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Pinos de Valladolid

España es el primer productor mundial de piñones, un excelente alimento proteínico con virtudes medicinales que hasta fue utilizado como moneda

Un plato con piñones. Pelayo Fernández

Se puede viajar de mil maneras, pero estarán conmigo en que la única forma decente de hacerlo es en tren. Al otro lado del pasillo en el Alvia a Madrid iba sentada una niña. Tendría seis años. Con ella, sin duda, su madre. Iban vestidas con cierto estilo. La nenina, seria y guapa de cara, llevaba el pelo moreno recogido en cola de caballo con una cinta azul, a juego con el vestido y las sandalias. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos inmensos y limpios como los de Heidi. Se entretenía con un juego de piezas que montaba y desmontaba, escrutando cada una de ellas con la concentración y el detalle de un científico.

Por los ventanales del vagón se veía el valle de Pajares en toda su grandiosidad. Un verdadero documental de La 2 de TVE. La Cordillera, atravesada por el trazado del ferrocarril de Renfe, es un espectáculo alucinante que, si alguien no lo remedia, perderemos pronto.

A la altura de Linares-Congostinas bajé la mesilla del asiento y me puse a escribir en un bloc desarmado que utilizo para los viajes en tren. Fue retirar el tapón de la pluma y sentir como la niña me observaba con la fijación de un agente de la Gestapo. La miré, sonreí y seguí a lo mío, pero la cría persistía en su labor de control. De pronto, algo le dijo a su madre al oído. La mujer sonrió y le dio a la niña una hoja de su agenda y un bolígrafo. La espía, con la seriedad de una opositora a notarías, se puso a garabatear en aquel papel. De vez en cuando miraba para mí, siempre callada. Su madre leía en silencio. "De tal palo?", dije para mí.

La nenina con cola de caballo, tan guapa y a todas luces de cerebro hábil, tenía capacidad de emulación. Con la inocencia de los críos de vez en cuando me miraba y, muy seria, seguía.

En Palencia, siempre bajo la atenta mirada de la agente secreta, saqué una bolsa de piñones. La niña estudió aquel fruto tan poco usual. Algo le dijo a la madre y ésta rió y respondió con buena pronunciación algo que entendí perfectamente: "No son bichos, mi vida, son piñones". El pino piñonero, Pinus pinea o Pino albar, aunque mediterráneo vive sin dificultad en el Norte. España es el primer productor mundial. También se extrae su resina y una madera ligera usada en la construcción náutica. Por su forma de sombrilla da al paisaje un aire africano y se usa por esa característica, y por su corteza rojiza, en jardinería. Sus piñones son un excelente alimento proteínico, a lo que hay que añadir las virtudes medicinales. Es diurético, antiséptico, balsámico, gota, reumatismo, el aceite como linimento, antipirético en infusión de sus yemas secas y algo importantísimo: afrodisíaco, aunque parece que como mejor funciona es si se desea a la otra persona, sino los efectos son inapreciables. Hasta hubo civilizaciones que utilizaron sus piñones como moneda.

Su reproducción es por semillas, que se cosechan en invierno, o, como siempre, por vivero. Salvo algún hongo, no tiene enfermedades importantes; les gusta el suelo ácido-arenoso y sólo hay que tener cuidado en lo relacionado con su tamaño de adulto.

La madre se dirigió a mi y sonriente me dijo: "Leo cree que son larvas". "¿Me permite que le de unos pocos para que los pruebe?", pregunté. "Claro", respondió.

"Te van a gustar, Leo", le dije. La niña me miró con sus ojos profundos, pero no dijo nada.

"Es sorda -me comentó la madre con naturalidad- pero puede hablarle, entiende muy bien".

A la salida de Valladolid comenzaron a aparecer las grandes copas en forma de sombrilla de los pinos piñoneros. Señalé para ellos diciendo que eran de aquellos árboles. Un poco más allá apareció uno aislado y la cría lo señaló. Le dije a la madre que Leo sería sorda, pero le sobraba cerebro; no iba a tener ningún problema en la vida. "Sí, estamos muy contentos, hemos tenido mucha suerte con ella", dijo sonriendo y dándole un beso en su pelo.

De Valladolid a Madrid fui pensando en tanta gente que oye pero no procesa. Quizá yo uno de ellos.

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