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La peor decisión de "un hombre normal"

Los vecinos confían en que el ovetense desesperado que intentó atracar un banco en Uría no sea condenado a prisión

La peor decisión de "un hombre normal"

Está en prisión preventiva, en el módulo de ingresos de la cárcel de Asturias. Allí llegó el viernes por la tarde después de prestar declaración en el Juzgado número 1 de Oviedo, en funciones de guardia. Aún no ha podido ser asistido por el psicólogo del centro penitenciario por ser ayer festivo y hoy domingo. Tampoco se le ha aplicado el protocolo de prevención de suicidios, así que J. F. H. ha tenido que tragarse solo el duro golpe de la pérdida de libertad.

Después de una vida de trabajo y con 67 años debería estar jubilado, pero las deudas se lo impidieron. Los vecinos del barrio de Montecerrao que lo conocen y lo aprecian conjeturan que los impagos a la Seguridad Social le impiden acceder a una pensión. Así que allí seguía, trabajando en una tienda de muebles, intentando vender algún armario, una encimera o un colchón, como había hecho su familia toda la vida hasta que los negocios fueron declinando y las generaciones sucesivas abandonando la tradición comercial de la saga.

Y ahora, cuando debía estar disfrutando de los regalos de Reyes con sus nietos, está en la cárcel por haber tomado la decisión más equivocada de su vida, intentar atracar un banco para acabar con las deudas. "Está jodido, ¡cómo va estar!", decía un familiar el viernes mientras encendía un pitillo a la puerta del Juzgado. Acababa de ver a un hombre destrozado, arrepentido de haber tirado la toalla, de haber cometido una locura. "¿A quién se le ocurre intentar atracar un banco en la calle Uría, si al menos se hubiese ido a Tineo?", comentan los vecinos intentando buscar una explicación. La única que hay es la desesperación. No tenía escapatoria posible y si aun así lo hubiese logrado... ¿Irse con el dinero, volver a casa, pagar todas sus deudas y seguir haciendo una vida normal? Es imposible. Quizá la idea fuese huir, como hizo el Dioni, pero sólo él lo sabe.

Nadie se lo explica, nadie es capaz de entender no ya cómo se le pudo pasar por la cabeza atracar un banco, sino pensar sólo por un momento que aquello podía salir bien. Nadie justifica lo que hizo, pero tampoco quieren una dura condena para una persona que jamás ha tenido un problema con la justicia y que siempre ha cumplido con familia, amigos y clientes.

" 'Probe paisano' es la frase que más he escuchado en los últimos dos días", reconocía el viernes su abogada poco antes de informar a la familia: "Vuelve para abajo -a los calabozos-, han decretado prisión provisional y el juicio se celebrará el día 18 y no en dos o tres meses como pensábamos, al menos es poco tiempo, y el banco no ha presentado cargos porque no hizo nada".

Sí que había hecho algo. Se le acusa de un delito de robo con intimidación en grado de tentativa. Eso supone de dos a cinco años de cárcel, la Fiscalía pide tres años. Lo más razonable, según dicen los abogados, es que pacte una pena de dos años o menos, que nunca llegue a celebrarse el juicio y que al no tener antecedentes no ingrese de nuevo en prisión.

La pesadilla había empezado hace años, cuando puso en venta la mueblería por menos dinero del que debía de hipoteca. Pero todo se agravó el miércoles. Pasó la noche rumiando las deudas que lo acechaban. Los proveedores reclamando lo suyo, el banco queriendo su parte y la caja vacía. J. F. H., ovetense de 67 años de edad, había cerrado su tienda de muebles en Montecerrao el miércoles por la tarde una hora antes de lo habitual. Por primera vez en muchos años no había respetado el horario comercial que solía incumplir por exceso, pero nunca por defecto. Aun así dejó una nota pidiendo disculpas. No quería quedar mal por si la suerte acercaba a su tienda a algún cliente. El cartel decía que abriría al día siguiente, el jueves 4 a las diez y media de la mañana, pero nunca lo hizo.

Se vistió en su casa del barrio de Santo Domingo, cogió una gorra y una bufanda y encaró el Campillín, se adentró en el centro de Oviedo. Pasaban unos minutos de las diez de la mañana. Plaza de la Escandalera. La zona comenzaba a estar concurrida entre trabajadores y personas que trataban de evitar las aglomeraciones de las horas centrales del día para hacer sus compras de Reyes. El hombre pasaba desapercibido. Bien vestido, con gorra y bufanda en pleno mes de enero. Así lo definieron los empleados del banco, "un hombre normal y bien vestido", y lo corroboran los testigos que vieron cómo dos agentes de Policía de paisano le sacaban del banco.

En pleno centro de Oviedo, una zona que conocía bien, el hombre dio el paso en falso más importante de su vida. Tres sucursales bancarias juntas; entró en la del medio, Bankia, en el número 4 de la calle Uría y con salida a la calle Pelayo, frente al Campoamor. Pensó que así lo podría solucionar todo. Atracando un banco para pagar esas deudas. O tal vez pensó que estaría mejor en la cárcel, que allí no le perseguirían los acreedores, que así se acabaría todo.

Había cogido unas baldosas y se las había pegado a la cintura. Entró en el banco, no había clientes, y mostró un papel en el que decía que le diesen el dinero, que llevaba una bomba. J. F. H. "intentaba taparse la cara con la bufanda", contaron los trabajadores de Bankia, "pero se le veía perfectamente".

Llegó otro empleado y le informó de que la caja fuerte tardaría en abrirse. En ese momento tiró del clásico de los atracadores: "No pienso volver a la cárcel". Lo dijo para recalcar su amenaza al tiempo que enseñaba lo que decía que era una bomba, que aquello que les mostraba en su mano derecha era un detonador y aseguraba que estaba dispuesto a volar el edificio. Siguió con otro clásico para dar credibilidad a sus afirmaciones: "Me quedan cinco meses de vida". Pensó que así se asustarían, que creerían que era cierto que lo iba a hacer, que entenderían que total por cinco meses más o menos tenía que intentarlo y si salía mal allí se acababa todo, saltando por los aires en el mismo lugar en el que durante décadas se levantó el Carbayón.

Los empleados lo creyeron a medias. No intentaron nada, pero sí pulsaron el botón de alarma. La calle Uría en fiestas es un hervidero de gente pero también el lugar con más policías por metro cuadrado de la ciudad. Dos agentes que estaban cerca se asomaron a la puerta del banco. La entrada tiene un dispositivo para abrir que se tiene que activar desde el interior, pero en ese momento estaba abierta. Comprobaron que no había clientes y entraron tranquilamente. Vieron al hombre sentado en una silla y en unos segundos ya estaba en el suelo esposado y diciendo que no tenía nada, que no había bomba alguna.

Pocas personas se enteraron de lo que ocurría. Una ambulancia paró discretamente a la puerta por si era necesario. No lo fue. Los policías sacaron al hombre y se lo llevaron a Comisaría. Dejó sus pertenencias a la entrada, vació los bolsillos, dejó el móvil, que quedó encendido, y se quitó el cinturón. Por primera vez en su vida pasó la noche en un calabozo.

"Se ha metido en un buen lío", lamentan los que lo conocen. La desesperación por cumplir, por pagar lo que debe, por no verse sin nada, por no defraudar. Ahora tendrá que pagar por algo que nadie pensó jamas que pudiese hacer este hombre tranquilo que sólo merecía jubilarse.

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