El obispo mártir de Sebaste, San Blas, es el abogado de las afecciones de garganta. No en vano se le representa con una mano cubriéndose el cuello. Los centenares de fieles que le veneran el 3 de febrero suelen buscar consuelo para un catarro mal curado, un picor persistente o una afonía pasajera. Primero, acuden a misa en la iglesia del Monasterio de San Pelayo, con entrada por la calle San Vicente, y, al final, besan la reliquia que se conserva del santo: un trozo de hueso metido en un relicario de cristal. Hasta ahí la tradición litúrgica, pero después entra en juego la popular. La de las rosquillas. Los dulces caseros elaborados por la comunidad benedictina de las Pelayas se convirtieron ayer en el mejor consuelo por San Blas.

Amparo, Elena y Ana Fernández-Miranda despacharon las rosquillas bajo el soportal de la entrada principal del monasterio durante toda la mañana. Están emparentadas con la abadesa, Rosario del Camino, y desde que en 2015 las monjas recuperaron la tradición de hacer rosquillas por San Blas atienden encantadas al público. Amparo y Ana son primas de la abadesa, y Elena es su tía. "Es una satisfacción repartir estas rosquillas porque es una forma de apoyar a las Pelayas. Además, a nadie le amarga un dulce, y dentro del monasterio hay más", explicó Elena.

A lo largo de casi un mes, las monjas prepararon unas 12.000 rosquillas, que luego empaquetaron meticulosamente en bolsas de doce que los interesados se llevan previo donativo de cinco euros. "Vengo exclusivamente a por los dulces, aprovechando que hoy no trabajo. Me llevo tres bolsas. Una para mí y otras para mis hermanos". Ángeles Fernández alabó la calidad de los productos de la comunidad benedictina -que tiene repostería propia a lo largo del año- y miró atentamente los ingredientes de la etiqueta: harina de trigo, mantequilla, azúcar, huevos y aroma de anís.

Ella fue uno de los primeros compradores de una mañana lluviosa que auguraba pocas ventas. Sin embargo, tras la finalización de las cuatro misas en honor a San Blas (11.00, 13.00, 18.00 y 19.30 horas) la cosa se fue animando y la cola de aficionados a las rosquillas, creciendo. Las Fernández-Miranda fueron relevadas por la tarde para distribuir los dulces porque ya no daban abasto.

No sólo los dulces volaron del monasterio. También las pulseras y las medallas con la imagen del mártir que se vendían en la puerta de la iglesia de San Pelayo a tres euros cada una, junto al libro "San Blas. Obispo y mártir", escrito por Silverio Cerra.

El obispo de Sebaste murió en Armenia en los primeros años del siglo IV, decapitado tras sufrir torturas. Era conocido por curar milagrosamente a personas y a animales. Así, según la tradición, salvó la vida de un niño que se ahogaba al clavársele en la garganta una espina de pescado.

Su reliquia se custodió en el monasterio de la Vega hasta que la comunidad de monjas benedictinas fue expulsada de allí a mediados del siglo XIX, para instalar allí la Fábrica de Armas, y tuvieron que refugiarse en el monasterio de San Pelayo. Por eso estas religiosas, son conocidas popular y cariñosamente en la ciudad de Oviedo como las Pelayas.