Toda la familia de Pipo queremos daros muchísimas gracias a todos. Durante estos días hemos recibido el calor de miles de abrazos, y los necesitamos todos para quitarse esta invernada en el tuétano que es la muerte del que fue marido, padre, hermano...

Muchísimas gracias a los que estáis aquí entregando un tiempo de amistad y reconocimiento. Estamos desbordados, que es como hay que estar para soportar el golpe. Nos estáis ayudando vosotros y muchas personas que no han podido venir pero se han manifestado de mil maneras porque la sociedad hipercomunicada ofrece esa ventaja. Todo el que sintió, siquiera un pellizco, al saber la muerte de Pipo pudo manifestarlo en ese impulso que dan los sentimientos. Desde muchas partes del mundo, muchos antiguos alumnos de Pipo pudieron escribir algo, recordar algo y lo hicieron de esta manera nueva que privilegia el sentimiento y el testimonio.

Veréis, los mayores para estos casos tenemos la cultura de un medio de comunicación ya muerto, el telegrama, en el que las condolencias, con todo su dolor compartido, se expresaban así: "Lamentamos sensible pérdida y unimos vosotros nuestro dolor". Lo demás, iba implícito. Ahora hemos leído muchas parrafadas sobre los recuerdos y la influencia que dejó Pipo en centenares de personas que no conocemos y cada una es una pincelada y todas componen el retrato de este hombre con la cara iluminada por la sonrisa y los dedos manchados de tiza.

Este proceso, corto en el tiempo, larguísimo en el dolor, da para pensar y hasta los más despistados por la vida nos damos cuenta de que, al final, siempre se hacen balances. Voy a contaros algunas cosas de casa, quiero decir de la casa de la que salió Pipo, porque la conocí. Lo hago en la confianza de la amistad que os trajo pero, como esto es Oviedo, que no salga de aquí, por favor.

En la casa donde creció Pipo no se enseñaba a competir, sólo a jugar, en el sentido de que el resultado, que siempre tiene mucho de social, importaba poco. Por supuesto que preferían un aprobado que un suspenso en las notas -que es la primera cuantificación social-, pero no te pedían el 10 (ese diez de "tengo un 10" o de "me sacó todo sobresalientes"), te pedían que hicieras todo lo que pudieras. Eso hace que, muchos años después, no hayamos aprendido la importancia social de la competencia, que es social. Por eso no usamos, jamás, el código de los ganadores y los perdedores ni de los triunfadores y los fracasados. Pero que no lo hayamos aprendido no quiere decir que no lo hayamos comprendido. Así que en el balance de Pipo Cuervo que he hecho me sale que mi hermano mayor -en casa todos tuvimos un hermano mayor que fue hermano y mayor desde nuestro primer día hasta su último día, él tuvo que conformarse con tener hermanos pequeños, que es un cargo honorífico sin ninguna responsabilidad-; mi hermano mayor, nuestro hermano mayor, decía, fue un ganador o un triunfador. Llegó a esa etiqueta social desde una acción totalmente individual.

En la casa en que creció Pipo, donde no pesaba la competencia, funcionaba como regulador de la actividad la propia conciencia. La conciencia es el conocimiento del bien y del mal que permite a las personas enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios.

Yo ya conocí así a Pipo con la conciencia activada porque me sacaba 9 años. La puesta en marcha de la conciencia se producía entonces a los 7 años. Para decirlo en el lenguaje de la casa que nos acoge era el uso de razón, la edad de la primera comunión. Entonces eran 7 años. Hasta los 7, edad de la inocencia, desde los 7, edad de la razón.

Para haceros una idea de cómo funcionaba esto, cuando queríamos hacer algo contra el resto de los criterios de educación y mi madre no quería pero tampoco encontraba fuerza o razón para impedirlo decía: "Allá tú y tu conciencia".

Después de oír eso, lo primero que hacías era recapacitar. Lo normal era que ya te pusieras las esposas tu solo, te tomaras declaración y te metieras toda la noche en el cuartón de la conciencia.

Pipo tenía una conciencia bastante más alta que él y vivió siempre según ella, según su conciencia.

En casa decíamos que Pipo era muy cabezón, pero no para indicar que era terco, que es cosa de mulas, sino para significar que era concienzudo. Era concienzudo a conciencia. Para todo. A causa de uno de los tratamientos de esta enfermedad Pipo perdió la capacidad de escribir, se puso a hacer cuadernos "Rayas" de toda la vida y recuperó su singular caligrafía.

Pipo vivió según su conciencia y trabajó a conciencia.

Cuando tenía 14 años era frecuente que los chavales que entraban en el Bachiller Superior se ganaran algún dinero dando clases a los que empezaban el Bachiller Elemental. Pipo empezó así. Dando clase de Matemáticas, que era lo que siempre exigió más profesores particulares. Fijaos si es un triunfador que ahora sabemos que llegó a ser un querido profesor de Matemáticas. Eso es imposible. Es un oxímoron, la combinación de dos opuestos. O querido o profesor de Matemáticas.

Como Pipo se llevó todas las Ciencias de casa a mí me quedaron sólo las Letras. Eso hizo que nos entendiéramos siempre con idiomas distintos gracias al habla común de casa.

Yo cuando fui consciente de lo que le gustaban a Pipo las Matemáticas pensé: "Allá él y su conciencia".

Pipo sólo tuvo un sonado fracaso como profesor de Matemáticas. Fui yo. En su momento decidimos que esto quedara en casa, por mí, no por él.

No entiende las Matemáticas ni a Pipo. Ay pobre.

Lo digo ahora que ya prescribió.

Pipo empezó dando clases de Matemáticas para ganar un dinero mientras acaba los estudios y se vio años después sin acabar sus estudios porque estaba dando clases de Matemáticas. Hay una película de Woody Allen que trata de eso. Unos ladrones montan una pastelería al lado de una joyería para hacer un butrón y llevarse un buen botín. El robo es un desastre, pero se hacen ricos con las estupendas galletas que hacen en la pastelería. Pipo tuvo alumnos que aprobaron las Matemáticas con profesores que a él le habían suspendido.

Fue un excelente profesor de Matemáticas concienzudo y a conciencia. Siempre creyó que la enseñanza podía y debía ser de otra manera, que otra enseñanza era posible y lo llevó a la práctica. Me lo decía una exalumna.

Quieres a tu profesor de Matemáticas cuando te enseña las Matemáticas de una manera que las entiendes.

Además de eso, de ser profesor en conciencia, fue un profesor concienzudo. Recuerdo los años en que acababa con los alumnos que tenían que aprobar en junio y, a después de las notas empezaba con lo que tenían que aprobar en septiembre. Y me acuerdo que podía dar clase cualquier día a cualquier hora si al grupo le hacía falta.

Ésa fue la guerrilla de la enseñanza de Pipo, que lanzó al mundo a miles de personas que entendían las Matemáticas por él y a los que sus profesores universitarios dieron la nota de aprobación.

Amor a conciencia

Pipo fue un triunfador en su familia. Un amigo me decía ayer desde Londres: me acuerdo de verlo por Luanco muy enamorado de María. Yo me acordaba de verlo igual, 35 años después, tres días antes, en el salón de su casa de Oviedo, cuidándose el uno al otro, Pipo a María, María a Pipo, cada uno con sus fuerzas, sacadas de donde ya no había.

En este caso, ese amor íntimo, persistente porque se quieren a conciencia y porque lo cultivaron concienzudamente, se expresa en Paula Cristina María y Ana, que lo digo sin comas porque aunque cada una es una, aquí comparecen la forma de las cuatro hijas a las que quiso a conciencia, que es la mejor manera de querer y de hacer hijos en esos años en que ellos se dejan hacer. Qué gran trabajo hicisteis, Pipo y María, María y Pipo. Me gustaría que el mundo estuviera lleno de personas como Paula Cristina María y Ana porque sería tan cómodo, educado, preparado y honrado como quisiéramos todos que fuera el mundo.

Ya me diréis si eso no es un triunfo.

Lo vi rodeado en el último momento y sé que todos quisiéramos irnos así.

Pipo conservaba los amigos desde la infancia, ese núcleo duro del que hablaba, y fue haciendo amigos a lo largo de toda la vida, desde los primaverales de la avenida de Colón y los Maristas hasta los veraniegos de Tapia de Casariego. Hacía amigos y no los deshacía. Lo estamos confirmando.

Cuando tienes un hermano mayor que logra ser querido profesor de Matemáticas y tiene una familia sólida, benéfica y hermosa sabes que siempre tienes donde aprender, mirando, no hace falta que consultes.

Estos meses nos dio la última lección. Quisiera haberla aprendido bien esta vez. Quisiéramos todos que nos la hubiera dado él, pero dentro de muchos, muchos años. No pudo ser. Nos quedamos con las que nos enseñó y sabremos utilizarlas más tiempo. Sabemos, Pipo, que descansas en paz con la conciencia tranquila.