Es muy difícil reunir las fuerzas necesarias para escribir cuando alguien al que consideraba un hermano se ha ido para siempre dejando un enorme vacío en mi corazón, pero tampoco podía dejar pasar la oportunidad para dejar constancia de que Pipo fue una de las mejores personas que han pasado por mi vida. Fuimos socios y compañeros de trabajo durante 35 años y todo ese tiempo junto a él me ha servido para darme cuenta de que sus valores, su carácter y su carisma no son fáciles de encontrar juntos en una misma persona. Pipo era un hombre entrañable, afable y cariñoso. Y estas afirmaciones no son sólo de mi cosecha, cualquiera que lo conociese diría lo mismo sin vacilaciones.

Actualmente trabajábamos codo a codo en la Academia Línea, por la que pasan cada año cientos de estudiantes, personas que después ocupan puestos de responsabilidad en muchos ámbitos de la sociedad. Estoy segura de que no hay ni uno solo de ellos que no lo recuerde con cariño. Sus clases eran magistrales, era capaz de hacer fáciles para los alumnos los problemas más complejos de matemáticas. Y lo conseguía a base de profesionalidad, de talante y de empatía con la clase. En todos los años que estuve con él nunca lo escuche levantar la voz ni salirse de tono. No me canso de decirlo: Pipo era una persona maravillosa, que se hacía querer y que tenía todo lo que se espera de un hombre íntegro.

Creo que nunca olvidaré a Pipo. Cada día que entre en la academia me acordaré de él y me lo imaginaré feliz, entregado a sus alumnos y enseñándoles todas esas materias que tanto dominaba. A través de este texto también quiero aprovechar para mandarles un abrazo fuerte a todos sus familiares, del primero al último, y para decirles que pueden estar muy orgullosos del legado que Pipo ha dejado en vida.

Adiós, amigo; adiós, hermano; hasta siempre, compañero. Nunca te olvidaré y siempre te tendré conmigo. Gracias por todo lo que me diste y por haber hecho de mí una mejor persona al empaparme de todo lo que ofrecías. Descansa en paz, Pipo.