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Arte tras los restos del naufragio

Una exposición colectiva reflexiona en el Museo Arqueológico sobre el pasado y el legado industrial de la locería de San Claudio, de cuyo cierre ya se han cumplido nueve años

"Instalación 2017", de Ernesto Junco, en el claustro del Museo Arqueológico. MIKI LÓPEZ

A primera vista podría resultar extraño encontrar una exposición inspirada en la fábrica de loza de San Claudio en el Museo Arqueológico de Asturias. Es un prejuicio carente de sentido si se tiene en cuenta la historia de la humanidad y la vinculación que mantenemos con la cerámica desde la Edad del Hierro como corroboran los diferentes yacimientos que han salido a la luz en nuestro el territorio. Producto de esa relación, nacida de la necesidad de crear recipientes para las exigencias primarias de cualquier grupo humano, son los diferentes objetos de cerámica y alfarería que hoy encontramos en las vitrinas del Museo Arqueológico, una colección a la que se suma, hasta el 18 de febrero, la muestra "San Claudio. In memoriam 1901-2009", dedicada a la fábrica de loza de San Claudio.

Se trata de una propuesta colectiva que vuelve a poner de actualidad una explotación centenaria que cerró sus puertas hace ahora nueve años después de más de un siglo dedicada a la fabricación de vajillas con decoración cerámica bajo esmalte, técnica que la convertiría en una de las más modernas de la época sin que ni la calidad ni el esplendor de entonces sirvieran para prolongar su vida en Oviedo más allá de 2009.

Lo que queda de aquella fábrica, pionera en técnicas de estampación, es ruina y devastación, un paisaje desolador que ha inspirado a una veintena de artistas que han encontrado entre escombros y abandono caminos para el arte.

Es de esa nueva mirada creativa de la que surge "San Claudio. In memorian", un conjunto de piezas, instalaciones, fotografías y pinturas que no deja indiferente por la forma de enfrentarse a una realidad dura e incómoda. El producto de esa reflexión se despliega en la sala de exposiciones temporales, el claustro y uno de los patios del museo. En este último sorprende la instalación de Agustín Bayón, Reinaldo Álvarez y Pedro García "Work in progress (loza, tierra y hierba)", tres figuras a modo de muralla triangular realizadas a partir de platos superpuestos que ofrece una visión impactante desde la escalera del nuevo edificio de la calle San Vicente.

Si la mayor parte del conjunto de obras se encuentra en la sala de exposiciones temporales, donde se cuelgan las creaciones de Amaya Zanzoni, las instalaciones de Noemi Iglesias y las fotografías de Amaya Granell, entre otras tan interesantes como la instalación "Le Festin" de Catherine Grangier -una serie de 15 platos con una figura femenina fragmentada- las creaciones de mayor tamaño, como las instalaciones de Federico Granell, Ernesto Junco y Benjamín Menéndez compiten en la solemnidad del claustro con el sepulcro de Gonzalo Bernaldo de Quirós y el sarcófago de doña Gontrodo, una pieza con casi mil años de historia que convive sin sobresaltos con "El descubrimiento, 2017", de Granell, la instalación que muestra todo el repertorio de loza de San Claudio ante la atenta y sorprendida mirada de un chiquillo, todo tan blanco como los elementos funerarios que llevan décadas instalados en el claustro de lo que fue, en otro tiempo, monasterio de San Vicente y hoy da cobijo a los restos arqueológicos que permiten escribir la historia del solar astur.

A pesar de su apuesta por la modernidad y las nuevas tendencias artísticas, "San Claudio. In memoriam 1901-2009", comisariada por Juan Carlos Aparicio, enlaza a la perfección con la naturaleza del espacio en el que se muestra, aunque solo sea por los siglos y siglos que allí mismo se pueden recorrer hacia atrás para encontrar los primeros vestigios de una industria cerámica que alcanzaría auge en Oviedo dando lugar a diferentes explotaciones cuyo último referente fue San Claudio.

De dicha trayectoria ilustra ampliamente el Museo Arqueológico con un buen catalogo de objetos cerámicos procedentes de antiguos asentamientos asturianos, joyas de cerámica tradicional o de terra sigillata a través de las que se puede observar la transformación en la forma de moldear la loza y, aunque no sea ese el objeto de la muestra que ahora ocupa temporalmente parte de las instalaciones del museo -más centrada, y con acierto, en mostrar el ocaso de una actividad fabril de acreditada calidad-, merece la pena detenerse en el valioso patrimonio recuperado de los castros asturianos y de otros yacimientos altoimperiales para tener presente que hace ya más de dos mil años que en Asturias nació una tradición cerámica que permitió crear piezas tan interesantes como las recuperadas en el Chao Samartin, en los poblados castreños del entorno de Villaviciosa o en la Campa Torres de Gijón, entre otros muchos yacimientos antiguos.

La exposición dedicada a la fábrica San Claudio ilumina el final de un camino y rinde homenaje a una industria centenaria -muy cercana para casi todos porque supo llegar a todas las casas, estos días conocimos que también a la mesa de la Familia Real- de la que hoy solo queda ruina y degradación, un paisaje desahuciado del que un grupo de artistas ha sabido extraer el alma y recomponer una muestra colectiva que prueba que ni el abandono ni la desolación han hecho perder a aquel espacio ni un ápice de interés para cuantos buscan caminos para el arte entre los restos del naufragio.

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