Así que había sido allí. En abril de 1961, cubanos exiliados, con el apoyo de Estados Unidos, desembarcaron en aquel entrante del Caribe llamado Bahía de Cochinos convencidos de que la población los iba a apoyar, y de esa forma iban a derrocar al régimen de los barbudos.

"El pueblo nunca se levanta, mi amor, ¿vio? Las personas solo queremos paz, el arrocito con frijoles, el asadito de res algún domingo, realizar tu trabajo, saborear este vaso de ron en el porchito al anochecer, apretarte contra tu hombre".

María Lidia tenía setenta años según me dijo. Era negra, grande, y aun coqueta, a juzgar por la cinta elástica roja con la que recogía su pelo, y de mucho carácter. En una visita a Cuba me había acercado a Bahía de Cochinos movido por la curiosidad histórica. La bahía era estrecha y profunda. Tras el arenal donde desembarcaron comenzaba un territorio pantanoso infestado de cocodrilos. A todas luces un error táctico gravísimo de los responsables de la CIA que diseñaron la operación.

En Cuba llaman "casa particular" a las que alquilan alguna de sus habitaciones. Durante aquellos tres días el mejor momento era al anochecer, cuando me sentaba con María Lidia en su pequeño porche a charlar acompañados de un vaso de ron, mientras la brisa arrancaba un rumor relajante de un gran eucalipto vecino. Yo la dejaba hablar, más que por morbo de saber sobre su vida, porque me encantaban la música y los giros isleños.

"Ustedes los hombres no sois mala gente ¿vio? Lo que pasa es que nosotras llevamos un veneno dentro que nos hace andar pegaditas a su lado, tu me entiendes, mi amor, y eso no es bueno, porque la mujer se ciega", me dijo. "A mi me sucedió con mi Eufemiano, negro prieto con una sonrisa que mataba. Una mañana paró acá mismo a cambiar una goma al auto. Se puso a comentarme. Tenía la dulzura del mamei, hermano. Yo tuve que parar pensando no te tires con la guagua andando, María Lidia. A la mañana siguiente me calcé la saya roja y el pulover más lindo. Él volvió, yo lo sabía. Y comenzó todo como si ardiera petróleo, hermano. El eucalipto, si hablara, podría contarle?", añadió misteriosa.

El Eucaliptus globulus es el mayor cultivo forestal de Asturias debido a su rentabilidad. Una introducción anárquica trajo consigo la demonización de la especie y el clima de linchamiento, como en el Lejano Oeste.

Pero ya comienzan a oírse opiniones autorizadas que lo defienden, así como a su madera, no solo útil para la obtención de papel o para su uso en minería, sino como productor de piezas de calidad para mueblería. En lo que todo el mundo está de acuerdo es en el poder balsámico del vapor obtenido del cocimiento de sus hojas -los famosos vahos de eucalipto de nuestra infancia, una sauna de calderu-. Como ornamental, el eucalipto -aunque de gran esbeltez, velocidad de crecimiento y curiosidad cromática- no es recomendable dado que debido a la escasa inserción de sus ramas, un mecanismo de defensa natural contra el fuego, lo hace peligroso.

"Al principio todo fue bien, hermano. Cada uno su trabajo. Íbamos a mercadear al 'chopin` juntos. Yo tenía divisa por mi trabajo en el hotel. Alguna vez comíamos en un paladar; cada día compartíamos acá en este porche con una botellita de ron; y en la cama, ya sabe, los dos teníamos sangre ¿vio?, y él pisaba bien, muy bien. A veces donde el eucalipto? Pero no es fácil, las cosas no duran", siguió contando.

"Eufemiano echaba maíz a todas, mi amor. Un día en el asiento de atrás del auto una bruja había olvidado su ajustador. Cuando llegó a casa agarré un cuchillo y lo entré; yo soy brava, hermano. De frente le grité "¡Tu no me calculas, viejo; aguanté que chupes ron, y que gastes tu plata jugando, pero pegar los tarros con las demás ya no. Te vas de aquí echando o te coso al piso ya mismo!" ¿vio? Ja, salió como el perro que tumbó la olla. Hubo algunos hombres más en mi vida. Pero ninguno como mi Eufemiano. ¿Por qué solo nos llenan los manganzones, caraduras, vividores, viejo?", concluyó.