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El Escorialín, reflejo de la coña ovetense

Los ciudadanos bautizaron el edificio en los años 50 por los continuos retrasos en su construcción, que se alargó seis años - La galería de la Oficina Municipal de Turismo está pendiente de reparación tras caerle un árbol encima hace una semana

El edificio en los cincuenta.

El viento ha dañado la Oficina Municipal de Turismo pero no ha podido con El Escorialín, quizá la máxima representación del humor ovetense. El edificio forma parte del patrimonio más peculiar de la ciudad. Una lista en la que también está El Termómetro, La Jirafa o la Casa el Coño. Los carbayones bautizan el entorno en función de sus particularidades y el nombre perdura en el tiempo aunque se quede sin placa oficial. Los continuos cambios de diseño y los problemas de cimentación alargaron seis años (de 1952 a 1958) la construcción del inmueble de la esquina del Campo San Francisco con Marqués de Santa Cruz y agudizaron el ingenio de la población al establecer un paralelismo con el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Aunque el convento madrileño se alzó en el siglo XVI tras veintiún años de trabajo, los ovetenses bromearon con la posibilidad de que las obras de su pequeño inmueble se alargasen tanto o más y lo convirtieron en el hermano pequeño del Escorial con sólo añadirle el sufijo "in".

El entonces Alcalde, Ignacio Alonso de Nora, estableció un plan de renovación y modernización del Campo San Francisco. El plan incluía la construcción del estanque de los patos, el traslado de los ciervos que vivían en un recinto instalado en el lugar que ahora ocupa el monumento a Leopoldo Alas "Clarín" y la modernización del Paseo de los Álamos (de aquella, Paseo de José Antonio). El objetivo era que los vecinos pudiesen disfrutar de aquel paseo libre de obstáculos. Según explica Adolfo Casaprima, autor del libro "El campo de los hombres buenos. Historia del Campo San Francisco de Oviedo", el camino estaba siempre abarrotado por puestos de venta de todo tipo. "Había taquillas para los toros, los partidos de fútbol, los actos de la Sociedad Ovetense de Festejos y las entradas del cine, pero también había quioscos, floristerías, estancos, administraciones de lotería, pastelerías, puestos de helados y castañas según la época del año y barracas durante las fiestas". El Escorialín serviría por tanto para aglutinar y ordenar todo aquello y permitiría instalar más adelante (en los años sesenta) el mosaico del artista Antonio Suárez en el paseo.

Según explica la cronista oficial de la ciudad, Carmen Ruiz-Tilve, las obras del Escorialín comenzaron en 1952 con el derribo de un crucero sito en aquella esquina. "El crucero murió a manos de 'Doña Piqueta', como casi todo en Oviedo, y la construcción del edificio se convirtió en una historia eterna", cuenta. Los arquitectos municipales cambiaron el diseño en multitud de ocasiones para hacerlo más grande o más pequeño, e incluso para instalar allí una cafetería. Y los obreros tuvieron serios problemas con la cimentación porque el suelo era más duro de lo que pensaban y tuvieron que hacer voladuras.

El Ayuntamiento lo inauguró en 1958 conocido ya popularmente como El Escorialín. En el piso de arriba había tres puestos diminutos; uno de flores, otro de prensa y un tercero de tabaco. Abajo, con entrada independiente por el interior del Campo San Francisco, se instalaron tres limpiabotas y una taquilla de venta de entradas. Rematando el conjunto los técnicos municipales pusieron una Cruz de los Ángeles que curiosamente se desprendió años después por un vendaval. "Todavía recuerdo ver aquella cruz, que debió caerse en el último tercio del siglo XX", comenta Casaprima.

Para el escritor Alberto Polledo, el conjunto "es una esquina deliciosa de la ciudad y una parte fundamental del Campo" que debe restaurarse lo más pronto posible y mantenerse abierto todo el año. "Es el lugar donde miles ovetenses compraron las entradas para las fiestas de la SOF, donde se mantuvieron animadas tertulias o donde se quedaba con los amigos". Lo mismo opina Ruiz-Tilve, para quien la galería de cristal acaparaba la atención de los viandantes convertida en el escaparate de una floristería e incluso, algún diciembre, en un tradicional belén navideño.

Gabino de Lorenzo lo convirtió en Oficina Municipal de Turismo a principios de los 90, durante su primer mandato, y hoy en día permanece cerrado y parcialmente vallado por la caída de un árbol el 26 de diciembre. Al margen de la reparación, El Escorialín abrirá sus puertas en enero, cuando el Ayuntamiento contrate la gestión de la información turística con una empresa privada. La atención de la oficina se realizaba a través de un convenio con la Facultad de Turismo. En los últimos meses estuvo abierta mediante una escuela taller, lo que permitió al Ayuntamiento tenerla abierta de forma ininterrumpida, pero ese contrato finalizó en noviembre y se cerraron las instalaciones. Los últimos informadores turísticos procedentes de la escuela taller trabajaron desde el 16 de diciembre de 2016 hasta el pasado 30 de noviembre y cobraban 500 euros por la jornada completa.

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