera brillante que le llevó a ocuparse del proyecto del diario ABC, el primer trazado de la Gran Vía y la dirección de las obras del Casino. Llegó a ser académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Las obras del teatro las dirigió el nuevo arquitecto municipal, Juan Miguel de la Guardia, que fue quien sugirió el emplazamiento en la antigua huerta de Santa Clara. Era otro joven profesional de 33 años que había sido compañero de carrera de Sallaberry. O sea que el Teatro Campoamor fue un asunto de arquitectos jóvenes que se comportaron como tales eligiendo un camino que, en la época, debió de percibirse como innovador.

La arquitectura es en gran medida una cuestión de estilo y en la del Campoamor se percibe claramente una voluntad de limpieza formal, de huida de las trilladas soluciones eclécticas típicas de la segunda mitad del XIX. Por una parte, las formas del teatro remiten a la racionalidad del neoclasicismo: paños macizos de fuerte impacto, y huecos bien perfilados sin ornamentos. Por otra, en el interior de la sala, se utiliza la estructura metálica en finas columnas, igual que en el vecino Mercado del Progreso que se construyó por los mismos años.

Otro elemento innovador fue el gran tamaño y la esbeltez de los huecos del primer piso, articulados con pilares con coronación adintelada: muy habitualmente se repetían los arcos de la planta baja o se introducía una galería de columnas rematadas con un frontón. Hay una lógica formal en la utilización de pilares de base cuadrada en lugar de columnas, sobre todo en la planta superior. Se refuerza así el carácter mural del cerramiento que va rematado con un monumental entablamento que descansa sobre una especie de capitel corrido. Es un gran muro con pliegues cuyas grandes perforaciones dan lugar a pilares intermedios, como fragmentos del muro. Emerge sobre él el frontón retirado que remata el edificio y así se dota al conjunto de una original coherencia formal.

El clasicismo del Campoamor contiene cierta radicalidad. Sus formas depuradas y sus escasos elementos ornamentales evocan a la arquitectura antigua. Sería ésta una elección decisiva que denota una voluntad de desmarcarse del historicismo al uso para ir más allá, remontándose a los orígenes mediante referencias cultas a la antigüedad clásica. Me refiero al peto que remata la cornisa con una sucesión de pequeñas guirnaldas, acróteras y mascarones a modo de antefijas, elementos propios de la arquitectura clásica; y a los antepechos calados en forma de aspa, que remiten a la antigüedad, en lugar de la vulgarizada balaustrada barroca.

La planta original

La planta del antiguo Campoamor es un rectángulo de 33 por 55 metros, es decir de proporción 3:5. Esto indica de partida el deseo de utilizar una geometría racional.

En la planta se refleja la clásica descomposición de volúmenes: una banda perimetral con cubierta inclinada continua de la que emergen dos cuerpos, el de las escaleras principales enfrentadas que se remata con cubierta a dos aguas en las que se incluyen dos lucernarios, y el gran cuerpo saliente que engloba a la sala y la caja escénica. Es un edificio compuesto por distintas partes diversas pero unificado por un tratamiento compacto y continuo.

Como era habitual en los teatros de ópera a la italiana, el volumen vacío de la sala se ubica en el centro, como los patios centrales de tanta arquitectura clásica y popular.

Un precedente para esa disposición serían los antiguos corrales de comedias en los que el público se distribuía en la planta baja y en los corredores de los pisos superiores.

En el siglo XVII, al tiempo que aparecían en España los corrales de comedias populares, por ejemplo, el de Almagro, se construía en Parma el Teatro Farnese, la primera sala con graderío curvado que se enfrentaba a una escena enmarcada.

Poco antes, a finales del XVI, Andrea Palladio había construido el Teatro Olímpico en Vicenza, primer recinto teatral bajo techo, con un graderío semicircular a la manera de los teatros de la antigüedad.

En el XVIII, Antonio Galli Bibbiena, arquitecto y escenógrafo barroco, proyectó en Mantua el Teatro Científico, una sala que por primera vez superponía cuatro órdenes de palcos sobre un perfil de forma acampanada. Esta formulación arquitectónica gozaría de gran éxito y, con variantes, conduciría a la tipología finalmente triunfadora, la sala a la italiana con perfiles variados, en herradura, semicirculares o elípticos.

Este tipo de salas prevalece, no por sus condiciones acústicas, sino por su seductora condición espacial que tanto recuerda a los primitivos patios, que están fijados desde la antigüedad como un elemento primordial de la arquitectura.

La sala patio del primitivo Campoamor venía servida por espacios perimetrales de circulación y relación que la abrazaban por tres lados. La secuencia del acceso es la clásica: desde un vestíbulo frontal se pasa al núcleo central de dos escaleras enfrentadas que permitirían subir a la planta entresuelo y a la principal, en la que se ubicaba el foyer. La planta de anfiteatro dispondría de escaleras independientes. El vestíbulo y el foyer son los espacios representativos de gran altura que protagonizan la fachada. Parece que, inicialmente, ambos espacios iban a ser abiertos a modo de logia de dos pisos. En este sentido, el antepecho calado de la planta alta debe interpretarse como una protección vinculada al uso de un espacio abierto, como ocurre, por ejemplo, en la Ópera de Viena. Del mismo modo, las dos esculturas que se levantan sobre sendos podios intercalados en los antepechos exigen un ámbito aéreo, igual que en teatro vienés. Cabe aquí recordar la famosa Loggia dei Lanzi o de la Signoria de Florencia, un espacio porticado en el que se exponen esculturas sobre podios.

La sala iría enmarcada por sus lados con amplios corredores de 5 metros de ancho y unos 25 de largo. Ambos conectaban con el foyer en sus extremos. La sala era pequeña, de unos 12 metros de ancho, pero los corredores, más bien salones, eran desproporcionadamente grandes, muy aptos para el despliegue de las relaciones sociales. Pudo haber sido así porque el foyer fuera destinado a ser una galería abierta, lo que restaría superficie a los espacios de relación que habría que compensar en el interior. Sea como fuese en la idea de sus autores, el foyer fue finalmente acristalado con unas altísimas ventanas que incorporaban la ciudad al teatro.

La sala parece inspirada en el Teatro de La Comedia de Madrid, proyectado por el arquitecto Agustín Ortiz de Villajos en 1874. El empleo en esa sala de esbeltas columnas y antepechos de hierro fundido se convirtió en modelo de modernidad para varios teatros españoles de la época, entre ellos el Campoamor. Se utilizaron elementos estructurales industriales sin apenas ornamentación y con ellos, y con los antepechos calados, se ganaba transparencia.

Sólo se conserva una imagen del primitivo foyer cuya visión nos sugiere que las ideas neoclásicas de Borrajo y Sallaberry no fueron tenidas en cuenta en la decoración interior. Si en el exterior las formas son depuradas y desprovistas de ornamentación, lo que desde nuestra óptica asociamos a la modernidad, en el interior, al menos en el foyer, todo es académico, acorde con los gustos de la época que fundían la idea de belleza con la ornamentación, que era la parte en la que se lucía la capacidad artística.

El teatro como palacio

La condición exenta del Campoamor lo dota de un carácter palaciego. Un palacio urbano en el nuevo centro de la ciudad con unos jardines propios cercados.

El hecho de poseer un jardín privado lo emparenta con algunos palacios urbanos ovetenses. En el plano de 1853 figuran tres palacios con jardines adosados, los de Camposagrado, Valdecarzana y Velarde. Además de los jardines conventuales, como el propio de Santa Clara sobre el que se levantó el teatro y el gigantesco del Convento de San Francisco que daría lugar al parque de igual nombre. Es decir, el jardín privado que se exhibe a la ciudad y se goza privadamente es un elemento de prestigio que contribuye al aspecto palaciego del teatro.

Ya hemos analizado la fachada principal con sus referencias a la antigüedad clásica. Las fachadas laterales, en continuidad con la principal, se componen de dos plantas inferiores con muros de caliza gris en bandas almohadilladas y otras dos englobadas en un orden gigante de pilastras. Los huecos verticales enlazados visualmente en las dos plantas contribuyen a la ilusión del orden de gran altura. Esto enlaza con las soluciones habilitadas en el renacimiento tardío que conferían a los palacios un carácter monumental.

La búsqueda de esa monumentalidad como condición propia de la arquitectura institucional, produce una permanente transferencia de elementos arquitectónicos entre tipos diversos de edificios o partes de los mismos. Los teatros de todas las épocas intercambiaron su arquitectura con la de los templos antiguos, las villas renacentistas y los palacios barrocos. El Teatro Massimo de Palermo aprovecha elementos de la Villa Rotonda de Palladio.

También en Palermo, la fachada del Politeama es un arco de triunfo; en España, el Principal de Alicante parece un templo antiguo y el Principal de Valencia simula una villa barroca.

La mayoría de los teatros se componen como palacios clasicistas. En su fachada principal se disponen habitualmente dos pisos, rematados a veces con un ático. Siempre habrá una planta baja que corresponde con el vestíbulo y una planta alta con huecos que pertenecen al foyer o a una logia adelantada. Normalmente, los huecos se disponen en una serie central de cinco enmarcada por dos cuerpos laterales con huecos individuales. Es lo que ocurre en el Campoamor, con la particularidad de que los huecos del foyer son muy esbeltos y adintelados.

El paradigma de los teatros del XIX es el que construyó en París Charles Garnier inaugurado en 1875. Es el culmen de los ideales de la escuela Beaux-Arts. Su arquitectura se utilizó como cantera de la que se extrajeron soluciones y detalles que se pueden encontrar en el teatro Campoamor. Así las guirnaldas y mascarones que remataban la cornisa del primer teatro y los escudos y grupos escultóricos que figuraban en el reconstruido en la postguerra.

Deterioro y reforma de 1926

Hay una fotografía de los primeros años 1920 que muestra un notable deterioro en la fachada principal del Campoamor: los cortinones del foyer presentan un aspecto muy descuidado y la parte de los arcos está plagada de carteles con varias carpinterías transformadas en cerramientos con ventanas. En 1915 se había autorizado el uso del teatro como cinematógrafo. Da la sensación de que el teatro había sido parcelado para diversos usos lucrativos. Había un cartel de un restaurante en la fachada hacia los jardines.

La Sociedad Filarmónica era la arrendataria del Campoamor desde 1916. En 1926 esta sociedad decide acometer importantes obras de reforma con proyecto del arquitecto Enrique Rodríguez Bustelo. Se ganan butacas introduciendo la orquesta en un foso bajo el escenario y eliminando los palcos del fondo de la platea. En la parte curvada de las plantas de entresuelo y principal se eliminaron también los palcos y se formaron gradas. Esta era una reforma típica que se llevaba a cabo en los teatros españoles de la época dirigida al aumento del número de localidades en pos de una mayor rentabilidad. Con ella se resentía el carácter original de las salas, pero se les otorgaba una viabilidad en tiempos de dificultades económicas.

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