Pasan los años y ya son unos cuantos. Vivíamos en la calle Asturias mi madre y yo y llegaba la Nochebuena. Mi hermano y su familia tenían su casa en la calle González Besada. Para no dejarnos solos en aquella vivienda tan grande de la calle Asturias nos invitaron a cenar con todos ellos, el matrimonio y cuatro hijos.
Fue una animada cena que finalizó con turrones, polvorones y mazapanes. Sobró comida y hasta bebida, de tal forma que, como al día siguiente era Navidad y serían ellos los que vendrían a nuestra casa, nos llevamos parte de los alimentos.
Así que partimos de la casa de mi hermano sobre las doce la noche. Mi madre y yo nos marchamos hacia la calle Asturias pasando por Félix Aramburu. Llegamos a la Plaza de la Gesta (ahora del Fresno); pasamos por delante de Hidroeléctrica (actual EDP), y al llegar justo a la esquina de Calvo Sotelo (ahora Federico García Lorca), en una de las bolsas que llevábamos se oyó como un petardazo que nos dio un susto de muerte: la sidra achampanada se había ido agitando y con su espuma saltó el corcho.
El susto no había sido solo nuestro, porque cuando saltó el tapón y emitió aquella explosión, nos cruzamos con un chico que hasta se apartó de la acera y saltó a la calle. Luego nos dio la risa a todos, nos felicitamos la Navidad y seguimos nuestro camino, no sin antes intentar buscar el tapón que se había llevado el diablo. A la calle Asturias llegó la sidra, ya sin burbujas. El gas que le quedaba se había escapado. No obstante le buscamos otro; la metimos en la nevera y el día de Navidad estaba fresca y con sabor dulce. El tapón original quedaría a merced del barrendero de turno y nuestra divertida historia de Nochebuena, con susto incluido, quedó en nuestro recuerdo durante muchos años.