"Suba a la tercera planta a firmar su libertad". Fueron las palabras mágicas que escuchó ayer J. F. H., de 66 años de edad, a la una de la tarde. Había aceptado una pena de prisión de un año y nueve meses por un delito de robo con intimidación en grado de tentativa con el agravante de disfraz y, al no tener antecedentes, no volvería a la cárcel.

J. F. H. intentó atracar una sucursal de Bankia el pasado 4 de enero en la calle Uría y desde el día siguiente estaba en prisión provisional. Ayer salió del Juzgado en un furgón de la Policía Nacional para regresar al centro penitenciario de Asturias a recoger sus pertenencias y firmar la salida; por la tarde ya estaba en libertad. Al abandonar la sala del Juzgado de lo penal, aún con las esposas puestas, miró hacia atrás y allí se encontró con la mirada amiga de un compañero de celda de estos días en prisión. Los dos sonrieron y, pese a las esposas, el atracador desesperado levantó los pulgares en signo de celebración.

Todo quedó en "un susto con final feliz", según explicó su abogada, Susana Fernández Iglesias, aunque ahora le queda la dura tarea de recomponer su vida y saldar las deudas que le llevaron a cometer la "locura" de intentar atracar un banco. "Fue un momento de locura, de desesperación", insistió la letrada, que explicó que todo estaba provocado por las deudas. "Sólo lo que debe a la Seguridad Social supera los 40.000 euros" que pedía en la nota que enseñó al cajero de Bankia.

La pesadilla de trece días en el módulo cinco de la prisión de Asturias terminó ayer, pero ahora queda empezar de nuevo, aunque, como dijo la abogada, "tiene muchos amigos y familiares que ya le han ofrecido dinero y apoyo".

J. F. H. estaba ayer emocionado pero también arrepentido de lo que había hecho. Así se lo hizo saber a los trabajadores de la entidad bancaria. De hecho, el banco se personó en el proceso judicial, pero no presentó cargos y se sumó al pacto entre el ministerio fiscal y la defensa.

Las deudas llevaron a este ovetense de 66 años a plantarse en una sucursal bancaria de la calle Uría y decir que le diesen más de 40.000 euros o que volaba el edificio. Todo fue, en palabras de la abogada, "una chapuza". Aseguró que llevaba explosivos, pero en realidad lo que portaba en una bolsa de Alimerka eran unas baldosas y una lámpara que había cogido de la mueblería que tiene en Montecerrao. Envolvió todo en papeles, le enganchó un cargador de móvil y dijo que era una bomba. A los pocos minutos de entrar en el banco estaba detenido.

El hombre no recuerda ni siquiera en qué entidad bancaria había entrado, ni tampoco la calle en la que estaba, tal era su estado de enajenación aquella mañana. Si ya era difícil conseguir el dinero, más lo hubiese sido salir con el botín de una calle Uría repleta de Policía durante las fiestas, máxime cuando el hombre está a tratamiento por los dolores en una pierna que le producen cojera. Una locura que ayer tarde se terminó con la emoción del encuentro familiar.