La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los Sábados, Fontán

La plaza vegana

En Daoíz y Velarde las frutas y verduras son lo más vendido al aire libre y en el supermercado

Una vendedora del Fontán señala los fréjoles de su puesto. MIKI LÓPEZ

Bernarda Gutiérrez y Antonia Rodríguez, de "los de Bernaldón", venían de Faro (Limanes) a vender cacharros de barro a principios del siglo XX. El fotógrafo Adolfo López Armán las capturó en ese instante castizo en el que Antonia, la joven, con los brazos en jarras y la cara sonriente, parece que va a cantar zarzuela en la plaza de Daoíz y Velarde.

Armán, copista en El Prado, viajero por Europa y América, fotógrafo de la revolución de Asturias y de la guerra civil, dejó 10.000 instantáneas. La de las vendedoras de la plaza fue publicada, expuesta y destacada por Gabino de Lorenzo, alcalde de Oviedo en 1995, para que Favila hiciera una escultura.

Favila (Amado González Hevia), pintor y escultor de Grado, vecino de Avilés, llevó a las dos mujeres al bronce como símbolo de todas las vendedoras de la plaza para uno de esos planes de choque en que el alcalde popular cambiaba personas por estatuas. Para regular la venta ambulante De Lorenzo metió a fruteros en la plaza de la carne pero tuvo que rendirse a que los 34 que quedaron sin puesto ocuparan la calle Fierro, estuvieran a punto de aceptar ir al matadero de Teatinos y regresaran a la plazuela de los pláganos y del cañu.

El pasado jueves, ya en el siglo XXI, había diez verduleras a la sombra helada del palacio del Marqués de San Feliz. A las once de la mañana aún comentaban que cuando descargaron la furgoneta hacía un frío que no lo quitaba el café. Aunque estén acostumbradas a la intemperie de la huerta, van cubiertas por abrigos, bufandas, lanas, prendas térmicas, impermeables para el frío a pie firme y calzan zapatos de hombre o playeros que hacen el dos en uno de la blandura y calor de la zapatilla y el aislante de la madreña.

Se plantan en el interior de la plaza, rodeadas por los toldos de los vendedores ambulantes de la ropa y la cosmética que, en lengua local son denominados gitanos y negrinos. La variedad del mercado engaña a los sentidos: Huele a puerros y se oye vocear "el perfume de moda".

Hay patatas en las que apunta el guañu, limones grandes, nueces pequeñas, lechugas despeinadas, fabes a granel, calabazas de premio y coliflores de pella impoluta y hojas bordadas por llimiagos y restos de tierra que recuerdan el origen hortelano de estos productos expuestos a ras o sobre cajas reutilizadas.

Las verduleras venden por kilinos enteros y cobran en euros sólo divisibles en 50 céntimos a parejas de jubilados, hosteleros de la zona expertos en producto, funcionarias escapadas para el pincho y mujeres mayores solas que usan ese carrito-andador de cuatro ruedas y tracción trasera que se conduce con dos manos.

Aunque algún hombre vende huerta no se puede decir que el sector se haya masculinizado con el siglo. Las vendedoras ven al cliente con perspectiva de género

-No puedo, muyer", contestan a la que regatea.

-Llévales, ho, que tan bien buenes, animan al dubitativo.

Las gitanas de la ropa interior, que exponen bragas y batas, camisón y mandilín, sostenes de copón y tangas en aro que parecen símbolos de "haz el amor, no la guerra", piden que aproveches del chollo y dan trato unisex de "cariño".

Son metros cuadrados de Fontán dedicados a una dieta vegana estricta con producto de proximidad sin la coquetería de la imagen homogénea que exigen los mercados donde se compra con la vista en bodegones bien iluminados. Hay la mitad de vendedores y de oferta que en cualquier mercado de una ciudad francesa o italiana cuatro veces más pequeña.

En la misma plaza pero a techo y en autoservicio, la sección que más vende de Mercadona es la de frutas y verduras. En el mercado cubierto del Fontán hay más fruterías. Da para todos porque ha crecido el hábito de alimentarse de la huerta.

El supermercado de la cadena de Juan Roig abre de lunes a sábado y de 9 a 21,30 pero late al mismo ritmo que El Fontán y sus mejores días son los de mercado: jueves y sábado. Es la tienda de las 9.000 referencias de comestibles, artículos de limpieza, de aseo y para mascotas donde se abastecen los vecinos del Oviedo Antiguo peatonalizado y con los bajos comerciales ocupados por bares que sólo abren en fin de semana.

Por los pedidos a domicilio este supermercado sabe que cubre un radio de cinco kilómetros (Otero, Muñoz Degraín, el centro hasta el Campo San Francisco y Uría) y su situación céntrica le añade clientes de paso, turistas y estudiantes. Cada día recibe a 4.000 compradores, por encima de la media de la cadena, y eso mantiene la plantilla en 50 trabajadores. El jueves a media mañana había cantidad y variedad de compradores de cesta y de carrito haciendo cola de a cuatro en todas las cajas.

Este Mercadona ocupa los bajos del palacio de Vistalegre, original del XVII, muy reformado en el XIX y XX, con entrada por Juan Botas Roldán y Daoíz y Velarde. Los palacios cada vez más son buenos para palacios pero resultan muy exigentes para vivir en ellos y para vender en ellos. Es más pequeño que los 1.600 metros cuadrados de media de los supermercados de la cadena, el circuito de lineales es laberíntico y está muy lejos de la anchura para tres carritos a la vez que es su calzada romana ideal; sólo dispone de 32 plazas de garaje (la mitad de lo que suele, un tercio del ideal) pero lleva 10 años creciendo.

Estar en la zona histórica dificulta la carga y descarga. En 2013 cerró un mes para atender las quejas de ruido de los vecinos. Un tráiler aparca en el Campillín a las 6 y 15 de la mañana y descarga productos perecederos durante media hora a una Toyota eléctrica con ruedas especiales para no hacer ruido que recorre los casi 200 metros hasta el almacén. A las diez y cuarto de la noche se repite la operación durante una hora.

El Fontán es distinto con los siglos pero sigue siendo un lugar comercial privilegiado.

Compartir el artículo

stats