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Los Sábados, Fontán

La cocina que quitó el frío a medio Oviedo

Casa Ramón, el bar más antiguo de la plaza, abrió en 1973 especializándose en comida de barra como el caldo de pixín, por 5 pesetas

El edificio de Casa Ramón antes de la remodelación de finales de los noventa. LNE

José Ramón Fernández Díaz (1949, Cortes, Salas) protegió las columnas de los soportales de Casa Ramón con carcasas de madera antes de reformar todo el inmueble, declarado en ruina inminente. Corría el año 1993 y el hostelero y propietario del edificio logró acabar la obra en el 96 habiendo invertido 60 millones de pesetas (más de 360.000 euros) y usado 45 toneladas de hierro para reforzar la estructura. Tres años más tarde se convirtió en el único lugar del Fontán que mantenía las columnas de piedra originales de los soportales de la plaza. El proyecto de rehabilitación integral del entorno que llevó a cabo Gabino de Lorenzo durante su segundo mandato en Oviedo, en 1997, obligó a sustituir los pilares por reproducciones. Hoy en día Ramón se apoya en una de esas columnas antiguas cuando posa para las fotos. "Estas no trabajan porque el peso no recae sobre ellas. Están de adorno". De las diez personas que pasan por allí, ocho le saludan.

"Muchos son antiguos estudiantes que venían a tomar caldo de pixín por un duro. En invierno hacían cola y llegaban hasta donde se ponía el afilador. Todavía ahora alguno me agradece el frío que le quité por cinco pesetas". Aquel caldo enriquecido con chirlas y berberechos fue uno de los primeros platos de barra que sirvió en el Fontán cuando abrió el negocio en 1973, con 23 años.

Inicios

Ramón había hecho dinero trabajando en Madrid desde los 16. Primero recaló en una sidrería en la que ganaba 1.000 pesetas al mes y pagaba 600 por dormir en una pensión de Lavapiés "con cucarachas que campaban a sus anchas". Luego estuvo en Casa Marciano, en Chueca. Aquel era un soriano que tenía bar, cafetería, ultramarinos y el mayor almacén de licores de Madrid. De allí se fue al Parque de Atracciones y ganó bastante más. "En un día podíamos vender 4.000 perritos calientes. Era un negocio muy bueno por aquello de la novedad. Hasta Torrebruno hacía 'happenings'". Siguió trabajando en tablaos flamencos y acabó como asalariado en la mejor sala de fiestas de Europa en los setenta, la "Bocaccio", donde además de la nómina se llevaba un porcentaje de las ganancias más las propinas. Sólo la llamada ineludible del servicio militar cortó su buena racha laboral. "La hice en la topográfica del Ministerio del Ejército porque tenía enchufe. Conocía gente... Me licencié y volví a Asturias con los ahorros".

Su madre tuvo mucho que ver para que regresara. "No callaba con que quería verme aquí y a mí me afectaba". El reclamo familiar le hizo rechazar una oferta "buenísima" para ser auxiliar de vuelo en Iberia. "Tenía plaza y a mí me gustaba mucho viajar. No pedían mucho para entrar. Algo de inglés y poco más. Entonces si volabas a Canarias te dejaban traer dos cartones de tabaco rubio. Eran otros tiempos".

Ramón se había marchado años antes de la casa de aldea de Salas porque no se adaptaba al campo. "No veía ganancia ni perspectiva". Estuvo en la escuela hasta los 14 años y enseguida tuvo claro que su Universidad sería la de la vida, haciendo carrera en el mundo del comercio. Cuando volvió a Asturias con 700.000 pesetas ahorradas sí veía futuro. Eligió Oviedo para abrir un negocio porque fue donde encontró el traspaso más rentable.

"Le había echado el ojo al 'Grano de oro", pero pedían 1.200.000 pesetas y no me llegaba el dinero". En la lista de posibles del hostelero también estuvo el "City" por el mismo precio millonario que el anterior local, y "La Quirosana", algo destartalado y por la que pedían 500.000 pesetas sin reformar. Donde le era casi imposible abrir un negocio era en Gijón. El metro cuadrado en el Muelle estaba en 22.000 pesetas. Finalmente se decantó por un "barín" de 35 metros cuadrados en el Fontán con entrada por la plaza Daoíz y Velarde. Invirtió 100.000 pesetas más de lo que tenía hasta llegar a las 800.000.

La apertura

Al principio Ramón se hizo cargo de todo él solo y con el paso del tiempo llegó a tener siete empleados. Abría a las cinco y media de la mañana para aprovechar que los trabajadores del mercado de la fruta llegaban una hora antes y eran relevados a las ocho por los vendedores de los puestos populares. "Aquí delante se vendía de todo, desde plátanos hasta huevos. En la parte de atrás hasta se ponía una mujer que vendía arena para fregar las chapas de las cocinas. Con la remodelación los comerciantes perdimos un tres millones de pesetas al día y la plaza mucho encanto".

Casa Ramón despachó café, orujo, anís, churros y comida de barra convirtiéndose en un símbolo más del Fontán. Se fue ampliando con el paso de los años e incluso fue uno de los primeros bares de la ciudad que sacó mesas y sillas a la calle. Fue en 1978 y al salense le siguieron muchos.

En esa misma época Ramón compró el edificio pese a que no estaba en buen estado. Al poco tiempo, cuando entró en la alcaldía Antonio Masip, el Ayuntamiento quiso expropiarle. "Me ofrecieron ocho millones. Dije que no porque tenía en mente coger otro local en Palacio Valdés por el doble. No llegamos a un acuerdo y me quedé la casa". En 1991 el gobierno local declaró la ruina inminente del inmueble y al hostelero no le quedó más remedio que clausurarlo. Los tres años que duró la obra se los tomó como descanso sabático. "Me fui a Salas a la casería". Lo cierto es que también se casó. A los 44 años contrajo matrimonio con María Luisa González Velázquez, que trabajó con él de cocinera.

Estudiantes, vendedores, médicos y políticos formaron parte de su clientela. "Venía todos los sábados el dermatólogo Miguel Casas Marín y cuando empezó la Transición teníamos cuatro mesas separadas. Cada una para un partido político". Ramón se jubiló el 16 de junio de 2016 y alquiló el ahora bar y restaurante a Olegario González. Eso sí, vive arriba y entra a menudo.

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